Por Louis-Ferdinand Céline
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A André Rousseaux
24 de mayo de 1936
Estimado colega:
En primer lugar mi
enorme gratitud por el artículo que usted antes que nadie tuvo a bien
consagrarme. ¡No sé qué hay que admirar más, su benevolencia o su coraje! Sobre
todo porque seguramente tuvo que soportar fuertes reacciones. ¡Es mucho (más)
fácil atacarme que defenderme! Lo sé.
¡Ahora a las
reclamaciones!
Quejas por el argot:
¡truco, procedimiento, amaneramiento, artificio, [palabra ilegible] etc.!
¡Y no! Escribo como
hablo, sin procedimiento, le ruego que me crea. Me tomo mucho trabajo para
restituir lo “hablado” en lo “escrito”, porque el papel no retiene muy bien la
palabra, pero eso es todo. ¡No hay ningún tic! ¡Ninguna clase de género! Sólo
condensación. En lo que a mí respecta de esta manera encuentro el único modo de
expresión posible para la emoción. No quiero narrar, quiero hacer sentir. Es imposible hacerlo con el
lenguaje académico, usual – el estilo elegante. Es el instrumento de las
relaciones, de la discusión, de la carta a la prima, pero siempre es mueca y
fijeza. No puedo leer una novela en lenguaje clásico. Ahí sólo hay proyectos de novelas, nunca son
novelas. Todo el trabajo queda pendiente. Falta la restitución emotiva.
Y es lo único que cuenta. Por otra parte es algo tan exacto que sin
camaradería, invernadero, complacencia, penuria, ¡nadie las leería desde hace
mucho tiempo! Tienen una lengua imposible, está muerta, tan ilegible (en
este sentido emotivo) como el latín. ¿Por qué le pido prestado a la lengua, a
la “jerga”, a la sintaxis argótica, por qué yo mismo la invento si es una
necesidad del momento? Porque ya lo dijo usted muere rápido esta lengua.
Así pues vivió, vive mientras la
uso. Capital superioridad sobre la lengua llamada pura, bien francesa,
refinada, siempre muerta ella,
muerta desde el principio, muerta desde Voltaire, cadáver, dead as a door
nail. Todos lo sienten, nadie lo dice, nadie se atreve a decirlo. Una
lengua es como el resto de las cosas, es
algo que muere todo el tiempo, es
algo que debe morir. Hay que resignarse, la lengua de las novelas
habituales está muerta, sintaxis muerta, todo muerto. Las mías también morirán,
muy pronto sin duda, pero habrán tenido una pequeña superioridad sobre muchas
otras, habrán vivido durante un
año, un mes, un día. Ahí está todo. El resto no es más que una grosera,
imbécil, decrépita jactancia. ¡En toda esta búsqueda de un francés absoluto hay
una pretensión estúpida, insoportable, a la eternidad de una forma de escribir,
una sola, en francés! ¡el estilo elegante! ¡la momia elegante! ¡Vendas! Ningún
riesgo. ¡Rápido a momia! Es la consigna de todos los liceos. ¡Vendas! Y soy
menos cruel que Elie Faure: “La mayor parte del tiempo los artistas, con el
pretexto de arte, se las arreglan para fabricar algo más muerto que la muerte,
le agregan un peso específico que la muerte no tiene. La muerte todavía tiene
algo de vida…”
Su amigo,
Céline
2/
A León Descaves
Mayo de 1936
Estimado Maestro:
La crítica (en
general) da muestras de una parcialidad repugnante contra mi nuevo libro. Se
trata de hacerme pagar caro el éxito del Viaje (en gran parte obtenido
gracias a usted). Todos los medios son buenos para hacerme pasar como un
vivillo, un farsante, un maníaco, para resumir, y sobre todo, mucho más grave,
como un aburrido. Ni siquiera me leen. ¡El cerco está hecho! Se trata de
perjudicar hasta donde se pueda y con palabras deliberadas. Sin ninguna
probidad moral o artística. Evidentemente todo esto es clásico. En cualquier
arte los fracasados están en una proporción de 999/1000 – todo lo que no
fracasa provoca una revolución, un diluvio de odios. De acuerdo. Pero me
apenaría mucho que esta ola de marea biliosa le impida al menos leerme. Me
esforcé muy sinceramente en este libro, mucho a decir verdad. Durante cuatro
años pasé mis días y mis noches escribiéndolo, además de mi miserable práctica
en el dispensario (1500 francos por mes). No soy rico, tengo una hija y una
madre a mi cargo. El Viaje me reportó más o menos 1200 francos de
renta mensual. Pongo estas cifras porque dicen bien las cosas tal cual son.
Literalmente me reventé con Muerte a crédito. Hice lo mejor que pude. Si
todos los que se permiten de manera tan cobarde, tan impune “mandarme a la
picota” tuvieran el veinte por ciento de mi probidad y de mi aplicación, el
mundo se convertiría rápidamente en una edénica estadía, y confieso que mi
literatura se volvería injusta. Pero no estamos ahí. Me reprochan también
romper, y de manera profunda, creo, con todas las formas académicas clásicas,
consagradas. Escribo en una especie de prosa hablada, transpuesta. Esta manera
me parece más viva. ¿Tengo derecho? Esta forma tiene sus reglas, también sus
terribles leyes, usted lo sabe bien. Que otros lo intenten. Verán. Borré todo
el trabajo que dejé detrás, pero existe. Otra cosa, me reprochan no ser latino,
clásico, meridional (caracteres bien definidos… elegancia… medida… belleza… etc.).
Soy capaz de admirar las diversas bellezas del género, ¡pero incapaz de
someterme a él!… No soy meridional. Soy parisino, bretón, flamenco de
descendencia. Escribo como siento. Me reprochan ser grosero, hablar obsceno.
Entonces hay que hacerles el mismo reproche a Rabelais, a Villon, a Brueghel, y
a muchos otros… No todo viene del Renacimiento. Me reprochan la crueldad
sistemática… Que el mundo cambie de alma y yo cambiaré de forma. ¿De dónde
salen ahora todos estos puristas repentinos? ¡No los veo indignarse contra las
películas de gángsters! ¡contra Detective! contra tanta pornografía
indefendible… Es que estos puristas son también unos cobardes. No arriesgan
nada, sobre todo anónimamente, cuando vacían su hiel contra un autor solitario,
arriesgan mucho contra los formidables intereses de las películas o de
Hachette. Por un lado alcahuetes o salvajes defensores morales según el monto de
los garbanzos. ¿Están celosos de mi experiencia de vida? Evidentemente nunca
fui al colegio secundario. Hice mi bachillerato, mi carrera de medicina
mientras trabajaba. Es una manera de aprender mucho. Tal vez es lo más difícil
de perdonarme. En fin soy médico. La gente odia a los médicos, también odian su
experiencia. Escribir los libros del tipo que escribo como usted sabe me hace
correr el peligro de ser eliminado de todas partes, de perder mis empleos. No
hago literatura para relajarse.
En fin me reprochan
lo que se llama la confusión… O está aquel otro que no me encuentra
verosímil. Escribo en la fórmula sueño despierto. Es una fórmula
nórdica. ¡Ah!, qué feliz sería si me reservara un artículo, no para alabarme
(un pedido que no sería digno ni de usted ni de mí), sino para definir
claramente como sólo usted podría hacerlo, con su enorme autoridad, lo que
existe y lo que no existe en mi libro.
Estimado Maestro, le
ruego que crea sinceramente en mi reconocimiento y amistad.
Louis Destouches
(L.-F. Céline)
Traducción: Hugo Savino
(*) Estas cartas son
posteriores a la publicación, en mayo de 1936, de Muerte a crédito. Que
recibió críticas y reseñas muy negativas.