"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

martes, 4 de octubre de 2011

Este lenguaje

Por Esteban Bertola


La dificultad que encuentro al momento de referirme a la obra de Leónidas Lamborghini tiene que ver con el carozo del asunto –que va a seguir siendo un misterio–: cómo referirme a una obra que sólo se deja hablar con un lenguaje propio. Como si la frase de Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” fuera llevada al extremo de la extralimitación, inventando lenguaje y mundo al mismo tiempo. Un carozo que podría ser la respuesta del Sabio Negro a la pregunta del Blanco: “¿Cuál es el canto del canto?”, en la payada de los dos sabios. ¿Cuál es el canto del canto?
En ese mundo, el lenguaje habla, como decía Leónidas: el poeta se vuelve instrumento del instrumento. Para referirse a las reescrituras al lector no le queda otra que entregarse a esa corriente de lenguaje y a esa sintaxis violenta, violentada o violada ( porque también es muy difícil fijar cualquier impresión de lectura: el conejo yéndose, siempre se escapa, “como el fantasma de la vida de Melville: no lo agarrás”, y esto porque, además, como dijo Lamborghini ,“cada libro nuevo es una crítica del anterior”: reescribe, modifica, se reinventa), con lo que el movimiento que tiene que hacer el que lee es, en este caso, el mismo que hizo su autor en la escritura. Se repite el juego, se multiplica o se eleva a alguna potencia infernal. Otra vez la multiplicación: responder a la distorsión con más distorsión. Cuando Leónidas dice que el poeta que reescribe –llámeselo parodista o riseñor canalla– a partir del trabajo con la reescritura devela aquello que el modelo oculta o sublima y que lo que primero se devela son las debilidades, o sea la impostura del modelo (que llega hasta las mayores atrocidades, “la amarga verdad” como cita de Diderot), a mí me invita a una lectura por la que respiro y no a una lectura que asesina en clasificaciones algunas más vacías que otras, otras más simplificadas que algunas (que tendrán origen en saqueos para el propio molino –no precisamente por parte de los aqueos–), y que también me permite echar luz (no de lamparita) sobre el infantilismo de considerar como “lo mismo pero con agregados” ese trabajo de escucha permanente (como el de los personajes de Sexton y Blake que apoyan la oreja en las tapas del libro) del poema, la línea, la sílaba, el susurro del lenguaje, el dictado, el tiempo que corre y se escapa en esas líneas en el intento de perpetuar el instante, la oreja vuelta sobre sí misma con la capacidad de aplicar ahí también esa lectura que cuenta con la virtud de reírse de sí misma, y encima cuando toda la vida está puesta en eso, como si esas líneas: “vivir sin esperanza/ en el deseo de encontrar una voz” y lo que agrega Leónidas: “la búsqueda de una voz, eso es lo que recorre la obra de un escritor, intenta acá, tantea allá, para los que no la tenemos…” (humildad y grandeza aparte), como si eso solo no volviera también infantiles los argumentos que intentan fijar la figura de Leónidas o su poética o su obra en algún estante de granito.
Es decir, hay libros que cambian la vida, que la traumatizan para siempre. Los libros de Leónidas para mí pertenecen al conjunto de esos libros. El mundo y la vida, y por extensión, la poesía, los poemas y el lenguaje, quedaron transformados para siempre después de esa experiencia. El reverso del lenguaje se vuelve tan de este lado que: es antes lenguaje la voz del solicitante descolocado, del saboteador arrepentido, de Vincent o de Pablo, que el lenguaje. Es como frotar la lámpara de Aladino, el demonio del lenguaje se libera del encierro con la primera lectura. A mí me pasó así, el primer poema que leí fue “La canción del pájaro cantor” que figura en Verme, donde aparecen por primera vez las reescrituras de Discépolo. Una vez suelto el demonio, hay tela para toda la vida, del derecho del revés y más allá, sigue en el boquete por el que sale el conejo.

Leído en la presentación de El genio de nuestra raza. Las reescrituras, de Leónidas Lamborghini (Ediciones Stanton), el 9 de septiembre de 2011.