Por Juan Abreu
Orientada a impedir la desaparición de los cubanos, a conseguir que la isla tenga una oportunidad de salvación a pesar de todas las evidencias en sentido contrario; y para beneficio del planeta en general.
Orientada a impedir la desaparición de los cubanos, a conseguir que la isla tenga una oportunidad de salvación a pesar de todas las evidencias en sentido contrario; y para beneficio del planeta en general.
Pensando en mi admirado Jonathan
Swift, doy a conocer esta humilde propuesta. Desagradará a algunos, pero confío
en que muchos aprecien que ha sido escrita con desinterés, buena intención y
teniendo en cuenta el bienestar público. No, no propondré que ofertemos a nuestros
hijos con vistas a ser devorados por las clases dominantes; eso es algo que,
más o menos, ya hacemos. Tampoco recomendaré que nos prostituyamos porque, eso,
también lo hacemos. A todos los niveles: unos por un puñado de dólares o euros,
otros por un puestito en la burocracia oficial, otros por una visa de entrada o
salida o una ciudadanía, todos por temor, conveniencia, envidia o
autoindulgencia. No albergo muchas esperanzas, dado que ya estamos casi al
nivel de los Morlocks de la novela de H. G. Wells, pero aún así ofrezco esta
humilde propuesta, para que después no digan que no hice todo lo que pude.
Si algo resulta evidente, es que
el futuro de Cuba será siniestro. Nuestra idiosincrasia, unida a un largo
período de circunstancias intensamente denigrantes, deja poco espacio al
optimismo. Lo mejor que podría pasar, y digo esto (cosas del sentimentalismo)
con cierto pesar, es que la isla desapareciera en las profundidades marinas de
donde emergió para desgracia de tantos, o que la convirtieran en un gran
basurero a disposición de los países civilizados. En caso de materializarse la
última alternativa, la población ha de dispersarse por el mundo, eso sí,
comedidamente, y no se permitirá bajo ningún concepto que se aglomeren
demasiados nativos en un punto específico; esto siempre trae malos resultados.
El objetivo de la dispersión no es que se reagrupen en otro punto del globo y
protagonicen un desastre igual o superior al actual, sino que se mezclen con
otros mamíferos a lo largo y ancho del planeta de modo que la raza, esa cosa
chillona que llamamos cubanos, se vaya difuminando hasta perderse. Esta
desaparición significaría un gran beneficio para la humanidad y sería la
solución definitiva a los problemas de la Nación, que se infiere, lógicamente,
también desaparecería. Cumpliendo así, a mi modo de ver, con su destino
manifiesto. Sugiero que en el futuro el espacio geográfico de la isla y sus
cayos adyacentes se denomine de forma práctica, más a tono con su
potencialidad. Estaría bien Basurero Clase F356; o algo por el estilo.
Nuestro problema no es político,
es genético, de ahí que la solución pase por la disipación de nuestros genes en
otros superiores, o simplemente distintos, hasta que los nacidos en ese
archipiélago del Caribe sean lo que siempre debieron ser, una tribu extinguida;
como aquellos brutos guanahatabeyes o los feos alacalufes de Tierra del Fuego.
Tuvimos oportunidades en el
pasado: según estudios geológicos, hace millones de años lo que después sería
la isla se hallaba unido al continente americano, específicamente, a la futura
península de la Florida. ¡Qué maravilla si hubiera permanecido así! Pero se
separó. Lo que frustró el sueño de todo cubano: ser norteamericano (o francés,
o alemán o español, nunca mexicano o guatemalteco). Nuestra segunda oportunidad
tuvo lugar cuando los ingleses tomaron La Habana en 1762. Pero,
desgraciadamente, no se quedaron. Aunque en momentos de desánimo (todos, si me
ocupo de asuntos concernientes a la Patria) llego a pensar que los cubanos
hubieran convertido en un relajo hasta algo organizado por los ingleses.
Seamos francos, Cuba es hoy una
especie de cloaca. Un sitio que sometido a un proceso de ideologización
intensiva ha devenido un estercolero aniquilador donde se revuelca un pueblo
envilecido. Manadas de intelectuales, artistas y escritores domesticados
colaboran con la esclavitud imperante, disfrazada de socialismo, que allí
impera. La población, en general, ha descendido a niveles de abyección jamás
vistos en nuestra Historia. Que por otra parte nunca ha sido muy edificante. Se
requiere, con carácter urgente, una reescritura, es decir una escritura real,
de nuestra Historia; entonces se verá que la mayoría de nuestros próceres no
eran más que una pandilla de truhanes y nuestros supuestos momentos de grandeza
un cúmulo de iniquidades.
Pero regresemos al actual
albañal: por cada disidente hay diez mil cubanos dispuestos a integrarse a las
brigadas de respuesta rápida, grupos fascistas que apalean a cualquier
discrepante a cambio de una ración extra de aceite y jabón. Por cada opositor
que va a la cárcel hay diez mil organizaciones de delatores llamadas Comités de
Defensa de la Revolución. Basta que el dictador levante un dedo para que
millones salgan a la calle a vociferar las consignas previamente asignadas.
Esto da una medida exacta de la situación. No hay que profundizar en tan obvio
aspecto, la decencia de los cubanos, si alguna vez existió, ha desaparecido
quizás para siempre gracias al largo periodo de vulgaridad oficial y miseria
moral organizada en que viven inmersos. Ése es el panorama. No hay mucho que
hacer. ¿Rezar? ¿A quién? ¿Al mismo Dios y a las mismas vírgenes y santos a los
que hemos dedicado nuestras oraciones a lo largo de décadas y que, una de dos,
o son sordos o nos desprecian olímpicamente?
Ahora bien, a pesar de mi
escepticismo respecto a nuestra naturaleza, a nuestro futuro, y al interés que
Dios, si existe, demuestra en nuestro caso, he llegado a la conclusión de que
si algún día termina la dictadura de los Castro, una Ceremonia Exorcizante de
gran significación simbólico-desacralizante quizás podría depararnos alguna
esperanza de salvación. Sí, ya sé que parece una locura sin fundamento. ¿Pero
que se pierde con intentarlo?
Lo que propongo, con enorme
humildad, es una especie de tratamiento de choque, una sacudida que alcance los
más recónditos entresijos de nuestra adormecida ¿muerta? conciencia, un
encontronazo psicológico que haga renacer algún remanente de decencia por
minúsculo que sea. A partir de ese punto cabe, aunque por supuesto no hay nada
seguro en materia tan delicada, la posibilidad de un despertar, de un nuevo
comienzo.
Concluida esta prolija
introducción, paso a describir la Ceremonia Exorcizante:
La Ceremonia Exorcizante se
llevará a cabo en Santa Clara, en el Memorial dedicado a Ernesto Guevara de la
Serna, más conocido como el Che. La Plaza del Che, como se denomina
popularmente a este sitio, tiene capacidad para 80.000 personas, cantidad que
puede aumentarse derribando la tribuna de dos mil metros que allí se levanta.
Con el fin de ganar algo más de espacio, aunque también por razones
fundamentalmente estéticas, aconsejo dinamitar el espantoso conjunto
escultórico obra de un tal Bencomo. Ya con el lugar despejado, se procederá a
organizar una fiesta multitudinaria (cerveza y ron se repartirán gratuitamente
a la multitud). Ya se sabe que los cubanos son muy aficionados a este tipo de
eventos escandalosos así que acudirán en tropel y de buen ánimo. No debe darse
a conocer con antelación ningún detalle acerca de la naturaleza del evento. El
factor sorpresa es de suma importancia para conseguir que el impacto
exorcizante sea de la mayor intensidad posible. En el centro de la plaza, sobre
un escenario austero, se instalará una enorme parrilla. Cuando el jolgorio esté
en su apogeo, se procederá a traer las manos del Che, conservadas en el museo
subterráneo, bajo la plaza. A continuación, captada la atención de los
presentes mediante la suspensión de la música y el resonar de trompetas (si
esto no basta, la amenaza de suspender el flujo de bebidas alcohólicas
conseguirá el silencio más absoluto), debe proclamarse que se confeccionará con
las manos del Guerrillero Heroico una parrillada argentina. Varios maestros
cocineros de fama mundial, impolutamente engalanados, se encargarán de la
tarea. Como las manos del Che han estado largo tiempo sumergidas en formol no
será fácil conseguir que se tornen comestibles pero confiamos en la habilidad
de los maestros convocados. Crucemos los dedos para que salgan airosos de la
prueba.
La Ceremonia Exorcizante debe
trasmitirse por todos los medios de difusión disponibles pues es mi esperanza
que tenga el mismo efecto sobre los que la presencien en vivo que sobre los
millones de espectadores a lo largo y ancho del país.
Espero que esta acción consiga el
efecto esperado y detenga el proceso de degeneración colectiva en que nos
hallamos inmersos.
Es hora de que aceptemos que casi
medio siglo de vulgaridad, sumisión, antihumanismo y machismo totalitario nos
han convertido en un pueblo completamente degenerado.
Confío en que esta humilde
propuesta sirva de alguna forma para detener nuestra caída y contribuya al
bienestar futuro de la Nación. Espero que aún sus más virulentos críticos
admitan que ha sido hecha de buena fe y con la intención de ofrecer una
oportunidad de salvación a una causa que no parece, si aplicamos la lógica más
elemental, tener muchas.
P/D. Si alguien estima que la
parrillada argentina guevarista no será suficiente para provocar el shock
deseado, tengo algunas ideas respecto a las cenizas de Antonio Gades…
Barcelona, marzo de 2007
Del blog de Juan Abreu: http://www.emanaciones.com