"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

miércoles, 18 de abril de 2012

Una humilde propuesta

Por Juan Abreu


Orientada a impedir la desaparición de los cubanos, a conseguir que la isla tenga una oportunidad de salvación a pesar de todas las evidencias en sentido contrario; y para beneficio del planeta en general.

Pensando en mi admirado Jonathan Swift, doy a conocer esta humilde propuesta. Desagradará a algunos, pero confío en que muchos aprecien que ha sido escrita con desinterés, buena intención y teniendo en cuenta el bienestar público. No, no propondré que ofertemos a nuestros hijos con vistas a ser devorados por las clases dominantes; eso es algo que, más o menos, ya hacemos. Tampoco recomendaré que nos prostituyamos porque, eso, también lo hacemos. A todos los niveles: unos por un puñado de dólares o euros, otros por un puestito en la burocracia oficial, otros por una visa de entrada o salida o una ciudadanía, todos por temor, conveniencia, envidia o autoindulgencia. No albergo muchas esperanzas, dado que ya estamos casi al nivel de los Morlocks de la novela de H. G. Wells, pero aún así ofrezco esta humilde propuesta, para que después no digan que no hice todo lo que pude.

Si algo resulta evidente, es que el futuro de Cuba será siniestro. Nuestra idiosincrasia, unida a un largo período de circunstancias intensamente denigrantes, deja poco espacio al optimismo. Lo mejor que podría pasar, y digo esto (cosas del sentimentalismo) con cierto pesar, es que la isla desapareciera en las profundidades marinas de donde emergió para desgracia de tantos, o que la convirtieran en un gran basurero a disposición de los países civilizados. En caso de materializarse la última alternativa, la población ha de dispersarse por el mundo, eso sí, comedidamente, y no se permitirá bajo ningún concepto que se aglomeren demasiados nativos en un punto específico; esto siempre trae malos resultados. El objetivo de la dispersión no es que se reagrupen en otro punto del globo y protagonicen un desastre igual o superior al actual, sino que se mezclen con otros mamíferos a lo largo y ancho del planeta de modo que la raza, esa cosa chillona que llamamos cubanos, se vaya difuminando hasta perderse. Esta desaparición significaría un gran beneficio para la humanidad y sería la solución definitiva a los problemas de la Nación, que se infiere, lógicamente, también desaparecería. Cumpliendo así, a mi modo de ver, con su destino manifiesto. Sugiero que en el futuro el espacio geográfico de la isla y sus cayos adyacentes se denomine de forma práctica, más a tono con su potencialidad. Estaría bien Basurero Clase F356; o algo por el estilo.

Nuestro problema no es político, es genético, de ahí que la solución pase por la disipación de nuestros genes en otros superiores, o simplemente distintos, hasta que los nacidos en ese archipiélago del Caribe sean lo que siempre debieron ser, una tribu extinguida; como aquellos brutos guanahatabeyes o los feos alacalufes de Tierra del Fuego.

Tuvimos oportunidades en el pasado: según estudios geológicos, hace millones de años lo que después sería la isla se hallaba unido al continente americano, específicamente, a la futura península de la Florida. ¡Qué maravilla si hubiera permanecido así! Pero se separó. Lo que frustró el sueño de todo cubano: ser norteamericano (o francés, o alemán o español, nunca mexicano o guatemalteco). Nuestra segunda oportunidad tuvo lugar cuando los ingleses tomaron La Habana en 1762. Pero, desgraciadamente, no se quedaron. Aunque en momentos de desánimo (todos, si me ocupo de asuntos concernientes a la Patria) llego a pensar que los cubanos hubieran convertido en un relajo hasta algo organizado por los ingleses.

Seamos francos, Cuba es hoy una especie de cloaca. Un sitio que sometido a un proceso de ideologización intensiva ha devenido un estercolero aniquilador donde se revuelca un pueblo envilecido. Manadas de intelectuales, artistas y escritores domesticados colaboran con la esclavitud imperante, disfrazada de socialismo, que allí impera. La población, en general, ha descendido a niveles de abyección jamás vistos en nuestra Historia. Que por otra parte nunca ha sido muy edificante. Se requiere, con carácter urgente, una reescritura, es decir una escritura real, de nuestra Historia; entonces se verá que la mayoría de nuestros próceres no eran más que una pandilla de truhanes y nuestros supuestos momentos de grandeza un cúmulo de iniquidades.

Pero regresemos al actual albañal: por cada disidente hay diez mil cubanos dispuestos a integrarse a las brigadas de respuesta rápida, grupos fascistas que apalean a cualquier discrepante a cambio de una ración extra de aceite y jabón. Por cada opositor que va a la cárcel hay diez mil organizaciones de delatores llamadas Comités de Defensa de la Revolución. Basta que el dictador levante un dedo para que millones salgan a la calle a vociferar las consignas previamente asignadas. Esto da una medida exacta de la situación. No hay que profundizar en tan obvio aspecto, la decencia de los cubanos, si alguna vez existió, ha desaparecido quizás para siempre gracias al largo periodo de vulgaridad oficial y miseria moral organizada en que viven inmersos. Ése es el panorama. No hay mucho que hacer. ¿Rezar? ¿A quién? ¿Al mismo Dios y a las mismas vírgenes y santos a los que hemos dedicado nuestras oraciones a lo largo de décadas y que, una de dos, o son sordos o nos desprecian olímpicamente?

Ahora bien, a pesar de mi escepticismo respecto a nuestra naturaleza, a nuestro futuro, y al interés que Dios, si existe, demuestra en nuestro caso, he llegado a la conclusión de que si algún día termina la dictadura de los Castro, una Ceremonia Exorcizante de gran significación simbólico-desacralizante quizás podría depararnos alguna esperanza de salvación. Sí, ya sé que parece una locura sin fundamento. ¿Pero que se pierde con intentarlo?

Lo que propongo, con enorme humildad, es una especie de tratamiento de choque, una sacudida que alcance los más recónditos entresijos de nuestra adormecida ¿muerta? conciencia, un encontronazo psicológico que haga renacer algún remanente de decencia por minúsculo que sea. A partir de ese punto cabe, aunque por supuesto no hay nada seguro en materia tan delicada, la posibilidad de un despertar, de un nuevo comienzo.

Concluida esta prolija introducción, paso a describir la Ceremonia Exorcizante:

La Ceremonia Exorcizante se llevará a cabo en Santa Clara, en el Memorial dedicado a Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el Che. La Plaza del Che, como se denomina popularmente a este sitio, tiene capacidad para 80.000 personas, cantidad que puede aumentarse derribando la tribuna de dos mil metros que allí se levanta. Con el fin de ganar algo más de espacio, aunque también por razones fundamentalmente estéticas, aconsejo dinamitar el espantoso conjunto escultórico obra de un tal Bencomo. Ya con el lugar despejado, se procederá a organizar una fiesta multitudinaria (cerveza y ron se repartirán gratuitamente a la multitud). Ya se sabe que los cubanos son muy aficionados a este tipo de eventos escandalosos así que acudirán en tropel y de buen ánimo. No debe darse a conocer con antelación ningún detalle acerca de la naturaleza del evento. El factor sorpresa es de suma importancia para conseguir que el impacto exorcizante sea de la mayor intensidad posible. En el centro de la plaza, sobre un escenario austero, se instalará una enorme parrilla. Cuando el jolgorio esté en su apogeo, se procederá a traer las manos del Che, conservadas en el museo subterráneo, bajo la plaza. A continuación, captada la atención de los presentes mediante la suspensión de la música y el resonar de trompetas (si esto no basta, la amenaza de suspender el flujo de bebidas alcohólicas conseguirá el silencio más absoluto), debe proclamarse que se confeccionará con las manos del Guerrillero Heroico una parrillada argentina. Varios maestros cocineros de fama mundial, impolutamente engalanados, se encargarán de la tarea. Como las manos del Che han estado largo tiempo sumergidas en formol no será fácil conseguir que se tornen comestibles pero confiamos en la habilidad de los maestros convocados. Crucemos los dedos para que salgan airosos de la prueba.

La Ceremonia Exorcizante debe trasmitirse por todos los medios de difusión disponibles pues es mi esperanza que tenga el mismo efecto sobre los que la presencien en vivo que sobre los millones de espectadores a lo largo y ancho del país.

Espero que esta acción consiga el efecto esperado y detenga el proceso de degeneración colectiva en que nos hallamos inmersos.

Es hora de que aceptemos que casi medio siglo de vulgaridad, sumisión, antihumanismo y machismo totalitario nos han convertido en un pueblo completamente degenerado.

Confío en que esta humilde propuesta sirva de alguna forma para detener nuestra caída y contribuya al bienestar futuro de la Nación. Espero que aún sus más virulentos críticos admitan que ha sido hecha de buena fe y con la intención de ofrecer una oportunidad de salvación a una causa que no parece, si aplicamos la lógica más elemental, tener muchas.

P/D. Si alguien estima que la parrillada argentina guevarista no será suficiente para provocar el shock deseado, tengo algunas ideas respecto a las cenizas de Antonio Gades…

Barcelona, marzo de 2007

Del blog de Juan Abreu: http://www.emanaciones.com