"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

jueves, 27 de octubre de 2011

El siglo de Céline


Entrevista a Philippe Muray por François Legarde (1983)


François Legarde: Philippe Muray, usted es novelista pero también ensayista, y ha publicado un libro muy importante sobre Céline (Céline, Éditions du Seuil, 1981). Examina en él las ideologías del siglo XX, y en esa perspectiva, estudia al Céline, aún hoy en día tabú, de los panfletos antisemitas. Y se niega a hacer la separación entre el escritor y el panfletista.
Philippe Muray: Yo parto de una comprobación elemental. Céline es un escritor del que no existen obras completas, una parte de esta obra fue objeto de prohibición, no a causa de una ley sino porque Céline mismo ha prohibido, después de la Segunda Guerra Mundial, la reedición de sus panfletos. Céline es, pues, el único, y sin dudas el último escritor francés del que no existen obras completas. El último escritor que estuvo en esa situación fue Sade. Fue necesario el coraje de Gilbert Lély, la evolución de las costumbres, los trabajos sobre Sade de los surrealistas, y por último su desentierro realizado por la crítica telqueliana, para que Sade comenzara a ser integrado a la historia literaria, cuando formaba parte para todo el mundo (dos excepciones: Flaubert y Baudelaire) de una suerte de museo de los horrores, de las monstruosidades, de la teratología literaria. Si yo aproximo así a Sade y a Céline, es en primer lugar porque ellos representan, cada uno en su época, una monstruosidad inevitable y porque, sobre todo, vienen a cerrar, respectivamente, un ciclo histórico de una manera inadmisible para el género humano. Sade y Céline representan dos umbrales de lo insoportable para la sociedad.

F.L.: ¿Hay sadismo en Céline?
Ph.M.: Sadismo, puede ser, pero en todo caso en el sentido falso del término. En el sentido en que Sade mismo no era “sádico”, pero en el que Céline lo fue. Con justificaciones masoquistas como siempre (él pretendía que eran los judíos quienes ejercían su sadismo con él). Desde este punto de vista, el antisemitismo de Céline es muy trivial, muy criminalmente estereotipado: los judíos tienen todo, se llevaron todo, dinero, mujeres, poder, y hay que hacerles devolver todo… Sade, que sigue siendo para mucha gente sinónimo de abominación, no ha hecho más que escribir de manera muy cruda los sueños reprimidos de matar, de gozar con la destrucción, que nos obsesionan escudados en nuestras protestas humanitarias. Y sólo los imbéciles se inclinan a tomarlo al pie de la letra. No comprender nada de Sade es creer que está a favor del asesinato, cuando la prueba de lo contrario es su repulsión absoluta por la pena de muerte, en pleno Terror. Rechazar a Sade es hacer esta confusión muy clásica entre lo simbólico (las novelas) y la realidad. El caso de Céline es diferente. La enormidad de sus panfletos antisemitas se aplica bien, por desgracia, a la realidad, es decir, a las víctimas que él señala: “los judíos”. Es imposible leer Bagatelles (1937) fuera de la luz retrospectiva atroz de los campos de la muerte.

F.L.: ¿Por qué se insiste tanto, aún hoy, en dividir a Céline entre el “buen” novelista y el “mal” panfletista?
Ph.M.: Porque hay un rechazo a analizarlo. Rechazo a imaginar que dos postulaciones antagónicas hayan podido encontrarse en un mismo escritor. Rechazo a ver sus articulaciones lógicas, etc. Y por consiguiente: minimización de los panfletos, por un lado, y “denuncia piadosa” por el otro, sin el intento de comprender su genealogía tortuosa, es decir, sin eficacia crítica… Hay otra razón por la cual todo el mundo tiene interés en que haya dos Céline. Céline, en el fondo, en la lengua francesa, en el siglo XX, les lleva la delantera a todos los otros escritores. Fue más lejos, con más fuerza, más eficazmente… Encontró la escritura literaria del siglo, su representación, su lengua. Sin pertenecer jamás a ninguna vanguardia, realizó el sueño de éstas. No se puede no pasar por él. Y aquellos que los admiran temen secretamente encontrar, a la vuelta de su admiración, a ese fantasma de la ignominia, ese espectro antisemita, ese fantasma cuya abyección, en cierto modo supera al escritor. Le temen porque, quizá, todo eso diría en el fondo la verdad última sobre la verdadera pulsión latente de las vanguardias. Lo que se ocultaría de regresión criminal en el secreto de todo progresismo eufórico, estando las vanguardias tradicionalmente en el eje del “progreso” y de los mundos mejores. Que Céline haya descubierto la lengua viviente del siglo y que al mismo tiempo, a cada paso, en su obra se tropiece con muertos, es un escándalo, un enigma e incluso una pesadilla.

F.L.: Las obras prohibidas, censuradas de Céline, ¿serán reeditadas un día, como se ha hecho con Sade?
Ph.M.: Quizá, aunque si mencioné esta extraña ausencia de “obra completas”, no fue abogar por una reedición de los panfletos, que no es deseable ahora. Pero yo quisiera señalar aquí un pequeño enigma interesante: Céline, como usted sabe, escribió cuatro panfletos. Los tres últimos son casi exclusivamente largos y siniestros vómitos antisemitas. El primero es mucho más interesante. Se llama Mea Culpa, es muy corto y está exclusivamente consagrado a exponer lo que Céline pensaba de la u.r.s.s., lo que había visto allí durante su viaje en 1936. No es un panfleto antisemita (la palabra “judío sólo se encuentra dos veces, una para desligar a los judíos como causalidad de los males que él denunciaba). Es un panfleto antisoviético. El cual, en el fondo, me arriesgo a decir muy francamente que, a mis ojos, no ha envejecido en lo más mínimo. Que incluso es mucho más suave de lo que después nos hemos enterado del régimen comunista. Ahora bien, a ese panfleto se lo agrupa siempre con las obras antisemitas prohibidas, lo que no deja de sorprenderme. ¿Nadie lo habrá leído? ¿Será siempre culpable de atacar al régimen soviético? En todo caso, estoy a favor de una urgente reedición de ese único panfleto. En el que Céline no dice otra cosa que lo que afirma en todas sus novelas: la mala base, el figmentum malum del hombre, crudamente puesto al desnudo por las ambiciones soviéticas de metamorfosear lo humano.

F.L.: Mucho más cuanto esta prohibición de las obras “malditas” sería en cierto sentido totalmente vana, ya que el antisemitismo de Céline es apreciable en la obra novelística…
Ph.M.: Por supuesto, y se podría mostrar que este antisemitismo se deduce de ciertos temas de sus novelas de la misma manera que su arte de escribir, la convulsión de su escritura, se deduce de los panfletos. Hay allí como la posibilidad de una retroversión. El mismo encadenamiento de los temas se observa en Muerte a crédito, por ejemplo, y en los panfletos. Conociendo el argumento de Bagatelles (relato de la imposibilidad de Céline de hacer representar sus ballets, imposibilidad de donde nace su antisemitismo, siendo todos los directores de teatro “judíos”), se descubre a posteriori un equivalente de ese argumento en Muerte a crédito, que relata la imposibilidad de Céline de contar una leyenda medieval… Si Céline no puede escribir eso que él querría –y, como al azar, eso es siempre algo “delicado”, algo refinado que está en las antípodas de su verdadero estilo–, acusa a ciertas personas. Ballets, una “leyenda” medieval… En cada oportunidad, Céline tiene que renunciar al ideal para entrar en lo concreto. El ideal está ahí, al comienzo del libro, hay que rechazarlo para comenzar. El ideal: lo que excluye la trivialidad de la vida; lo que atañe a la esencia de la literatura, a la estilización épica; lo que realiza la unidad entre lo real y lo trascendente. Es esta unidad la que hay que romper para arrancar el relato. Es esta utopía de un territorio donde el sentido de las cosas ya no es problemático la que hay que desviar. Es ese paraíso perdido (no el de la infancia, sino el de la infancia del arte, de su puerilidad poética: lirismo, armonía pura) el que debe ser sacrificado. Es lo sublime, el género noble, la sangre azul de la literatura, la vena “medieval”, a los que hay que decirles adiós de entrada. “Lo que puedo hacer fácilmente es la novela de caballería, la novela fantástica con reyes, espectros”, dice en 1933. Se tiene la impresión de estar leyendo a Flaubert cuando le escribe a Louis Colet: “Esta es todavía una de mis ambiciones: ¡escribir un cuento de hadas!”. Más preciso, más celiniano todavía: “Tú sabes que uno de mis viejos sueños es escribir una novela de caballería”. O Kafka: “Me gustaría mucho escribir un Märchen”. Al no tener éxito en el supramundo, en el Märchen, el ballet, la novela de caballería, Céline se resigna a la novela, es decir al mundo concreto, el mundo de la desorientación, de la desaparición de los fines evidentes y celestes, del yo desunido, de las relaciones sociales torcidas, de los códigos apremiantes, de todas las inadecuaciones; de la comedia de la vida. Dicho esto, la diferencia de funcionamiento, en las novelas y en los panfletos, consiste en que, por un lado (en las novelas), el fracaso de componer “leyendas medievales” (el fracaso del mal gusto, del kitsch) produce la ficción celiniana, y por otro, en los panfletos, este fracaso produce el desencadenamiento antisemita. Pero se puede también deducir su antisemitismo de sus últimas novelas donde, dejando de hablar de los “judíos”, reconoce una nueva obsesión: los chinos, el “peligro amarillo”…

F.L.: Además, usted muestra que el Céline antisemita grita muy alto lo que la historia colectiva murmura muy bajo.
Ph.M.: Yo me di cuenta de que en esos panfletos se vuelve a encontrar, en efecto, la expresión de una pasión comunitaria extremadamente corriente, por desgracia, lo que Ezra Pound llamaba “esa lamentable pequeña pasión barrial que es el antisemitismo”. Una pasión social que ha sido, en el fondo, la gran pasión de todas las colectividades históricas antes que ellas dejaran de atreverse a proclamarla a la luz del día después de la gran persecución nazi. Los panfletos de Céline expresan de la mejor y de la peor manera este inconsciente de las colectividades occidentales. Se vuelve extraño, en estas condiciones, que sus libros sean prohibidos, como si la colectividad no quisiera saber lo que ella ha venido pensando desde hace dos mil años…

F.L.: ¿Cuál era la posición de los escritores contemporáneos de Céline frente a esta “cuestión judía”?
Ph.M.: Muy pocos escritores son, de hecho, inocentes de antisemitismo. Ni Gide (en su Diario) ni “humanistas” muy respetables como Duhamel o el delicado Giraudoux están exentos. Pero el antisemitismo de éstos era perfectamente admisible y bien educado, mientras que el antisemitismo gritón, vociferante, vulgar, escatológico de Céline aparece como muy llamativo. Ofreció, pues, un blanco fácil. La colectividad se descargó con él de su pecado murmurado. Tengo también la impresión de que el antisemitismo encontró en él su punto máximo de extenuación luego de una historia plurisecular. Una historia muy diversificada que toma formas variables a través de las religiones, de las ideologías, de las civilizaciones. En el siglo XIX, el ejemplo más sorprendente es Marx mismo, que inaugura de alguna manera, después del antisemitismo cristiano, la era del antisemitismo “científico”, economicista, racional (preparado en la época del Siglo de las Luces por algunos pensadores como Voltaire, del cual aconsejo leer el edificante artículo “Judíos” del Diccionario Filosófico). El texto de Marx que incomoda desde hace un siglo a todos los marxistas es el ensayo Sobre la cuestión judía. Si miramos las cosas de cerca, se aprecia que, en definitiva, la reflexión marxista toma su impulso a partir de convicciones antisemitas. Seguramente podemos decir que a lo que apunta Marx, a través de los judíos, es a la ganancia capitalista. Pero es necesario preguntarse si, ampliando su discurso de El Capital, no hace más que universalizar una reflexión que, en el fondo, es antisemita. Yo veo entre El Capital y ese ensayo el mismo lazo que existe entre el nadador y el trampolín, una lazo de causa-efecto. En L’École de Cadavres, Céline menciona elogiosamente a Marx, pensador colocado para la ocasión en el gran Panteón antisemita… Y además, hay que ver la correspondencia de Marx y de Engels, Engels antisemita “a la prusiana”… O incluso las reflexiones de Bakunin, que detesta a Marx porque es judío. O las de Proudhon, que habla de ese “sucio judío” de Marx.

F.L.: ¿Qué vínculos establece entre el estilo de Céline y su antisemitismo?
Ph.M.: Pienso que el antisemitismo de Céline ha sido lógica y paradójicamente ocasionado por la revolución de su escritura. No ubicamos lo suficiente a Céline en el eje de las vanguardias, nos hemos engañado debido a que él no perteneció oficialmente a ninguna vanguardia constituida. Sin embargo, Céline es completamente integrable a la historia de las vanguardias. Va al fondo de su lógica, que es hacer tabla rasa con toda tradición. Va más lejos atacando la Tradición que es el texto bíblico, y en consecuencia, a aquellos que fueron sus depositarios… Céline es el más lógico de los escritores de vanguardia. ¿Por qué se ha querido insistentemente que hubiera dos Céline y no uno sólo? ¿Para que haya dos mundos en pugna, uno bueno y uno malo? Porque si hay sólo un mundo, está contaminado por el mal. Y si hay un solo Céline, éste también está contaminado por los panfletos. Pero si hay dos, entonces se puede admirar al gran escritor sin tener que interrogarse sobre uno mismo, sobre su propio fondo antisemita.

F.L.: Por eso usted escribe que “el escándalo celiniano es ante todo de orden literario”.
Ph.M.: Sí, y porque es de orden literario es escandaloso. La vanguardia, el progreso en el arte, todo eso, en el imaginario portátil de los ciudadanos del siglo XX, es sinónimo de progresismo, de revolución social, de pensamiento de izquierda… En consecuencia, Céline tendría que haber sido, normalmente, él también, un pensador de izquierda. Por otro lado, eso es lo que se creyó cuando se publicó el Viaje: que semejante insurrección en el estilo no fuera acompañada de un compromiso, de una militancia de izquierda, parecía impensable. Ahora bien, lo que sucedió fue todo lo contrario. De ahí el escándalo en el mundo de las creencias en el porvenir y en la solidaridad literatura/progreso… Al punto de que, si quisiera exagerar un poco, diría que en el siglo XX hay dos mundos intelectuales separados, hostiles: la esfera intelectual, de izquierda por definición, y la esfera “Céline”… Quien, además, viene a sacudir el límite interno del discurso de izquierda, mostrándole por un lado los malos recuerdos (el antisemitismo hoy olvidado de los comienzos del socialismo) y sus fracasos formales (la imposibilidad de inventar esta visión nueva que, paradójicamente, un novelista considerado como “reaccionario” descubrió).

F.L.: ¿Habría entonces que decir que Céline fue “de izquierda” cuando era antisemita?
Ph.M.: Las cosas se agravan en efecto cuando leemos atentamente Bagatelles, por ejemplo, o Les Beaux Draps, cuando uno descubre que es allí, precisamente cuando Céline vocifera su odio antisemita, donde también es de “izquierda”, si se puede decir así. Cuando propone programas de reformas sociales, proyectos de nuevo urbanismo, de higiene, planes humanitarios… ¡Entre los llamados al crimen antisemita! E incluso ese “comunismo Labiche”, en Les Beaux Draps, esta “Revolución media” que recuerda curiosamente un montón de debates actuales [1983] sobre el socialismo o el comunismo “a la francesa”… ¿No es, acaso, cuando Céline es antisemita que hace justamente lo que se hubiera querido que hiciese: una proclama de compromiso político de izquierda?… ¿No es eso lo que sus contemporáneos no han podido perdonarle: que los haya escuchado muy bien, ¡pero sólo en los panfletos!? Y que, por otro lado, haya escrito el Viaje, es decir, la obra maestra con la que la izquierda soñaba pero que, por desgracia, no fue escrita por un escritor de “izquierda”… Me pregunto entonces si las razones por las cuales Céline fue masivamente rechazado no son en definitiva, más que políticas, literarias. Y Céline lo sospechaba, sin dudas, puesto que escribía en 1946 a un abogado danés:

Entre tanto odio del que soy objeto, debo contar con aquel de casi todos los literatos franceses, jóvenes o viejos, raza diabólicamente envidiosa que nunca me perdonó mi entrada en escena tan repentina, tan brillante en la literatura francesa. Esos sólo respirarán el día en que sea ejecutado. Desde su publicación, el Viaje al fin de la noche les impide positivamente respirar y vivir. Me encuentro un poco en la misma situación que Manet y Monet después de su descubrimiento del impresionismo. Diez mil pintores de la época hubieran estado perfectamente dispuestos a asesinarlos, e incluso el público, sólo que ellos no han dado en vida buenos motivos de asesinato. ¡Y yo he sido lo bastante tonto como para darlos, todo está allí! Desde la publicación del Viaje, yo me convertí en objeto de todos los requerimientos y amabilidades de los diversos partidos políticos. El Partido Comunista, en ese aspecto, se mostró particularmente acuciante.

Y en otra carta de 1950, Céline escribe:

¡Los revolucionarios y los anarquistas son, tanto en estilo como en pensamiento, por desgracia, siempre, conservadores endemoniados y frenéticos, es algo clásico!

Es así cómo la aventura de Céline, de la que sólo podemos reprobar el antisemitismo, viene también a juzgar las ilusiones políticas del siglo XX. El proceso que organiza su obra es un proceso que se apoya ante todo en la estética. Céline comenzó dando la apariencia de hacer una literatura militante, mientras que se trataba de una literatura que no creía en nada y no abogaba por ninguna modificación política. Los pensadores de izquierda creyeron que Céline, hablando desde el interior del proletariado, iba a comprometerse y entregar un mensaje. Así, Aragón se apresuró a conminar a Céline a elegir el campo. “Es necesario que usted salga de su agnosticismo”, le escribe luego del Viaje. Aragón quiso ponerle la sotana comunista a Céline, pero Céline permaneció laico, al menos desde ese punto de vista, ya que sabemos que finalmente eligió la otra “Iglesia”, la otra religión, la maldita, la antisemita. La obra de Céline me hace siempre pensar en los efectos que produce el Polo Norte, que vuelve locas a las brújulas… Céline enloquece a las brújulas políticas y literarias, que pierden el sentido de las direcciones, la del norte y la del sur, la de la derecha y la de la izquierda.

F.L.: En este mismo orden de ideas, usted también ha dejado en evidencia la distancia que a la vez separa y une a Céline de la corriente oculto-positivista.
Ph.M.: No hay que olvidar que al final del siglo XVIII, las Luces son inseparables del Iluminismo. Lavater, Mesmer, Louis-Claude de Saint-Martin, no se mantienen apartados del gran discurso de la Razón. Y en el siglo XIX, cuando la religión cristiana ha dejado de garantizar una ley fundada en la institución, cuando toda certeza simbólica ha desaparecido, se vuelve a lo que la Iglesia católica había reprimido, esto es, los cultos paganos. Se abrió un abismo que fue necesario llenar, y el culto a la Madre o a los Muertos vuelven, como siempre, a hacer las veces de creencia. Las aventuras biográficas de los escritores se vuelven entonces esclarecedoras. Michelet, nacido en una iglesia secularizada, le canta a la Bruja, rinde culto a la Naturaleza y a los animales, y finalmente completa su Diario con notas sobre las defecaciones y las reglas de su mujer. Victor Hugo, que ignoraba si había sido bautizado o no, y que debió obtener un falso certificado de bautismo con Lamennais, terminó por convocar a su mesa espiritista a los espíritus de los grandes muertos en el momento en que se afirma como profeta del porvenir socialista. Son escritores descristianizados, y por consiguiente, desjudaizados, los que escribirán La fin de Satan, Spiridion (George Sand), Spirite (Théophile Gautier), Séraphîta (Balzac), etc. Hubo escritores, y no de los peores, que estuvieron tentados de considerarse magos. Helena Blavatski traduce teosóficamente la clave escondida de este ocultismo, repitiendo que todas las religiones vienen a ser lo mismo, ¡salvo la judía! El horizonte lógico de esta tendencia sincrética es a menudo el antisemitismo o al menos el antijudaísmo. Lo oculto tiende a afirmar nuestra posibilidad de perfecta armonía con el mundo, mientras que la religión judeocristiana, desde su primer episodio bíblico, sólo habla de exclusión, de desarmonía, de separación y de exilio. La unión que lo oculto y el positivismo buscan (como en Auguste Compte al final de su vida) se hace necesariamente alrededor de una víctima fundadora, a saber, el judaísmo, que siempre piensa doble: el mal y el bien, el hombre y la mujer, Dios y los hombres. El ocultismo o el teosofismo dicen por el contrario que en el origen estaba la fusión, la comunión generalizada, la armonía, lo andrógino… Y la religión judía es la que siempre amenaza esta armonía fantasmática introduciendo una fractura.

F.L.: Estos análisis usted los desarrolla en Le XIXe à travers les âges (1984). ¿Qué le interesa particularmente del siglo XIX?
Ph.M.: Observar en él hasta qué punto el establecimiento, el nacimiento lento y confuso de la ideología dominante del siglo XX, el socialismo, sólo pudo producirse apoyándose en el retorno más o menos camuflado, negado, del ocultismo y de todos los temas de la vieja magia modernizada bajo el nombre de teosofía… Como si hubiera sido necesario lo oculto para interpretar el papel de acelerador invisible, emocional, del socialismo… La frontera entre ocultismo y socialismo es absolutamente porosa, móvil, frágil… Están aquellos, como Allan Kardec, que fueron del socialismo hacia el ocultismo; están aquellos que hicieron lo contrario, como Hugo. La cohabitación es llamativa, permanente y, para decirlo de una vez, comprometedora. Eso es, desde mi punto de vista, el siglo XIX. El porvenir de la ciencia y el retorno de las ilusiones (Renan adoraba la novela oculto-socialista de Sand, Spiridion). El porvenir de la ciencia por el retorno de las ilusiones; el porvenir de las ilusiones científicamente confirmado… Mesas espiritistas, nigromancia, Panteón, técnica. Y hoy: técnica, progreso, era de Acuario, extraterrestres, astrología… En este stock decimonónico confuso y mal visto, es donde, a mi juicio, el siglo XX no ha dejado de abrevar, incluso sin darse cuenta, contándose historias de “rupturas” o de “cortes”.

F.L.: Y Céline, a la vez, va a apropiarse y a hacer estallar esta herencia oculto-positivista.
Ph.M.: Céline ha puesto en escena a dos personajes, al positivista Courtial des Pereires, en Muerte a crédito, y al ocultista Herve Sosthène de Rodiencourt, en Guignol’s Band. Esas son las dos maneras de representar las dos grandes tendencias del siglo XIX, la mano derecha y la mano izquierda que, cuando se juntan, no hacen otra cosa que intentar estrangular… ¿qué cosa? El pasado cristiano y, más profundamente, desde luego, el judaísmo… En las primeras páginas de Guignol’s Band, Céline habla por otra parte de los judíos en términos ocultistas, y cuando es antisemita, es también ocultista y positivista-socialista. Es necesario el encuentro de esas dos tendencias para que haya persecución. Courtial y Sosthène son ironizados, ridiculizados, guiñolizados, y pienso entonces que Céline, a pesar de todo, es absolutamente lúcido en cuanto a este oculto-positivismo.

F.L.: Uno pensaría que no va a caer en el defecto que ataca, y sin embargo…
Ph.M.: ¡Y sin embargo! ¡Ése es todo el problema, ese “sin embargo”!… Y en este punto las cosas son delicadas, difíciles de expresar. Céline, a lo largo de su obra, no deja de afirmarse cada vez más fuera del mundo, muerto en cierto modo, libre, desapegado… Es decir, necesariamente desapegado de las pasiones naturalmente humanas, muy humanas, como el antisemitismo… Yo creo que él fue mucho más lejos en esta postura, en este estatuto de fantasma, de muerto, de espectro, de ángulo muerto de la especie, de otro con relación al mundo… ¿Muy lejos, quizá, para permanecer eternamente en esta soledad? En todo caso, me parece que, con sus panfletos, él quiso romper esta situación, “resucitar” en cierto modo, sentirse de nuevo “vivo” en la comunidad… ¿Y qué mejor manera de sentirse mejor con respecto los otros que persiguiendo? Fue lo que sucedió, desgraciadamente. Y de cierta manera, si hay una moral a desprender de su “aventura”, es una moral del desapego, ya que el desapego, al fin de cuentas, es lo que está más lejos del riesgo de la persecución… Digamos que es la moral mínima que se puede deducir de esta aventura. ¿No es exaltante, esta aventura? Habría que hacer la cuenta de los cadáveres producidos por todas las grandes “exaltaciones” de la Historia…

F.L.: Encontramos ahí al Céline del final, el Céline metafísico, “fantasma que vuelve para redimirse por la palabra”, como usted escribe en su libro.
Ph.M.: Yo creo Céline es de una profundidad literaria todavía desconocida. Él ha cambiado varias veces de estilo y varias veces reinventado su propia lengua. El estilo de sus novelas de posguerra es totalmente nuevo en relación con el de las precedentes. Después de la guerra, Céline está verdaderamente “muerto”, totalmente rechazado. Si él hubiera querido volver a ser aceptado por la sociedad, debería haber hecho una autocrítica. Ahora bien, sabemos que él no la hizo nunca, lo que por otra parte es preferible porque no habría sido creíble. Hace lo mejor, a mi juicio. Él, el perseguidor de los judíos, logró realizar la única epopeya novelesca de los perseguidos de la guerra del 40 que se conoce en la literatura moderna. La trilogía alemana, con las dos Féerie pour une autre fois, que se unen como una suerte de extenso prólogo. Historia y lengua de la tragedia de la Segunda Guerra mundial. Lengua de las deportaciones y las concentraciones. Lengua de las masacres. Y Céline, archiconvencido, en los tachos de basura de la Historia, logra la suprema proeza literaria de dar a su época su única expresión conocida. Céline quería ponerle como título al primer libro que escribió después de la guerra “La batalla de la Estigia”. Y para cada uno de sus últimos libros, siempre pensará en utilizar ese título, pero siempre renunciará. Para mí, ese proyecto que siempre vuelve es sintomático porque prueba que él se vio con mucha lucidez en la única posición que le quedaba: la de Caronte, el psicopompo, el barquero de almas. Céline embarca a todo el género humano en su “barca”, sus trenes de la Segunda Guerra, y más generalmente en el “metro emotivo” de sus novelas. Los últimos libros me hacen pensar en ese fragmento del fresco del Juicio Final en la Capilla Sixtina, donde Miguel Ángel representó a Caronte, abajo, haciendo subir a los condenados en su barca a grandes golpes de remo… Embarco. No hacia Cíteres, sino hacia la noche, el infierno, el “otro lado de la vida”, como decía el epígrafe del Viaje. Céline deviene el barquero de las multitudes humanas y así resucita en la literatura. Se convierte en el que atraviesa el Leteo, el barquero del río del olvido, aquel que encontró el paso… La parábola del “muerto”, “liberado” o “desapegado”, deja de ser una metáfora cómoda para volverse el único estatuto posible, quizá, de quienquiera escribir en este siglo de masacre. Céline, a su manera, aplica verdaderamente in extremis lo que decía Kafka de la literatura: “Escribir es dar un salto fuera de la fila de los asesinos”. Quizá sólo se puede dar el salto fuera de la fila de los asesinos “muriendo”. “Muriendo” para el mundo que, uno no quiere creerlo pero es así, no tiene nada que ver con la literatura. La literatura es esta barca sobre el oleaje nocturno con la cual sueña Céline cerca de su fin. ¡El embarco, el esquife! El barco cargado de jaurías humanas, listo a zarpar, a dejar las orillas para alejarse hacia la Estigia. Céline insistió en que su gran aventura, su gran pasión, había sido el estilo.

F.L.: El estilo, ¿es el hombre?
Ph.M.: En el caso que nos ocupa, la Estigia es Céline. Todos creen que sólo ha escrito el Viaje y los panfletos y después nada más. Casi nadie ha leído sus últimas novelas. Que están pues muy avanzadas aún para nuestra época, para nuestra “modernidad”… Que nos aguardan. Que no queremos leer quizá porque no queremos saber lo que ha sucedido, exactamente, en el siglo XX. El estilo es el hombre, se dice. Y Lacan ha completado, como sabemos: el estilo es el hombre a quien uno se dirige… Bueno, en el caso de Céline, esto para diferenciar bien al sujeto del inconsciente del sujeto soberano de la escritura; en el caso de Céline, entonces, el estilo es el hombre, a secas, ¡y sin dejar dirección!
Traducción: Malena Pozzi

martes, 4 de octubre de 2011

Este lenguaje

Por Esteban Bertola


La dificultad que encuentro al momento de referirme a la obra de Leónidas Lamborghini tiene que ver con el carozo del asunto –que va a seguir siendo un misterio–: cómo referirme a una obra que sólo se deja hablar con un lenguaje propio. Como si la frase de Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” fuera llevada al extremo de la extralimitación, inventando lenguaje y mundo al mismo tiempo. Un carozo que podría ser la respuesta del Sabio Negro a la pregunta del Blanco: “¿Cuál es el canto del canto?”, en la payada de los dos sabios. ¿Cuál es el canto del canto?
En ese mundo, el lenguaje habla, como decía Leónidas: el poeta se vuelve instrumento del instrumento. Para referirse a las reescrituras al lector no le queda otra que entregarse a esa corriente de lenguaje y a esa sintaxis violenta, violentada o violada ( porque también es muy difícil fijar cualquier impresión de lectura: el conejo yéndose, siempre se escapa, “como el fantasma de la vida de Melville: no lo agarrás”, y esto porque, además, como dijo Lamborghini ,“cada libro nuevo es una crítica del anterior”: reescribe, modifica, se reinventa), con lo que el movimiento que tiene que hacer el que lee es, en este caso, el mismo que hizo su autor en la escritura. Se repite el juego, se multiplica o se eleva a alguna potencia infernal. Otra vez la multiplicación: responder a la distorsión con más distorsión. Cuando Leónidas dice que el poeta que reescribe –llámeselo parodista o riseñor canalla– a partir del trabajo con la reescritura devela aquello que el modelo oculta o sublima y que lo que primero se devela son las debilidades, o sea la impostura del modelo (que llega hasta las mayores atrocidades, “la amarga verdad” como cita de Diderot), a mí me invita a una lectura por la que respiro y no a una lectura que asesina en clasificaciones algunas más vacías que otras, otras más simplificadas que algunas (que tendrán origen en saqueos para el propio molino –no precisamente por parte de los aqueos–), y que también me permite echar luz (no de lamparita) sobre el infantilismo de considerar como “lo mismo pero con agregados” ese trabajo de escucha permanente (como el de los personajes de Sexton y Blake que apoyan la oreja en las tapas del libro) del poema, la línea, la sílaba, el susurro del lenguaje, el dictado, el tiempo que corre y se escapa en esas líneas en el intento de perpetuar el instante, la oreja vuelta sobre sí misma con la capacidad de aplicar ahí también esa lectura que cuenta con la virtud de reírse de sí misma, y encima cuando toda la vida está puesta en eso, como si esas líneas: “vivir sin esperanza/ en el deseo de encontrar una voz” y lo que agrega Leónidas: “la búsqueda de una voz, eso es lo que recorre la obra de un escritor, intenta acá, tantea allá, para los que no la tenemos…” (humildad y grandeza aparte), como si eso solo no volviera también infantiles los argumentos que intentan fijar la figura de Leónidas o su poética o su obra en algún estante de granito.
Es decir, hay libros que cambian la vida, que la traumatizan para siempre. Los libros de Leónidas para mí pertenecen al conjunto de esos libros. El mundo y la vida, y por extensión, la poesía, los poemas y el lenguaje, quedaron transformados para siempre después de esa experiencia. El reverso del lenguaje se vuelve tan de este lado que: es antes lenguaje la voz del solicitante descolocado, del saboteador arrepentido, de Vincent o de Pablo, que el lenguaje. Es como frotar la lámpara de Aladino, el demonio del lenguaje se libera del encierro con la primera lectura. A mí me pasó así, el primer poema que leí fue “La canción del pájaro cantor” que figura en Verme, donde aparecen por primera vez las reescrituras de Discépolo. Una vez suelto el demonio, hay tela para toda la vida, del derecho del revés y más allá, sigue en el boquete por el que sale el conejo.

Leído en la presentación de El genio de nuestra raza. Las reescrituras, de Leónidas Lamborghini (Ediciones Stanton), el 9 de septiembre de 2011.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Mea culpa*

Por Louis-Ferdinand Céline
  

Todavía me faltan algunos odios. Estoy seguro de que existen.


Lo que seduce en el Comunismo, la inmensa ventaja a decir verdad, es que nos va a desenmascarar al Hombre, ¡al fin! Quitarle las “excusas”. Hace siglos que nos encubre, él, sus instintos, sus sufrimientos, sus miríficas intenciones… Cómo nos hace soñar… ¡Imposible saber hasta qué punto el idiota éste puede mentirnos!… Es el gran misterio. Siempre permanece bien a un costado, cuidadosamente oculto, detrás de su coartada. “La explotación por el más fuerte.” Irrefutable… ¡Mártir del aborrecido sistema! ¡Un verdadero Jesucristo!

“¡Yo soy! ¡tú eres! ¡él es! ¡nosotros somos explotados!”

¡Ya se va a acabar la impostura! ¡La abominación va a volar por el aire! ¡Rompe tus cadenas, Populacho! ¡Levántate, zanahoria!… ¡Esto no puede durar para siempre! ¡Que al fin te vean! ¡Tu linda cara! ¡Que te admiren! ¡Que te examinen! ¡de punta a punta!… ¡Que descubran tu poesía, que finalmente puedan amarte por lo que en realidad eres! ¡Mucho mejor, por Dios! ¡Mucho mejor! ¡Cuanto antes mejor! ¡Mueran los patrones! ¡Rápido! ¡Esa escoria podrida! ¡Juntos o de a uno! ¡Pero pronto! ¡súbito! ¡ya! ¡Ni un minuto de gracia! ¡De una muerte bien dulce o bien atroz! ¡Me da igual! ¡Me estremezco! ¡Ni un centavo para reconciliar a la raza entera! ¡Al matadero, chacales! ¡A la cloaca! ¡Inmediatamente! ¿Le negaron alguna vez, ellos, monstruos peludos, un solo rehén miserable al rey Beneficio? ¡Jamás! ¡Jamás! ¡Nunca! ¿Hay algunos rezagados?…  ¡Despacharlos al voleo! ¡A otra cosa mariposa! ¡Es la guerra! ¡En todos los frentes! ¿Con qué fin?… ¡Ni siquiera son divertidos! ¡Increíblemente torpes y estúpidos! ¡Para que hagan reír hay que ponerlos cabeza abajo!

Los privilegiados, por mi lado, no se me humedecerán ni un poco los ojos, lo juro, por su inmunda carroña… ¡Ah! ¡No! ¿Prórrogas? ¡Basta! ¡Sin remordimientos! ¡Ni una lágrima! ¡Ni un suspiro! ¡Un puntito! ¡Ya está, sí! ¡Es el Ángelus! ¿Su agonía? ¡Qué dulzura! ¡Una golosina! ¡Yo quiero! ¡Me considero en todo mi derecho!…

            ¡Te aplastaré, carroña! ¡una noche fea!
            ¡Te haré en cada ojo un gran agujero negro!
            ¡Tu alma de cerdo en la danza! ¡Saldrá corriendo!
            ¡Verás esa bella asistencia!…
            ¡En el Horno-Cementerio de los Bonachones!

¡Estas coplas briosas me bailan en el coco! ¡Se las ofrezco además a todos con la música! ¡“El Himno al Matadero”, melodía incluida! ¡No falta nada!…

            ¡Está todo bien! ¡La cosa marchará!
            ¡Uno se va! ¡El más bonito!
            ¡Vienen dos!

¡Así cantaban nuestros alegres constructores de puentes de antaño! ¡Pataleemos! ¡Pataleemos! ¡Pateemos fuerte! ¡Esta pertinente infección! ¡Hay que matar a toda la raza! Nunca desde los tiempos de la Biblia se abatió sobre nosotros un flagelo más hipócrita, más obsceno, más degradante en todo sentido, que el pegajoso dominio burgués. ¡Clase hipócritamente tiránica, codiciosa, rapaz, mentirosa en bloque! ¡Moralizante y prostituida! ¡Impasible y llorona! De hielo ante la desgracia. ¿Más insaciable? ¿más apestosa en sus privilegios? ¡Imposible! ¿Más mezquina? ¿más anémica? ¿más apasionada en riquezas vacías? En fin: podredumbre perfecta.

¡Viva Pedro I! ¡Viva Luis XIV! ¡Viva Fouquet! ¡Viva Gengis Khan! ¡Viva Bonnot! ¡la banda! ¡y todos los otros! ¡Pero para Landru no hay excusas! ¡En todo burgués hay un Landru! ¡Eso es lo triste! ¡irremediable! El 93, para mí, son los lacayos… ¡lacayos textuales, lacayos de palabra! lacayos de pluma que una tarde entran en el castillo, locos de envidia, delirantes, envidiosos, plagian, revientan, se instalan y cuentan el azúcar y los cubiertos, las sábanas… ¡Cuentan todo!… Continúan… Nunca pudieron detenerse. La guillotina es una boletería… ¡Contarán el azúcar hasta el día de su muerte! Los terrones, fascinados. Se los puede matar a todos ahí mismo… Están siempre en la cocina. ¡Nada que perder! Se los huele de lejos, intelectuales, impresionistas confusionistas tendenciosos, charlatanes de izquierda, de derecha, en el fondo de su alma de mierda todos ferozmente conservadores, dosificadores de finas argucias; todos rellenos de segundas intenciones. ¡Con que vean el vino alcanza! Van adonde uno quiera, siguiendo el olor de la inmunda prebenda, la perspectiva del caballete… ¡No son ellos los que redimirán la imbecilidad titanesca, la roña cromada de las bestias! Putas de raza, se arrastran… ¡A las cañerías entonces la ralea!… ¡Que no se hable más!… Los otros de enfrente, lo mismo, penetrados, “reparadores de errores” a 75.000 francos por año.

Hacerse ver al lado del pueblo, en los tiempos que corren, es un “seguro de bolsillo”. Sentirse un poco judío es un “seguro de vida”. Todo bien comprensible.

¿Qué diferencia hay, yo no la veo, entre las Casas de la Cultura y la Academia Francesa? El mismo narcisismo, la misma miopía, la misma impotencia, la misma cháchara, el mismo vacío. Otros tópicos, apenas, eso es todo. Se conforman, se masturban, machacan, aquí y allá, exactamente.

¿La gran limpieza? ¡Cuestión de meses! ¡Cuestión de días! ¡Ah! ¡Sí! ¡Pronto se hará!… ¡Alégrense!… ¡Tiren petardos!

¡La guillotina es fácil! ¡El degüello de la clase entera! ¡Se derriban puertas ya abiertas! ¡Y encima completamente carcomidas! ¡Fusilar a los privilegiados es más fácil que matar perdices! ¡Es la gloria natural! ¡La venganza de los “débiles”! ¡La compensación mil veces justa! ¡La recuperación de todos los miserables! ¡Okay!

¡Mierda! ¡Digámoslo! ¡No es pasarse de la raya!… ¡Es todo bien normal! ¡Hasta la médula!

            ¡A boletear a los ricos!
            Tra-tra-tra
            ¡A romperles el culo!
            ¡Viva el ruido del cañón!
            ¡Bum!

¡Eso es lo principal! ¡Una buena cosa!… ¡El proleta libre! ¡Para él todos los instrumentos, desde la flautita al tambor!… ¡La bella usina ¡Las minas! ¡Con la salsa! ¡La torta! ¡El banco! ¡Vamos! ¡Y los viñedos! ¡y las cárceles también! ¡Brindemos! ¡Todo cae! ¡Al fin solos! ¡De tripas corazón! El proleta al fin dueño de todas las felicidades del rebaño… ¡Minero! ¡la mina es tuya! ¡Desciende! ¡Ya nunca volverás a hacer una huelga! ¡Ya nunca te quejarás! ¡Si ganas 15 francos por día, esos francos serán tuyos!

En seguida, hay que reconocerlo, todo se va al carajo. Apesta también un poco el lacayo. Tiene, el hombre de base, el gusto de la maledicencia… ¡Es venal, no hay nada que hacer! Tiene todos los viles instintos de cincuenta siglos de servidumbre… Se rehacen rápido, estos alcahuetes, en libertad… ¡mucho mejor que antes! ¡Cuidado! ¡Cuidado!… ¡que sea la gran víctima de la Historia no significa que sea un ángel!… ¡En lo más mínimo! ¡Y sin embargo, ése es el prejuicio, el grande, el bien establecido, duro como el hierro!…

“¡El Hombre es lo que come!” ¡El astuto de Engels encima había descubierto eso! ¡Mentira colosal! El Hombre es algo muy distinto, una cosa mucho más turbia y asquerosa que la cuestión de “comer”. ¡No hay que verle sólo las tripas sino también su lindo cerebrito!… ¡Hay mucho por descubrir!… ¡Para que cambie habría que adiestrarlo! ¿Es adiestrable, el hombre?… ¡No va a ser un sistema el que lo adiestre! ¡Se las arreglará siempre para eludir todos los controles!… Se escapa con evasivas… ¡Es un experto! ¡Imposible agarrarlo con las manos en la masa! ¡A quién le importa, además! ¡La vida es demasiado corta! ¡Cualquiera habla de moral! Hablar te da aires, te disimula. ¡Todos los cerdos son predicadores! ¡Cuánto más viciosos son, más hablan! ¡Y aduladores! ¡De sí mismos!… ¿El programa del comunismo? a pesar de las negaciones: ¡enteramente materialista! ¡Reivindicaciones de un animal para uso de los animales!… ¡Comer! ¡Miren la jeta hinchada del gordo Marx! Pero si al menos comieran… ¡en realidad es todo lo contrario! ¡El pueblo es Rey!… ¡Y el Rey ayuna! ¡Tiene todo! ¡Pero le falta la camisa!… Hablo de Rusia. En Leningrado, alrededor de los hoteles, a los turistas les quieren comprar todo, de los pies a la cabeza, de la camiseta al sombrero. El individualismo innato dirige toda la farsa, a pesar de todo, arruina todo, corrompe todo. Un egoísmo rabioso, acerbo, mascullado, invencible, penetra, corrompe esa atroz miseria, supura a través de ella, la vuelve más apestosa todavía. Los individualismos en “manojo”, pero desunidos.

Si la existencia comunista es la existencia en música; más exasperante, sucia y asquerosa que la de por acá, entonces todo el mundo tiene que bailar, no más rengos a la rastra.

            El que no baila
            Reconoce por lo bajo
            Alguna desgracia…

Es el fin de las vergüenzas, del silencio, de los odios y las peleas a muerte, una danza para toda la sociedad, absolutamente toda. Ni un solo paralítico social, ni uno solo que gane menos que los otros, que no pueda bailar.

Para el espíritu, para la alegría, en Rusia, existe la mecánica. ¡La verdadera tierra prometida! ¡La salvación! ¡El hallazgo providencial! ¡Hay que ser un “Intelectual” apasionado de las Bellas Artes, encerrado en una bolsa durante siglos, rodeado de algodones, de los papeles más bellos del mundo, pequeña uva frágil y madura en el amanecer de viñedos burocráticos, fruto delicado de las contribuciones, delirando de Irrealidad, para engendrar, sin errores, esa fenomenal superchería! La máquina, a decir verdad, ensucia, condena, mata todo lo que se le acerca. ¡Pero tiene “buena prensa”, la Máquina! Hay “proletarios”, hay “progreso”, hay “trabajo”, hay “base”… Las masas se vuelven locas… Hay conocedores instruidos, simpatizantes… Se exagera la cosa… Se hacen recomendaciones… Las válvulas pedorrean… “¡Yo estoy! ¡Estamos en la ‘línea’! ¡Viva el gran Relevo! ¡No nos falta ni un bulón! ¡La orden viene del fondo de las oficinas!” ¡Todo el combustible a las máquinas! ¡Todas las mentiras disponibles! ¡Durante ese tiempo no van a pensar!…

¡Como Resurrección es fenomenal!… La máquina es la infección misma. ¡La derrota suprema! ¡Una mentira tremenda! ¡Un embuste! La máquina mejor calibrada jamás liberó a nadie. ¡Embrutece al Hombre más cruelmente, eso es todo! Fui médico en la Ford, sé de lo que hablo. ¡Todas las Ford se parecen, soviéticas o no!… Apoyarse en la máquina es solamente una excusa más para seguir con las cretinadas. ¡Es eludir la verdadera cuestión, la única, la íntima, la suprema, la que está en el fondo de todo buen hombre, en su carne misma, en su cabezota, y no afuera!… El verdadero desconocido de todas las sociedades posibles o imposibles… Nadie habla nunca de eso, ¡no es “política”!… ¡Es el Tabú colosal!… ¡La cuestión “última” prohibida! De pie, en cuatro patas, acostado, boca abajo, el Hombre sólo tuvo, en el aire y en la tierra, un verdadero tirano: ¡él mismo!… Nunca tendrá otros… Quizás sea una lástima… Eso lo hubiera adiestrado, vuelto finalmente social.

Desde hace siglos que se lo masturba, que se elude su verdadero problema para luego hacerlo votar… Desde el fin de las religiones, es a él a quien se le ponen inciensos y a quien se lo emborracha a morir con taradeces. ¡Él es la Iglesia entera! ¡Ya no ve claro, es evidente! ¡Está listo! ¡Cree en todo lo que le cuentan siempre y cuando lo halaguen! ¡Entonces dos razas bien distintas! ¿Los patrones? ¿Los obreros? ¡Es artificial 100 por 100! ¡Es cuestión de suerte y de herencias! ¡Suprímanlas! verán que eran lo mismo… Digo lo mismo y listo… Se darán cuenta…

La política ha podrido al Hombre mucho más profundamente en los tres últimos siglos que durante toda la Prehistoria. En la Edad Media estábamos más cerca de estar unidos que ahora… un espíritu común cobraba forma. La mentira tenía un halo de poesía, era más íntima. Eso ya no existe.

El Comunismo materialista es la Materia antes que nada y cuando se trata de materia nunca triunfa lo mejor, siempre es lo más cínico, lo más tramposo, lo más brutal. ¡Miren pues en esta u.r.s.s. cómo la plata volvió rápido a hacer de las suyas! ¡Cómo el dinero reencontró enseguida toda su tiranía! ¡y encima al cubo! ¡Con tal de que lo halaguen el Populacho agarra todo! ¡se traga todo! ¡Allá se ha vuelto repugnante de pretensión, de suficiencia, a medida que se lo hacía descender más profundo en la mierda, que se lo aislaba más! Un fenómeno espantoso. ¡Y cuanto más desgraciado es, más fanfarrón se vuelve! Desde el fin de las creencias, los jefes exaltan todos sus defectos, todos sus sadismos, y sólo lo dominan con sus vicios: la vanidad, la ambición, la guerra, la Muerte en una palabra. ¡El truco es bellamente precioso! ¡Han retomado todo eso al décuplo! ¡Lo revientan con la miseria, con su amor propio también! ¡Primero la vanidad! ¡La pretensión mata como todo el resto! ¡Mejor que todo el resto!

La superioridad práctica de las grandes religiones cristianas es que no doraban la píldora. No intentaban aturdir, no buscaban el elector, no sentían el deseo de complacer, no meneaban el culo. Agarraban al Hombre en la cuna y le decían la verdad de entrada. Lo informaban sin ambages: “Tú, podredumbre informe, vas a ser siempre una basura… Desde el nacimiento no eres más que mierda… ¿Me entiendes?… ¡Es una evidencia, el principio de todo! Sin embargo, tal vez… tal vez… mirando bien de cerca… todavía tienes una pequeña oportunidad de hacerte perdonar por ser tan inmundo, excrementicio, increíble… Tienes que poner buena cara a todas las penas, pruebas, miserias y torturas de tu breve o larga existencia. En perfecta humildad… ¡La vida, cerdo, no es más que una áspera prueba! ¡No decaigas! ¡No le busques la quinta pata al gato! ¡Salva tu alma, que ya es algo! Quizás al final del calvario, si eres extremadamente regular, un héroe ‘en cerrar el pico’, morirás según los principios… Pero no es seguro… un poquito menos pútrido al espichar que al nacer… y cuando entres en la noche más respirable que el alba… ¡Pero no te la creas! ¡Eso es todo! ¡Presta atención! ¡No sueñes con grandes cosas! ¡Con un sorete como máximo!…”

¡Eso sí que estaba bien dicho! ¡Por los verdaderos padres de la Iglesia! ¡Que conocían su utensilio! ¡que no se hacían ilusiones!

La gran pretensión a la felicidad… ¡ésa es la enorme impostura! ¡Ella es la que complica toda la vida! La que vuelve a la gente venenosa, crápula, insoportable. No hay felicidad en la existencia, hay desgracias más o menos grandes, más o menos tardías, estridentes, diferidas, solapadas… “Con gente feliz es que se hacen los mejores condenados.” El principio del diablo se sostiene. Tenía razón como siempre, al fijar al Hombre a la materia. No tardó mucho. En dos siglos, completamente loco de orgullo, dilatado por la mecánica, se ha vuelto imposible. ¡Así lo vemos hoy, azorado, saturado, ebrio de alcohol, de gasolina, desafiando, pretencioso, al universo con un poder en segundos! Pasmado, desmesurado, irremediable, mezcla de carnero y de toro, hiena también. Encantador. El culorroto más miserable se ve Júpiter en el espejo. Ése es el gran milagro moderno. Una fatuidad gigantesca, cósmica. La envidia mantiene al planeta furioso, con tétanos, en sobrefusión. Lo contrario de lo que desearíamos. A la primera palabra todo creador se encuentra en el presente aplastado por los odios, triturado, vaporizado. El mundo entero se vuelve crítico, es decir horriblemente mediocre. Crítica colectiva, torva, servil, obtusa, esclava absoluta.

Rebajar el Hombre a la materia es la ley secreta, nueva, implacable… Cuando se mezclan al azar dos sangres, una pobre, otra rica, nunca se enriquece a la pobre, se empobrece siempre la rica… Todo lo que ayuda a extraviar a la masa embrutecida por los halagos es bienvenido. Cuando las trampas ya no son suficientes, cuando el sistema explota, ¡se recurre entonces a la mano dura! ¡a la metralleta! ¡a los bombones!… ¡llegada la hora sacan a relucir todo el arsenal! ¡con el gran optimismo de las últimas Resoluciones! Masacres por miríadas, todas las guerras desde el Diluvio tuvieron como música el Optimismo… Todos los asesinos ven el futuro color de rosa, es parte del oficio. Así sea.

Es comprensible que estuvieran hartos de una vez por todas de la miseria, los hombres agobiados, ¡pero la miseria es el accesorio en la Historia del mundo moderno! El más bajo orgullo negativo, la fatuidad vacía, la envidia, el ansia de dominación, obsesionan, acaparan, recluyen a todos los hipócritas en el loquero, el enorme Lazareto del mañana, la Cuarentena socializante.
¡Populacho, presta atención! ¡Eres supremo! ¡Te liberaste como persona! ¡Eres más libre, compárate, que los siervos de enfrente! ¡En la otra prisión! ¡Mírate en el espejo! ¡Un vasito para las ideas! ¡Vota por mí! ¡Populacho, eres víctima del sistema! ¡Te voy a reformar el universo! ¡No te ocupes de la naturaleza! ¡Estás hecho todo en oro! ¡que te lo repitan! ¡No te reproches nada! ¡No reflexiones! ¡escúchame! ¡Yo quiero tu felicidad verdadera! ¡Te voy a nombrar Emperador! ¿Quieres? ¡Voy a nombrarte papa y Dios! ¡Los dos al mismo tiempo! ¡Bum! ¡Listo! ¡Saquen la foto!

¡Allá, de Finlandia a Bakou el milagro se produjo! No se puede decir lo contrario. ¡Ah! Se enferma, Proleta, con ese vacío a su alrededor, repentino. Todavía no se acostumbró. ¡Es grande un cielo para él solo! ¡Hay que descubrir rápido la cuarta dimensión! ¡La verdadera dimensión! La del sentimiento fraternal, la de la identidad del prójimo. Ya no puede agobiar a nadie… No hay más explotadores que liquidar…

“Todas tus penas serán las mías…” y el Hombre, más se comprime y se complica, más se aleja de la naturaleza, más penas padece, forzosamente… Por ese lado, por el lado del sistema nervioso, no puede ir sino de mal en peor. Por encima de todo, el Comunismo comparte, incluso más que las riquezas, todas las penas. Siempre habrá, es fatal, es la ley biológica, el progreso no cambiará nada, al contrario, muchas más penas que alegrías para compartir… Y siempre, siempre más… El corazón sin embargo no se mete. Es difícil hacerlo decidirse… Refunfuña… Se escabulle… busca excusas… Presiente… ¡Es un caos, automáticamente! Un sistema comunista sin comunistas. ¡Qué se le va a hacer! ¡Pero que nadie se dé cuenta! ¡El que abra la boca será colgado!…

¡Que vengan entonces las estupideces! ¡Que vengan en nuestra ayuda los supuestos cataclismos! ¡Los enemigos rocambolescos! ¡Hay que ocupar los tablados! ¡Que no dé vuelta la cabaña! ¡Las coaliciones salvajes! ¡Los complots carroñeros! ¡Los procesos apocalípticos! ¡Hay que reencontrar al demonio! ¡Antes que agonice! ¡El chivo expiatorio de todas las desgracias! ¡Embrollar las cosas! Ocultar la dura verdad: ¡que eso no encaja con el “hombre nuevo”! ¡Que todos son igual de canallas que antes!

¡Pero todavía aquí nos divertimos! ¡No estamos obligados a pretender! ¡Todavía somos “oprimidos”! ¡Podemos colocar todo el maleficio del Destino en la cuenta de los bebedores de sangre! El cáncer del “Explotador”. Y luego comportarnos como unas arpías. ¡Acá no pasó nada!… ¿Y cuando ya no tenemos el derecho de destruir? ¿o que ni siquiera podemos protestar? ¡La vida se vuelve intolerable!…

Jules Renard ya lo decía: “No alcanza con ser feliz, es necesario que los otros no lo sean”. ¡Ah! Es un mal momento aquel en el que nos vemos forzados a sobrellevar todas las penas, las de los otros, desconocidos, anónimos, a trabajar enteramente para ellos… ¡Le habíamos jurado a Proleta que eran justamente los otros lo que representaban la mierda, la hiel profunda de todas sus desgracias! ¡Ah! ¡la estafa! ¡la podredumbre! ¡Ya no encuentra a los “otros”!

Sin embargo, se lo encierra cuidadosamente al nuevo elegido de la sociedad renovada… Incluso en “Pierre-et-Paul”, la prisión famosa, los sediciosos de antes no estaban tan bien vigilados. Podían pensar lo que querían. Ahora eso se terminó completamente. ¡Por supuesto que ni hablar de escribir! Está protegido, Proletovich, podemos asegurarlo, detrás de cien mil alambres de púa, ¡el mimado del nuevo sistema! Contra los impuros exteriores e incluso contra los relentes del mundo envejecido. Es él, Proletovich, el que mantiene (a costa de su propia miseria) a la policía más exuberante, más suspicaz, más carnicera, más sádica de todo el planeta. ¡Ah! ¡no se lo deja solo! ¡La vigilancia es impecable! ¡No lo van a secuestrar, a Proletovich!… ¡Sin embargo se aburre!… ¡Eso se ve bien! ¡Muere por salir! ¡Por transformarse en un “ex-tourist” para variar un poco! No volvería nunca más. Es un desafío que puede lanzarse a las Autoridades Soviéticas. ¡Ningún peligro de que lo intenten! ¡No hay de qué preocuparse! ¡No lo intentarán! ¡No les quedaría nadie!

¡Con nosotros podría divertirse, Proletovitch! ¡Todavía hay pequeñas distracciones, curiosas locuras clandestinas, placer en fin! ¡Incluso el explotado al 600 por 100 conservó sus distracciones! ¡Cómo le gusta surgir del trabajo en un smoking completamente nuevo (alquilado), hacer el papel del millonario que toma whisky! ¡Quedar fascinado en el cine! ¡Es burgués hasta el tuétano! Tiene el gusto de los valores falsos. Es un mono. Está corrompido… Es vago de alma… ¡Sólo le gusta lo que es caro! ¡o en su defecto, lo que lo parece! Venera la fuerza. Desprecia al débil. ¡Es fanfarrón, es vano! ¡Pone siempre cara de cretino! Visual ante todo, ¡eso tiene que verse! Va al neón como la mosca. No puede evitarlo. Es oropelado. Se detiene justo al lado de lo que podría volverlo feliz, suavizarlo. Sufre, se mutila, sangra, muere y no aprende nada. Le falta el sentido de lo orgánico. Se aparte de él, le teme, vuelve la vida cada vez más áspera. Se precipita hacia la muerte a grandes golpes de materia, nunca suficientes… El más astuto, el más cruel, el que gana en ese juego, no posee en definitiva sino más armas en la mano, para matar todavía más, y matarse. Así sin límites, sin fin, ¡la suerte está echada!… ¡Jugado! ¡Ganado!
Allá, el Hombre vive a pan duro. Los golpean en todos lados, mira pasar al “Comisario” en su Packard no muy nuevo… Trabaja como en un regimiento, un regimiento para toda la vida… ¡No tiene que abusar ni de la calle! ¡Conocemos sus modales! ¡Sacárselos a palazos!… ¡Sólo el futuro es para él! ¡Como aquí, exactamente!… “Mañana la afeitada será gratis”… ¿Por qué no funciona? ¡Es precisamente el instinto lo que no anda! ¡Es bien simple! En el fondo, reflexionemos en esto, no había necesidad de esperar para repartir las riquezas. Se las podría haber repartido ya en los tiempos agrícolas, al comienzo de los humanos… “Todo para todos”… ¡Es su divisa!

¡Capital! ¡Capital! ¡No hay que rugir más, Proleta, eres tú enterito! ¡De la cima del cráneo a la rabadilla!… ¡Populacho, estás solo! ¡Ya no tienes a nadie que te agobie! ¿Por qué recomienzan las cretinadas?… Ellas remontan espontáneas de tu naturaleza infernal, así que no te hagas ilusiones, ni mala sangre, sponte sua. Vuelta a empezar.

¿Por qué el bello ingeniero gana 7000 rublos por mes, hablo de allá en Rusia, y la mucama sólo 50? ¡Magia! ¡Magia! ¡Somos todos una bosta! ¡allá como acá! ¿Por qué el par de tamangos ya cuesta 900 francos? ¿y un remiendo bien precario (lo he visto) anda en los 80?… ¿Y los hospitales? Dejando de lado ese bello del Kremlin y las salas para el “inturismo”. ¡Los otros son francamente sórdidos! Viven sólo con una décima parte de un presupuesto normal. Toda Rusia vive con una décima parte de un presupuesto normal, salvo la Policía, la Propaganda, el Ejército…

Todo eso es todavía la injusticia disfrazada con un nuevo nombre, mucho más terrible que la antigua, mucho más anónima, calafateada, perfeccionada, intratable, repleta de una miríada de gallinas extremadamente expertas en sevicias. ¡Oh! ¡para proveernos de razones de la derrota canalla, de la estafa gigantesca, la dialéctica falla!… ¡Los rusos engañan como nadie! Sólo hay una confesión que no es posible, una píldora que no se puede tragar: ¡que el hombre es la peor de las basuras!… que fabrica él mismo su tortura en no importa qué condiciones, como la sífilis su tabes… ¡Ésa es la verdadera mecánica, la profundidad del sistema!… Habría que liquidar a los aduladores, ése es el gran opio de los pueblos…

El Hombre es humano más o menos del mismo modo en que la gallina vuela. Cuando le dan una buena patada en el culo, cuando un auto la hace bailar, vuela hasta el techo, pero enseguida repica en el barro y vuelve a picotear la mierda. Es su naturaleza, su ambición. Para nosotros, en la sociedad, es exactamente lo mismo. Sólo dejamos de ser profundamente inmundos cuando sobreviene una catástrofe. Cuando todo se arregla más o menos, lo natural retoma la carrera. Por eso mismo, a una Revolución hay que juzgarla veinte años más tarde.

“¡Yo soy! ¡Tú eres! ¡Nosotros somos! ¡destructores, sabandijas, asquerosos!” Nunca se dirán esas cosas. ¡Nunca! ¡Nunca! Sin embargo, ¡la verdadera Revolución sería la de las Confesiones, la gran purificación!

Pero los Soviets se entregan al vicio, a la mentira artificiosa. Conocen muy bien los  mecanismos. Se pierden en la propaganda. Intentan rellenar el sorete, recubrirlo de caramelo. Ésa es la infección del sistema.

¡Ah! ¡es reemplazado, el patrón! ¡Sus violencias, sus estupideces, sus ardides, todas sus inmundicias publicitarias! ¡Saben cómo maquillar una baratija! ¡No ha tardado mucho! ¡Han subido al estrado los nuevos cafishos!… Ahí están los nuevos apóstoles… ¡Con una buena barriga y bien cantantes!… ¡Gran Revuelta! ¡Ardua Batalla! ¡Pequeño botín! ¡Avaros contra Envidiosos! ¡En eso consistía la lucha! ¡Entre bambalinas se cambiaron la careta!… ¡Neo-topazios, neo-Kremlin, neo-putas, neo-lenines, neo-Jesús! Eran sinceros al principio… ¡Ahora todos comprendieron! (A los que no comprenden: al paredón.) ¡No se equivocan, pero son sumisos!… Si no fueran ellos, serían otros… La experiencia les ha servido… Se mantienen en guardia como nunca antes… El alma ahora está prohibida… ¡Perdida! ¡Ya no hay nada!… Ellos conocen todos los tics, todos los vicios del malvado Proleta… ¡Cómo bebe! ¡Cómo parlotea! ¡Cómo sufre! ¡Cómo alardea!… ¡Cómo denuncia!… ¡Es su naturaleza!… ¡No puede evitarlo!… ¿El proletario? ¡en “casa”! ¡Lee mi periódico! ¡Lee mi chisme, juste ése! ¡No otro! ¡y muerde la fuerza de mis discursos! ¡No vuelvas a ir tan lejos, cerdo! ¡O te corto la cabeza! ¡Se merece eso, no otra cosa!… ¡La jaula!… ¡Cuando se va a buscar a la policía se sabe bien lo que se espera!… ¡Y todavía no termina! ¡Se hará cualquier cosa para no parecer responsables! Se cerrarán todas las salidas. ¡Nos volveremos “totalitarios”! Con los judíos, sin los judíos. ¡Todo eso no tiene importancia!… ¡Lo Principal es matar!… ¿Cuántos terminaron en la hoguera entre los creyentes testarudos de las épocas oscuras?… ¿En la boca de los leones?… ¿En las galeras?… ¿Inquisicionados hasta la médula? ¿Por la Concepción de María? ¿o tres versículos del Testamento? ¡Ni siquiera se los puede contar! ¿Los motivos? ¡Facultativos!… ¡Ni siquiera es necesario que existan!… ¡Los tiempos no han cambiado mucho en ese aspecto! ¡Ya no somos difíciles! ¡Podríamos morir todos por algo que no existe! ¡Un Comunismo de gestos!… ¡Eso no tiene importancia en el punto en el que estamos!… ¡Eso es morir por una idea de la que no entiendo nada!… ¡Somos sin embargo puros sin saberlo!… Pensándolo bien, ¿será tal vez eso la Esperanza? ¡Y el porvenir estético también! ¡Guerras de las que ya no se sabrán sus causas!… ¡Cada vez más formidables! ¡Que ya no dejarán a nadie tranquilo!… en las que morirá todos… que se convertirán en héroes en el acto… ¡y en polvo además!… Se despejará la Tierra… Que nunca ha servido para nada… La limpieza por la Idea…
Traducción: Mariano Dupont

(*) El panfleto Mea culpa fue editado en Éditions Denoël et Steele en 1936 –el mismo año que Muerte a crédito–, luego de un viaje que Céline realizó a la Unión Soviética. La primera traducción al castellano, realizada por Ernesto Palacio, se publicó en 1937, en la editorial Sur, junto con Semmelweis.

miércoles, 27 de julio de 2011

Los paisajes de Sergio Rienzi

Por Ignacio Delgado


Un escritor tiene un solo deber: leer.
José Kozer

Me gusta el poema de Sergio Rienzi porque agarra el lenguaje común, ese que los barrocos actuales, con ese desdén pringoso que tienen por la lenguaje común, confunden con la lengua común, lenguaje que no pueden escuchar porque se embuchan el manual barroco y avanzan en el tren del tópico, se ponen arriba del podio de la lengua española, y hablan, dan clases, y dicen lengua en lugar de lenguaje. Les encanta la lengua que le habla a la lengua. Es más fácil. No hay que rechazar nada. Ellos rechazan desde la lengua. Es la paz perpetua. Ponen la poesía allá, mientras esperan al filósofo que les ordene lo sensible y el pensamiento, y la prosa más abajo, acá, ésa, la cataloga el sociólogo. Pero siempre la sorpresa de una música nueva. Alguien que escribe con el oído. Sergio Rienzi escribe con el oído. Ni ser ni lengua. Oído absoluto. Sólo eso. Sin red. Sergio Rienzi agarra las palabras y las pone a frasear. Pero hay que poner el oído también para leer. El poema no se deja domeñar por esos terrorismos del tipo barthesiano del lector como productor del texto. Escribible/legible. El lector no produce nada. No produce, escucha, y entra en ensoñación. Producir: es lo social. El lector es un tipo arruinado por la adicción a la lectura. Lo dijo Arno Schmidt: “A la mañana, en el tranvía se ven con claridad los estragos que los escritores producen entre nosotros; como nos obligan a aceptar sus reflexiones, los gestos más abyectos”. Y los escritores que se embarcan a buscar lectores que producen son algo así como rentistas de la literatura. Leen siempre el mismo libro. Un signo para descifrar. Hay que insistir con los poemas que resisten a los lugares comunes de la lectura. No hay que dejarles Beckett a los barrocos, Macedonio Fernández a los derridianos. Luis Tedesco a los métricos. La aparición de un poeta que no se deja hablar la jerga de la familia literaria no es un hecho social, es una herida en serio en el dime y direte de la familia literaria argentina, en ese floreo poético de salón. No celebro la aparición del poema de Sergio Rienzi. Lo leo. El lenguaje para Rienzi no está dado, no es una operación de diccionario, el lenguaje “esa cosa viscosa” en la que “los idiotas discuten siempre en nombre de la razón”. Pero hay otra salida, la de dejarse vivir en el lenguaje. La de vivir el lenguaje. Acá el lenguaje se acalambra, chirría, se escapa, hay que salir a buscar las palabras, y las palabras no le faltan a Rienzi, sólo que sabe que hay que ponerlas en frases, que eso es lo complicado, que las palabras no son de nadie, pero las frases sí, son del que escribe. Su propiedad, como sus reproches, innegociables. Este libro hay leerlo en frase, o que se vayan a otros libros. Hay muchos libros de bellas palabras poéticas, escritos contra la lengua común, hiladas, tersas, para el lector productor. Pero sólo Sergio Rienzi puede poner: “unos pájaros cantan oblicuos” o pintar a las mujeres como “camaleones de la tarde”. No a la mujer como un figurín, no, la mujer camaleón que se va por el sol. Libre. Que entra en el paisaje. Rienzi cambia de banco para cambiar de paisaje. Y cambia de punto de vista. Cada fragmento del paisaje habla. Es un enamorado del paisaje. En este libro un bar está en el paisaje. Un viejo que espera está en el paisaje, los amigos caminan por el paisaje. El pasado no regresa. Acá no regresa, está presente en el presente. En los huesos. Hay que escribirlo, pero eso no es para cualquiera. Paisajes que se frotan a la lectura. Poema que se frota a los libros leídos. A los desacreditados. A los que marcan. A los que te hacen escribir. “Escucho a través de la espera, leo lo que me hace esperar, lo leo entre líneas un poco.”

lunes, 30 de mayo de 2011

DSK

Por Phillippe Sollers

¿Qué relación hay entre DSK y un libertino del siglo de las luces? Ninguna. Tomemos al príncipe de Conti, al que Saint-Simon describe así en sus Memorias: “Galante con todas las mujeres, enamorado de varias, muy bien tratado por muchas”. No vemos a ese gran señor, dominado por una pulsión irresistible, arrojándose sobre una pobre mucama en sus departamentos ni arrinconar a una novelista de su época en una escalera.

Observo que las feministas, que tienen razón en protestar contra una cierta propaganda machista, eligieron como eslogan “los hombres se descontrolan, las mujeres pagan el pato”, y no, hubiera sido más valiente, “somos todas mujeres de la limpieza negras y musulmanas”. De todas maneras, en el punto en que estamos, la película espectacular acaba de empezar, se volverá más oscura a medida que pasen los días y corran los millones de dólares. Mientras tanto, DSK se convirtió en el marido más costoso del mundo. Su mujer es heroica, tenemos que reconocer su sistema nervioso.

¿La razón profunda de este tsunami? El aburrimiento. Un aburrimiento angustiante, sofocante, irrefrenable, que invadió, poco a poco, a este rey del mundo financiero, ya virtual presidente de la República Francesa. Si ustedes creen que es divertido ir de reunión en reunión, ver cómo desfilan incesantemente millones de dólares que castigan a los griegos, a los españoles, a los portugueses, a los irlandeses, estar seguro de lo peor mientras se dice lo contrario, respirar en el corazón de una catástrofe, eso es el stress asegurado.

Dominique Strauss-Kahn no podía más, quiso una nueva sensación del riesgo, de la depredación, sin duda una revancha siniestra sobre una madre castradora. Tragedia, descenso a los infiernos, pongamos que sí, pero también una paz, una gran paz. Ahora sí que tendrá tiempo de leer y escuchar música, voy a enviarle mi novela Mujeres, que le enseñará muchas cosas, y una buena grabación de Don Giovanni de Mozart (que debería prohibirse en los Estados Unidos, ya que tiene al menos dos escenas de violación).  ¿O le debo enviar flores a la desdichada Ofelia? No lo sé.
Traducción: Hugo Savino

Publicado en Le Journal du dimanche el 29 de mayo de 2011.

martes, 26 de abril de 2011

Viaje al final del opio

por Philippe Sollers


Sin la literatura y el arte sólo conoceríamos un mundo limitado y estrecho, el de las finanzas, el de los filósofos o el de los ideólogos, es decir, el de hoy, el nuestro. ¿Adónde fue a parar el infinito? No se sabe, y no es la televisión la que nos dirá algo al respecto. De ahí esta renovada sorpresa cuando se relee la obra del inmenso Thomas De Quincey (1785-1859), que con Shakespeare, Poe, Coleridge y Melville, es la gloria del inglés, de ahora en más machacado como lengua de comunicación universal: Confesiones de un comedor de opio inglés es la primera brecha a través de lo que se anunciaba ya como cierre del ser humano en relación con sí mismo. Pongamos las cosas blanco sobre negro: la vida interior nos está prohibida, estamos acá para rumiar los clisés sociales que nos presentan. La siniestra globalización del Espectáculo clausura todas las salidas. Baudelaire y otros nos advirtieron, en vano. Sin embargo, algo persiste en convocarnos personalmente a una experiencia.
De Quincey sufre mucho. Un día, para calmar sus insoportables dolores, compra láudano en una farmacia de Londres. Y se produce lo imprevisto: “En espacio de una hora, ¡oh cielo! ¡Qué revolución! ¡Qué resurrección del espíritu interior desde trasfondo de sus abismos! ¡Qué apocalipsis del mundo llevaba en mí!”.
El opio no tiene buena reputación: sería religioso para dormir a las masas, apartaría del trabajo porque infunde letargo. De Quincey, con precisión de médico, aporta aquí un testimonio esencial y muy perturbador. Contrariamente al alcohol, que despoja a un hombre del domino de sí mismo, “el opio comunica serenidad y equilibrio a todas las facultades, activas o pasivas”. Es una revelación: “El comedor de opio siente que la parte divina de su naturaleza es soberana: sus sentimientos morales conocen una serenidad sin perturbaciones, y, por encima de todo, brilla con majestad la gran luz de la inteligencia”. El opio no embrutece, al contrario, es “elocuente”. Si es una religión, se trata de una Iglesia de la cual el sujeto en cuestión es el único miembro, y está fundada sobre “un abismo de divina voluptuosidad”. “¡Oh justo, poderoso y sutil opio!” Perturba todas las coordinadas habituales, destituye todos los poderes, viaja en todas las dimensiones, nos ofrece el paraíso pero también el infierno. Si salimos vivos, como De Quincey, podríamos decir que sabemos verdaderamente lo que es la salud y la inteligencia. Nada que ver con la virtud ni con la moral, el opio abre a una verdad que es a la vez delicia y horror.


Una ópera fabulosa

En el paraíso, el mundo y nosotros mismos nos convertimos en una ópera fabulosa, y la música se pone a vivir intensamente por sí misma. Observen cómo De Quincey escucha con pasión a una cantante italiana, “la Grassini”. El opio multiplica la armonía y el canto, los vocaliza. Oímos mucho más allá de lo que oímos. Sobre todo, su magia nos prueba hasta qué punto, muy a menudo, sólo tenemos una percepción miserable del espacio y del tiempo. El espacio es ilimitado, el tiempo no tiene medida. Rapidez, intuición, metamorfosis, pero también una gran calma. “El océano con su respiración eterna, pero también por su gran calma, personificaba mi espíritu y la influencia que lo gobernaba en ese entonces.” Hay que estar atentos, una tempestad y todo se trastoca en “la vehemente química de los sueños”. El espacio se convierte en una sucesión de prisiones a la manera de Piranesi, y “la tiranía de la cara humana” invade al soñador: “El océano se me reveló pavimentado de innumerables cabezas orientadas hacia el cielo, rostros furiosos, desesperados, se pusieron a bailar en la superficie, por millares, por miríadas, por generaciones.”
El aventurero sobrepasó los límites humanos, es como si las muchedumbres le hicieran sentir su desamparo, como si se vengaran en él de las masacres de las que son víctimas. El espacio se hincha y se resquebraja, el tiempo se desborda en todas las direcciones, el comedor de opio tiene la sensación de haber vivido cien años o mil años en una noche, el menor incidente de su infancia está ahí, ante sus ojos, como en la visión panorámica de algunos ahogados o moribundos. Es lógico: el cerebro humano es un palimpsesto inmenso y natural, un manuscrito incesantemente cubierto de nuevas escrituras, pero que permanece a la espera de un nuevo desciframiento. Es el “bloc mágico” de Freud, otro explorador de los sueños. El tiempo, que se volvió “infinitamente elástico”, transporta al sujeto a la China, a Egipto, a India. Como De Quincey es muy culto (“leer es uno de mis talentos”), sus visiones son de una gran variedad y cada vez más angustiantes: “Me escapaba a las pagodas, y me quedaba, durante siglos, en la cúspide, o encerrado en habitaciones secretas, era ídolo, era el sacerdote, era adorado, era sacrificado”. Un tono solemne da cuenta de ciertos transes. Así en “la diligencia inglesa”: “Ante la palabra sagrada, cada ciudad abría sus puertas de par en par. Sus ríos eran conscientes de que los atravesábamos. Todos los bosques, cuando corríamos por sus linderos, se estremecían en honor a la palabra secreta. Y la oscuridad nocturna la comprendía”. Poder de la palabra, potencia del estilo: “El estilo posee un valor absoluto, es la encarnación de los pensamientos”. Primer disparo contra la dictadura filosófica: “No es el pensamiento el que descubre el arte, sino que son las artes las que descubren el pensamiento”.
Lo más asombroso, en De Quincey, es su humor negro, extraído de su vasta exploración interior. Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes es una obra maestra, al punto que André Breton la incluye en su Antología del humor negro. Pero el colmo de la crueldad perversa lo alcanza en esta otra obra maestra, Los últimos días de Emmanuel Kant. Es un ejemplo de santo laico con el empleo del tiempo cronometrado, considerado como el espíritu más grande de su tiempo. Es casto, puro, austero, encarna al nuevo clero que cree que puede prescindir de la literatura. Sin embargo, como si nada, el ojo de un escritor no lo deja escapar. Envejece, su decadencia progresiva es observada con lupa. Tiene pesadillas, poco a poco “se vuelve sordo, aletargado, privado de movimiento”. De Quincey leyó mucho a Kant (también estudió economía política a través de David Ricardo), sabe qué es la devoción cómica por este nuevo tipo de eclesiástico universitario. Acá está entonces este viejo pensador maquinal que anuda y vuelve a anudar su pañuelo de cuello o su cinturón, que hace caer su gorro encima de las velas, que se transforma en marioneta, “gigantesco fantasma de un siglo olvidado”, que no termina de morir, con chispazos de lucidez sobre puntos de erudición secundarios. Finalmente, muere. Una multitud enorme se congrega para ver por última vez al genio. Moldean su cabeza, se organiza una gran ceremonia en la catedral de Königsberg, su ataúd desciende a la cripta académica. De Quincey imprime las últimas frases de este texto deslumbrante de maldad saludable en mayúsculas: “Descansa entre los patriarcas de la universidad. ¡Paz a sus cenizas, y gloria eterna a su memoria!”.  Está demás decir que es imposible encontrar algún frasco de láudano en una “cripta académica”. Pero había que demostrarlo.
Traducción: Hugo Savino


Publicado en Le Nouvel Observateur el 21 de abril de 2011.

lunes, 28 de febrero de 2011

Por una historicidad radical

Por Mariano Dupont


No soy un entendido en Meschonnic. Muchos menos un especialista. Lo descubrí hace poco, hace más o menos dos años, gracias a Hugo Savino. La primera vez que Savino me lo mencionó, me dijo: te va a gustar, es un serial killer, se baja todo, no deja títere con cabeza. Un tipo muy resistido, odiado por la inteligencia francesa. Las cabezas del bienpensantismo francés no lo pueden tragar. Eso es más o menos lo que me dijo Savino. Me gustó ese prontuario. Uno siempre anda detrás de nenes así. Está demás decir que no abundan. Casi todos van por el surco, buenos hijos de la ortopedia universitaria.
Poco tiempo después me llegó la hora de entrar en Meschonnic: La poética como crítica del sentido, también traducido por Savino. Unas pocas páginas y confirmé: Meschonnic se las traía. Lejos de los lugares comunes de las teorías del lenguaje, de la lingüística, de la filosofía, de la traductología, del pensamiento. Lejos del tedio, o sea. Ahí se plantaba Meschonnic. Extemporáneo, descentrado, irónico, por momentos enojado, el tipo desmontaba todo, y al desmontar, iban cayendo uno a uno los bombines: Hegel, Heidegger, Adorno, Derrida, esos prestigios. A cambio, proponía a Humboldt (¿qué Humboldt?). También, sí, a Spinoza, a Benveniste. Y por supuesto a Mallarmé, a Baudelaire. Meschonnic pensaba, sí, pero al revés. Eso estaba claro. Daba vuelta el guante, invertía las coordenadas. Y desde ahí largaba sus puntazos. Desmontando todas las norias que se le iban cruzando. Un tipo con puntería. Tozudo. Evidentemente cansado de los lastres. Sin miedo. Decía que había que volver a Saussure para escuchar en él lo que el estructuralismo, arteramente, no había dejado escuchar. Liberar a Saussure, liberar a Mallarmé. Basta de dualismos, de coacciones: significante/significado, forma/contenido, sonido/sentido, fácil/difícil, traducible/intraducible y así siguiendo. Acabar con el reinado del binarismo del signo, con la tiranía del sentido. Males que no dejan escuchar el poema, el ritmo, la prosodia, la vida en el lenguaje. En contra de los filosofismos contemporáneos, del chamuyo de los profesionales del pensamiento. También de los poetas, de los mamuts del Museo de la Poesía Contemporánea. (Meschonnic se hubiera llevado bien con Gombrowicz, es muy posible.) Otro blanco: los traductores de la Biblia: todos sordos. Meschonnic contra todos. Para después ir hacia. Hacia allá, siempre más allá, en la búsqueda del sujeto del poema, de la máxima subjetivación –la máxima historicidad– de un sistema de discurso. Pero en el camino cayeron varios. Qué se le va a hacer. La buena medicina a veces es amarga. Alguien con pocos amigos, indudablemente. Alguien del palo, hubiera dicho Leónidas Lamborghini.
Barajar y dar de nuevo, porque hasta ahora todo mal. Empecemos de vuelta, dice Meschonnic. Siglos y siglos de torpezas, de malentendidos, de mezquindades, de sordera. Curarse de una vez por todas de la enfermedad del sentido, del signo. Tirar a la basura las ideas preconcebidas, las viejas representaciones del lenguaje. Hacer callar a los loros. Bajarlos de un hondazo. Meschonnic contra la cultura y el mantenimiento del orden.
Ética y política del traducir. Llegamos. Acá va. De vuelta Meschonnic, su bella pertinacia. De lado del poema. Del poema del lenguaje. De lo que el poema le hace al lenguaje. Una poética. Nada que ver con la poesía. Más bien una continuidad: lenguaje-poema-ética-política. Indisociables. El poema como un acto ético y político que transforma a la vez una vida y un lenguaje. La invención de una forma de vida por una forma de lenguaje y la invención de una forma de lenguaje por una forma de vida. El poema como el infinito del sujeto y el infinito del sentido. Todo por hacer, entonces, nos dice Meschonnic. Y de eso se trata: de hacer, no de decir. Ya se ha dicho demasiado, no hay nada más que decir. Por el contrario, está todo por hacer. Hacerle cosas al lenguaje (cosquillas, por ejemplo; cosquillas o cortes, cada cual a lo suyo): he ahí la ética, la poética y la política que propone Meschonnic. En sus palabras: un proyecto que opone el humor a la pseudoseriedad que confunde a los Sentados con el movimiento del pensamiento.
Con la traducción lo mismo: traducir, ya no lo que el texto dice, sino lo que el texto le hace al lenguaje. Vuelta al ritmo, al poema, a lo que Meschonnic llama el poema. Reinscribir en el lenguaje el poema que desde hace siglos nos viene birlando la poesía. Sí, la poesía nos roba el poema. Hay que recuperarlo. Que se escuche el poema, hacer que se escuche. Hacer el trabajo que no hacen los que reptan bajo la égida del signo, de lo discontinuo del signo. Traducir entonces el poema del texto, eso que el texto le hace al lenguaje. Terminar, una vez más, con el dualismo. Ahora con el de lengua fuente/lengua destino. Ni fuentistas ni metistas: meschonniquistas. Un híbrido. Un monstruo. Un pasaje. Una continuidad de lengua a lengua. Contra las traducciones “borrantes”, las traducciones que “desescriben”, las que buscan clientela. Abandonar las jerarquías. Ya lo dije: que se escuche el poema. Que no quede oculto bajo el ruido del sentido, el ruido de lo discontinuo.
Eso es, creo, lo que Savino ha intentado hacer al traducir a Meschonnic: poner en escena lo que casi todas la traducciones obedientes tienden a borrar: las costuras, los restos, las huellas del crimen. La vida de un texto, o sea, porque un texto sin costuras está muerto. La buena factura es la peor de las cárceles. Casi todo el mundo lo sabe. Lo sabe un nene de jardín de infantes. Pero la mayoría lo olvida. Y quiere todo limpio, todo claro. Y para eso interpreta. Que se vea claro, eso quieren. Claro y profundo. Interpretar: el homenaje que la mediocridad le rinde al genio. Ya lo dijo Susan Sontag. Por eso hay que machacar, lamentablemente hay que machacar, no queda otra. Meschonnic machaca. No se cansa. Vuelve una y otra vez sobre lo mismo. Lo mismo pero parecido. A ver si entra de una vez por todas. A ver si dejan de acunarse unos a otros. A ver si se dejan de boludear. A ver. Meschonnic está cansado, se nota en este libro, por eso cargosea. Muchos años contestándole a la gilada. Es lógico. Meschonnic es un cargoso, un molesto, sí, a esta altura no hace falta decirlo. En el lenguaje es siempre la guerra, decía, parafraseando a Mandelstam. Pero odiaba la polémica, esa retórica que busca el poder, silenciar al adversario. Lo de Meschonnic era la libertad. Hay que leerlo, se puede escuchar, está ahí. Por eso prefería hablar de crítica: la búsqueda de los funcionamientos y las historicidades de los discursos. Seguirlo, creo, es seguir su representación del lenguaje, su ética y su política, enemigas, siempre, de las convenciones discontinuas que nos propone la dualidad del signo.
Y termino. Termino citándolo. Un pasaje del libro en el que habla de la noción de sujeto. Meschonnic primero enumera: “sujeto filosófico, sujeto psicológico, sujeto del conocimiento de los otros y sujeto de la dominación de los otros, sujeto del conocimiento de las cosas y sujeto de la dominación de los cosas, sujeto de la felicidad, sujeto del derecho, sujeto de la historia, sujeto de la lengua, sujeto del discurso, sujeto freudiano”. Punto y aparte. Después cierra: “ninguno de esos sujetos escribió un poema”. Todo dicho.

Leído en la presentación del libro Ética y política del traducir, de Henri Meschonnic, en la Alianza Francesa, el 3 de diciembre de 2009.