"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

viernes, 18 de noviembre de 2011

Releer a Céline

Entrevista a Philippe Sollers por Joseph Vebret*


Joseph Vebret: ¿Dónde ubica a Céline en su Panteón literario?
Philippe Sollers: El Panteón son los dioses… Ubico a Céline muy arriba. La campaña de obliteración de Céline ha fracasado, está mucho más en el Panteón desde que quisieron impedir que entrara. Cuando hice el prefacio, en 1991, de las Cartas a la N.R.F. de Louis-Ferdinand Céline, ¡qué cosas no escuché! Hoy en día, eso parecería absolutamente normal. El primer texto que escribí sobre él es de 1963, en el Cahier de l’Herne que se le consagró en aquella época.
Se “congela” sobre todo a Céline en el período de la preguerra y la guerra, y es muy raro encontrar alguien que haya leído los libros realmente admirables que escribió después. Pienso en Fantasía para otra ocasión, De un castillo a otro, Norte o Rigodon. Hay muy pocos escritores, intelectuales, que hayan leído esas obras maestras en las cuales él renovó completamente, y en profundidad, no solamente su visión de las cosas sino también su arte literario. Son grandes libros. Y uno de los más grandes, que no puedo releer sin morirme de risa cada treinta segundos, porque revela una genialidad cómica extraordinaria, es Conversaciones con el profesor Y.
Un día, Roger Nimier le escribió a Céline: “Gastón ya no recibe cartas de insultos de usted. Las extraña”. Ése es el espíritu de la editorial Gallimard, visitada por fantasmas considerables, muchos más vivos que la mayoría de los vivos. Es el gran juego. Lo ubico entonces muy alto, con Proust en el siglo veinte.  Creo que en ese punto ya no hay prácticamente nadie que diga lo contrario o que quiera encarnizarse en una polémica vana.

J.V.: Permanece todavía la cuestión del antisemitismo…
Ph.S.: Ahora, podemos volcarnos a la polémica ideológica y a la cuestión del antisemitismo. No se trata de apartarla, pero me pregunto qué interés podría tener si se habla sólo de eso. Siempre desconfío de las campañas, más o menos interesadas, para impedir que se lea a alguien. Estoy habituado a ese tipo de cosas… Hoy en día, observando con atención lo que Céline hizo al “voltairizar” –para retomar su propia expresión– su prosa, desde las libretas de la cárcel, se ve hasta qué punto se dirige cada vez más –precisamente él, que es un innovador– hacia los clásicos franceses como una garantía. Cita a Sevigné, Voltaire, La Bruyère, Saint-Simon, Chateaubriand… Es alguien que está en pleno registro dramático, al mismo tiempo extraordinariamente cómico, y que se apoya en los clásicos, a los que sabe leer en profundidad, de una manera evidentemente no académica. Es muy novedoso, porque es lo contrario de lo nuevo, es el colmo de lo nuevo. No es el “nouveau roman”, no es el tiempo cronológico, que quiere que, automáticamente, lo que viene después sea superior a lo que vino antes. Es todo lo contrario. ¿Y qué dice de esos escritores? Que tienen “un gusto que permanece”. Una expresión muy bella. El tiempo pasa, el mal gusto triunfa a cada instante, pero esos escritores tienen un gusto que permanece. Incluso va un poco más lejos cuando dice que tienen “un color absoluto”. Eso es lo que él busca. Eso ayuda a comprenderlo mejor, sin obliterar la cuestión del totalitarismo del siglo veinte, que se expresó de manera espantosa con un mal gusto criminal y una ausencia de color, es decir, en el Gulag y en Auschwitz. Como dijo Stendhal: “El mal gusto conduce al crimen”.
Habría, tal vez, que poner el acento en qué se decía de Céline en la Rusia de 1947: “Una nulidad literaria y un criminal fascista”. Demasiado para un solo hombre. Hoy en día, “criminal fascista” podría todavía subsistir en los espíritus más o menos retrasados que no han leído sus libros. Pero “nulidad literaria”, eso ya no lo dice nadie. Pero para el caso, “criminal fascista” se vuelve un concepto distribuido clásicamente, comprendido incluso bajo la forma de la palabra “terrorista”. Hay que desconfiar de eso, e ir a los textos para ver cómo resuenan, si hay un gusto que permanece y si hay un color absoluto. Simplemente eso.

J.V.: Los cuadernos de la N.R.F. proponen una nueva edición de las Cartas a Albert Paraz. En ellas hay un Céline diferente al de las novelas y los panfletos.
Ph.S.: Hay que señalar a qué nivel Céline era un épistolier de genio. Es algo evidente. Como las cartas de Voltaire o las memorias de Saint-Simon, que se pueden abrir más o manos al azar. En una de esas cartas, Céline dice esto: “Nos tocaba conocer la seriedad de las cosas… no el horror de cartón… a Lucifer y sus verdaderas tenazas”. El diablo sería lo que se opone al ritmo, a la música, a la lengua viva; lo que impediría transponer en canto íntimo. La transposición en canto íntimo, lo que él llama el “rendimiento emotivo íntimo”. Eso da la impresión de algo que está entre lo escrito y lo hablado, entre la lectura y la audición, una manera de hablar en voz baja.
Se ve muy bien en las cartas a Paraz lo que hay del vocabulario prestado de la época. Siempre se trata de los judíos, que Céline piensa, en el fondo, que son como él: mesiánicos, místicos y curiosos. En cambio, los arios están “embrutecidos como una tapia”. Viraje brusco. Esa expresión, “embrutecidos como una tapia”, me gusta mucho porque he tenido que habérmelas, desde siempre, con gente embrutecida como una tapia… sobre todo en esa región maléfica llamada el centro del Hexágono. El término “ario” me hace reír porque está sacado de una concepción muy del siglo diecinueve. Que eso se haya popularizado como un término opuesto a la palabra “judío”, es verdaderamente un gran error de oído, de vocabulario e incluso de conocimiento. De todas maneras, el antisemitismo es una idiotez.

J.V: ¿Diría usted que Céline es un visionario?
Ph.S.: Con sus últimos libros, Céline toma cada vez más conciencia de la amplitud de la catástrofe general… Los chinos nos van a invadir, pero se detendrán en Champagne. Todo eso es risible. Céline dice que la única verdadera catástrofe es el tiempo perdido. Se pierde el tiempo en polémicas, en charloteos, en parloteos… Es algo terrible, pero no se puede evitar. Según él, sería como intentar “remontar las cataratas del Niágara”. La visión se amplía.
Está el diablo, Lucifer, Satan. Él dice: “¡Yo y el Príncipe de las Tinieblas nos evitamos!”. Alrededor de Céline, que se considera como el “Padre Esperma”, no hay más que fracasados. Por ejemplo: “Se quieren matar todos los del grupito de la N.R.F. por haber dejado pasar el Viaje”. Cada vez que vuelve a ese tema, la culpa es de Gide. Y el único escritor correcto, finalmente, será Gide. En realidad, el problema es la frecuencia en la cual se capta el lenguaje. La sordera general lo ponía furioso. Eso no quiere decir que hubiera podido ir hacia una dimensión orquestal no furiosa. Hay cosas que lo pusieron loco. En principio, el viaje a la urss. Y Mea culpa permanece todavía como un texto esencial.
Lengua muerta. El tiempo del “traducido del…” ha llegado. La lengua americana es para él como una lengua muerta. Es una polémica incesante: los americanos y sus imitadores franceses son naturalistas retrasados, etc. Estamos entonces en las antípodas de la canción de gesta, y por lo tanto, del rendimiento emotivo íntimo. Es como si, en definitiva, no hubiera más historia interior, sólo películas, y si hay una vida interior, se encuentra en un enorme desorden, especialmente sexual… Céline, médico, es muy crudo en este aspecto, hay que leer las cartas a sus amigos, en las que aborda la cosa con un cinismo muy particular. Es el diagnóstico. Si el “traducido de…” domina, eso quiere decir que nunca estuvo Voltaire, Chateaubriand y los otros.

J.V.: Entonces, releer a Céline, de manera diferente…
Ph.S.: La cuestión Céline debe ser abordada, según mi opinión, como lo contrario del academicismo reaccionario. Él dice que una carta de Madame de Sévigné “le pararía la verga a un estibador”, es decir, que ella tiene en su ritmo una fuerza erótica considerable. Hablando de Voltaire, Céline señala la cantidad de escritores que fueron perseguidos por los suyos porque a los franceses no les gustan sus escritores, justamente porque ellos no son de los suyos. Eso los vuelve exiliados del centro de un poder que no puede ser reconocido ni por los esclavos del susodicho poder ni por el propio poder. Que no es, en absoluto, el caso de Céline. Ha llegado el momento, entonces, de releer a Céline de cabo a rabo.
Traducción: M. Dupont

(*) Esta entrevista fue publicada en Le Magazine des Livres, n°18, julio/agosto 2009.