Todos los cobardes son
novelescos y románticos, se inventan vidas retrocediendo.
Céline, Fantasía
para otra ocasión
Pensaba no escribir sobre Céline por un buen
tiempo, pero un editor me envía un libro con unas palabras amables: L’Art de Céline et son temps, de un tal
Michel Bounan, a quien no conozco. En la misma colección, cuyo aspecto exterior
me había seducido, M. Bounan ya ha publicado Incitation à l’autodéfense, título poco inquietante por su brutalidad
paranoica. Como no es uno de los celinianos mediáticos, sino más bien un
buscador de datos para artículos breves, la gentileza del envío me halaga. Me
siento en la obligación de contestar. Y además la tapa, con la carta xiii del tarot de Marsella, el de la
muerte caminando, despierta mi atención. La primera carta, la del Malabarista,
menos morbosa, más celiniana, hubiera presentado igual de bien ese libro, ya
que evoca tanto Bagatelles pour un
massacre como Muerte a crédito,
así como la carta llamada “El Loco”, con el loco caminando con el bastón en la
mano y el petate sobre el hombro, acompañado por un gato o un perro, podría
ilustrar por igual Viaje, De un castillo a otro o Rigodon.
La contratapa busca atraer al lector ignorante:
“La cuestión no es saber cómo un libertario viene a juntarse con los nazis,
sino por qué esa clase de personaje cree correcto disfrazarse de libertario”.
Estoy de acuerdo con M. Bounan: si Céline era un nazi, ¡entonces, a la basura!
Que no se hable más. M. Bounan el primero. Siento tanta repulsión como él,
imagino, cuando me muestran el rostro del nazismo o del racismo en el cine. La
vida cotidiana, muy felizmente, me preserva de eso. Siempre desconfié de las
mayorías; si no, no hubiera llegado a Céline. Pero nunca dejé de predicar las
virtudes de la tolerancia, del respeto por los más débiles, por una simple
preocupación por la equidad. Sin duda estamos de acuerdo, M. Bounan y yo, en
ese punto. Cosa que no está mal.
En el resto, voy a parecerle a M. Bounan muy
anticuado, decepcionante, atrasado. Todos los predicadores políticos me
aburren. Vengan de donde vengan, los políticos son charlatanes, responden a
quien les da de comer. Pero escuchemos a M. Bounan. Su tesis es simple. Céline
no es más que un pretexto, una carnada, apenas un ejemplo. M. Bounan es un
“situacionista” que explica los orígenes de la Segunda Guerra Mundial por el
financiamiento de una secta, los nazis, por empresas capitalistas.
Provocadores, matones de eso banqueros, designaron a los judíos como propulsores
de esa guerra, con el único fin de divertir a la gente. Céline es uno de ellos.
Después de la guerra, los mismos responsables conservaron el poder, se
convirtieron en los jueces de sus antiguos matones, y financiaron nuevamente
movimientos antisemitas para ocultar sus nuevos crímenes contra la humanidad.
Céline no fue más que un agente provocador a sueldo, por afán de lucro, y los
celinianos hoy son todos sospechosos de antisemitismo o revisionismo. Es un
resumen de nuestro sombrío siglo veinte, atado por un “situacionista” que ha
elegido a Céline como marca comercial, a fin de atraer a la clientela.
Por mi lado, más inspirado por la música, por
la pintura o la poesía que por la política, encuentro ese discurso muy
mecánico, abstracto, falaz. La lógica paranoica es siempre impecable, tan
atrayente como las muñecas rusas que encajan unas en otras. No sé si M. Bounan
es enfermero psiquiátrico o psicoanalista situacionista. Es sobre todo del
género homo politicus. Por lo tanto,
en literatura nuestros gustos y nuestras lecturas divergen. Para mí, Céline no
es ni libertario ni nazi. Su aporte a la literatura, su desafío, su reto, no se
sitúan en ese nivel. Por lo tanto, la cuestión inicial, desde mi punto de vista,
está caduca. Y como M. Bounan escribió en la página 61: “Una pregunta falsa
sólo puede recibir respuestas absurdas”. Para él, Céline es un provocador
antisemita, del principio al final. Un escritor político, un mentiroso, un
tramposo, obnubilado por el dinero. La tesis no es nueva. Se la puede encontrar
en Alméras, en Bellosta, en Dauphin, leídos como nuevos evangelistas. Citas no
controladas, lecturas de segunda mano, difamaciones repetidas.
¿M. Bounan cree verdaderamente que uno deja la
sinecura de una clínica en Rennes, y luego un puesto internacional en la
Sociedad de Naciones para hacer fortuna en un dispensario en las afueras y
poniéndose a escribir una enorme novela? El riesgo era grande… M. Bounan sólo
ve en Viaje y Muerte a crédito recetas de moda. ¿Cree él que un escritor,
únicamente motivado por el afán de lucro, pasaría cuatro años escribiendo una
primera novela, luego otros cuatro para escribir la segunda, ofreciendo una
revolución estética digna de las más grandes revoluciones literarias de los
siglos anteriores? No se pone uno a la par de Rabelais o de Victor Hugo con
recetas de bistrot.
M. Bounan se enoja, se congestiona con el hecho
de que el doctor Destouches, en su estudio sobre “La organización sanitaria en
las usinas Ford”, les recomienda en 1929 a los mutilados o a los enfermos no
excluirse de la sociedad, rechazar ser desocupados, no convertirse en
asistidos, continuar trabajando en la medida de sus posibilidades, ayudados por
una medicina preventiva, social, adaptada, y no intimidante, punitiva, erudita.
¿M. Bounan se opone hoy a la reinserción de los discapacitados en el mundo del
trabajo? Eso lo subleva incluso cuando Louis Destouches pide la creación de una
“vasta policía médica”. Sin duda la palabra “policía” sólo le evoca a M. Bounan
el eslogan “crs-ss”,1
eslogan que el mismo Cohn-Bendit encuentra hoy en día ridículo. M. Bounan, que
ha escrito un libro llamado El tiempo del
sida, debe saber que los más
amenazados han debido crear su propia “policía”, cambiar de hábitos, de
mentalidad y de actitud frente a la sexualidad. Cuando Céline afirma en Los seguros sociales que “el asegurado
debe trabajar lo más posible, con la menor interrupción posible por causa de
enfermedad”, M. Bounan olvida mencionar que Céline sólo considera esta fase
luego de una lucha más eficaz contra las enfermedades por una refundición de la
medicina. Céline se anticipa con eso a las tesis de la “antipsiquiatría” que
optan por insertar al “enfermo” en la sociedad en lugar de excluirlo. Con M.
Bounan, uno creería estar leyendo el pequeño catecismo de un homeópata fanático
vituperando a los médicos clínicos o a los cirujanos antes de haber recorrido
África como lo hizo el Dr. Destouches. Nuestro situacionista olvida que Clichy,
en esa época, era el tercer mundo. Que para salir del fatalismo de la
enfermedad y de la miseria, del alcoholismo y de la sífilis, había que librarse
a una “empresa paciente de corrección y de rectificación intelectual”. Médica,
humanista, social, evidentemente, como la anhelaba el doctor Destouches, y no
represiva, policial, punitiva, como insinúa M. Bounan. Ese texto, por otro
lado, fue aprobado y defendido en 1928 ante la Sociedad de Medicina de París –y
Bounan hace silencio sobre ese hecho– por el Dr. Georges Rosenthal, a quien
cuesta imaginar como un nazi.
Hay que recordar que en 1918 los americanos
habían enviado a Bretagne la Misión Rockefeller para luchar contra la
tuberculosis que producía ciento cincuenta mil muertos por día en el mundo. Es
allí donde Louis Destouches, enrolado en esta cruzada, en esta “educación
popular”, aprende, ante un público de obreros, a condenar el alcoholismo,
“principal proveedor de la tuberculosis”, y no en lo de algún gacetillero
antisemita cuyos ataques estarán dirigidos tanto contra el alcohol como contra
los judíos. ¿Era querer enrolar a los combatientes del 14 en un mundo
totalitario querer ahorrarles una segunda plaga mortal en 1918 abogando por la
creación de escuelas de enfermeras visitantes que irían a las casas de los
enfermos? Todos esos proyectos habían sido concebidos del otro lado del
Atlántico por los profesores Alexander Bruno y Selskar Gunn, médicos de la
misión Rockefeller. ¿Era tener un discurso policial o nazi pedir la
construcción de dispensarios antituberculosos, y hablar en 1919 “en nombre de
la Patria rechazada, en nombre del Porvenir de nuestra raza” como lo hacía por
entonces el comité de la misión? Era el lenguaje de una generación formada en
los estudios latinos. Ni en las trincheras de Verdun ni en los libros de
historia se usaban códigos “políticamente correctos” que justifican la incultura
de nuestros críticos.
M. Bounan menciona el envío de L’Église a Gallimard en 1929 y ve allí
la prueba de un antisemitismo provocador. Olvida decir que Céline había
igualmente propuesto Semmelweis a
Gallimard. Es el primer panfleto de Céline, aunque no sea antisemita, aunque
sea incluso filosemita, ya que dice que Semmelweis era de origen judío. ¿Era el
único interés del libro? Es un libro que se mete con el lenguaje estereotipado
de la época, con las abstracciones políticas, los discursos médicos, aquellos
que esconden la impotencia, la mentira, el engaño ante el esfuerzo, el genio de
vencer la fatalidad de la enfermedad y de la muerte. Un primer texto
“situacionista” en cierta manera. ¿Es antisemita o guiñolesco ese acto iii de L’Église con el personaje de Yudenzweck, caricatura de un
diplomático internacional? Los judíos no son allí más que un símbolo entre
otros, como el colono, el ruso o el burgués. Yudenzweck es más bien simpático.
Es su obligación a la racionalidad, su sumisión a una ideología, su pertenencia
a un clan, lo que lo separa de Bardamu, ese médico más enamorado de la danza
que de las cifras, más confiado en el microscopio que en las comisiones. El
acto iii de L’Église delinea sobre todo la sátira contra los grandes
funcionarios de una administración internacional que no ven más que el interés
político de las cosas y que ponen sus sabias comunicaciones por encima del
interés de los individuos, la venta de un producto en el mercado antes que la
salud de los habitantes de un país, y que desestiman la realidad si ella no
encaja en sus estadísticas. Ilustración del eterno combate del individuo con la
sociedad, ese texto no puede ser más actual, y es por eso que Jean-Louis
Martinelli no vaciló en hacer una puesta en escena en 1992 en Lyon y en
Nanterre con un éxito sorprendente.
M. Bounan evoca las cartas a Garcin, creyendo
probar que Céline fingió interesarse en Freud porque estaba “de moda”. Es
olvidar que por entonces el pensamiento de Freud no estaba para nada “de moda”
en el pueblo o entre los burgueses, y que de hecho muy pocos intelectuales lo
conocían y se interesaban en él. Incluso si “el juego del delirio” estaba “de
moda” en el pequeño grupo de los surrealistas, las teorías de Freud sólo serán
conocidas en Francia después de la Segunda Guerra Mundial, y en las entrevistas
de la época Céline les reprochará por otro lado a sus colegas ignorar “la
enorme escuela freudiana”. En su Homenaje
a Zola, lo volvió a homenajear. M. Bounan tiene una lectura selectiva y un
conocimiento limitado. No ve que Céline “se hace el macró” con Garcin, que imita su
fanfarronería de proxeneta. Que carga las tintas y quiere mostrarse más cafisho
que él, que busca embaucarlo. Que se hace el malo. Que busca divertir. En cada
una de las cartas, Céline, como música, prueba su instrumento.
M. Bounan le reprocha a continuación a Céline
la benevolencia hacia los perdularios, los marginales, los sinvergüenzas, no
viendo en ese interés provisorio más que un deseo de poder y de dinero para
escapar al mundo del trabajo. Es olvidar que, de Villon a Hugo, de Bruant a
Rictus, e incluso Élie Faure, muchos se han interesado en los marginales, y no
sólo por su lenguaje, sino también por su rechazo a una sociedad de moral
asesina. En el trabajo de galeote de Céline, en sus pirámides de encajes y
sus óperas de sufrimiento, M. Bounan sólo ve un deseo de dinero fácil y
cafishaje. ¿Quién puede creer que Céline, como médico y como escritor, escapaba
del mundo del trabajo? M. Bounan sufre tal vez por “la vida innombrable”,2
al punto de que quiere compararse con Céline, creerse mejor médico y mejor
escritor que él. Su opúsculo, para nada innovador, no convence en lo más
mínimo. Él pertenece más bien a la generación de “nuevos celinianos”, esos
tesistas que confunden la compilación y la paráfrasis, el desvío, los criterios
de moralidad o de política con la verdadera búsqueda personal, con la propuesta
de una tesis enriquecedora, y que hacen su carrera gracias a Céline,
escupiéndolo, como M. Bounan, que sale del anonimato y de la insignificancia
utilizando el nombre de Céline. Una tenia que requiere unas purgas. ¿Céline
jugó con su biografía? ¡La historia de siempre! ¡Qué descubrimiento! Desde
1963, con la revista L’Herne, con
Marcel Brochard, sabemos todo eso. ¿A quién quiere sorprender, M. Bounan? ¿A
los pánfilos que todavía no saben que el arte es siempre trasposición, que el
realismo es la peor de las mentiras, que las biografías son tan poco fieles
como las traducciones? Desde Rousseau y Chateaubriand, Cendrars o Malraux, ¿qué
escritor no ha jugado con su historia, ya que su verdadera vida está en los
libros? M. Bounan no vio en el naturalismo de Zola más que la tarta con crema
del realismo. ¡Que vuelva a la escuela! Que relea el Homenaje a Zola, donde Céline trata a Hitler de dictador epiléptico
y a su ministro de subgorila, oponiéndoles la grandeza del naturalismo.
Cuando M. Bounan habla de los panfletos de
Céline, no precisa cuáles. ¿Semmelweis?
¿Viaje? ¿Mea culpa? ¿L’agité du bocal?
¿Conversaciones? ¿Fantasía para otra ocasión? ¿O bien considera
como textos panfletarios sólo aquellos que contienen ciertas páginas, ciertos
capítulos contra los judíos: los dos panfletos del Frente Popular y el de la
alianza germano-soviética? ¿Por qué precisar que son “violentamente”
antisemitas, cuando el adjetivo le sirve a él solo, y cuando antes de eso
Céline fue “violentamente” pacifista, “violentamente” anticapitalista,
“violentamente” antiintelectual, cuando describía “violentamente” a parientes y
amigos luego de haberse “manchado” él mismo “violentamente”?
No empleamos los mismos diccionarios ni los
mismos métodos de lectura. Cuando M. Bounan (p. 56) nos dice haber leído en
Céline (sin precisarnos dónde) “luxen al judío en el poste”, transforma en
principio el infinitivo de Beaux Draps
(p. 197) en imperativo, y lo extrae de su contexto y finge comprender “aten y
maten al judío en el poste”, como a un indio o un cowboy en un western.
Restituyamos la frase en su capítulo: “¡El comunismo Labiche o la muerte! ¡Así
hablo yo! ¡Y no en veinte años sino ahora mismo! Si no componemos uno nosotros,
un comunismo a nuestro modo, que convenga a nuestros géneros de espíritu, los
judíos nos impondrán el suyo, no esperan más que eso (…) ¡Rápido! ¡Luxar al
judío en el poste! ¡no hay un segundo que perder! ¡Es una fija por decirlo así!
¡sería un milagro que lo alcancen! ¡una media cabeza!… ¡un pájaro!…” O M.
Bounan no sabe leer, o copia obras de segunda mano, o actúa de mala fe. No
debería ignorar que la expresión “luxar en el poste” en el argot parisino del
hipódromo quiere decir “ganar en el poste”, “ganar”, “sobrepasar”, hablando de
caballos. Ése es el sentido que la expresión tiene en el texto. Está más que
claro. No interpreto. El Larousse de los argots (Esnault, 1965) precisa que
“luxar”, en el argot médico, quiere decir “reemplazar a alguien”. Céline
impulsaba a los franceses a mostrarse más revolucionarios que los judíos del
Frente popular en su programa de igualdad social: “¡Abolición de privilegios!
¡un 89 hasta el fondo!”. La hipérbole de las injurias, la crueldad de los
retratos, hacen que hoy ciertos pasajes se vuelvan difíciles, ya que las
imágenes atroces de la Historia han desnaturalizado la carga caricatural
admitida en la época, pero en ninguno de sus libros Céline pide un progrom,
contrariamente a lo que M. Bounan pretende (p. 57). “Luxar en el poste” es por
otro lado la única expresión que encontró. Es poco teniendo en cuenta las 906
páginas de los tres panfletos incriminados. ¡Para recurrir a una tergiversación
y a un abuso tan deshonestos hace falta carecer de argumentos y de probidad!
Cuando abro al azar un libro de Céline, no es
para aprender una lección de anarquismo, de nazismo o de antisemitismo. Les
dejo eso a los masoquistas y a los sádicos. Leo a Céline como leo a La
Fontaine, a Voltaire, a Chateaubriand o a Baudelaire, que ciertamente también
tenían ideas políticas y sociales, pero a quienes no leemos para aprobar o
refutar una ideología. Se los lee por el placer, la poesía, el lirismo, la
lengua, la gracia, la música, la verba, la mentira, la crueldad. Cuando releo a
Villon, cuando miro un Caravaggio, cuando escucho a Gesualdo, el hecho de que
hayan sido asesinos no impide mi placer, y no me siento culpable de
complicidad. Cuando escucho La Flauta
mágica, si conozco el libreto y he estudiado los símbolos, entonces me
preocupo poco por su “mensaje”, y si me intereso en la francmasonería, busco
información en otro lado. Cuando Voltaire se las agarra contra los jesuitas, no
lo considero el instigador de las masacres de las monjas durante la Revolución.
Cuando leo Pobre Bélgica de
Baudelaire, no me pregunto si ese libro ha inspirado las masacres de belgas por
los alemanes o de los congoleños. Cuando leo a Rousseau, Vallès o Zola, no los
considero responsables de los millones de muertos en Rusia, y cuando escucho un
poema de Aragon, no pienso en la gpu,
en Stalin o en el Gulag. Reconozco que la literatura o la poesía remiten a ese
momento de la historia y la política. No leo a esos autores por el estilo
solamente, sus ideas me interesan, pero no voy a compartirlas o a adherir a
ellas necesariamente.
Las páginas de Bagatelles que retienen la atención de M. Bounan no son las mismas
que las que a mí me interesan. Le dejo las frases ilegibles, hoy incluso más
que ayer; que él me deje a mí las frases que hablan de estética. Son más
numerosas que las suyas. Que me deje las páginas, tan proféticas, tan poéticas
también, sobre Rusia. Que me deje los ballets sin palabras. Que me deje las
ideas sobre el lirismo, la literatura, el cine, la danza, ideas tan importantes
que Céline las retomó en Conversaciones
con el profesor Y. Eso es suficiente para el genio de Céline, y para mi
placer personal. M. Bounan y yo no leemos el mismo Céline, y cada cual tiene el
suyo, incluso en una misma obra, lo que prueba la riqueza de este poeta. Su
Céline se lo dejo a los historiadores, a los sociólogos, al homo politicus, y compadezco a M. Bounan por infligirle a su
lectura un suplicio semejante.
M. Bounan hace de Céline un “denunciador” de
judíos durante la Ocupación, algo que sería imperdonable, pero que es pura
difamación, basada en las querellas de Céline con Rouquès, Mackiewicz, Desnos,
Cocteau, Lifar. No sé si el primero era judío, pero era muy conocido por los
alemanes por su compromiso político, y Céline no podía entonces enseñarle nada.
Los otros no eran judíos. Los dos últimos eran celebrados por el ocupante y no
corrían ningún riesgo. Ninguna de esas “denuncias” tuvo el menor efecto. M.
Bounan sugiere sin embargo que Desnos murió deportado a causa de Céline.
¡Coronación de la calumnia! Desnos, que no era judío sino bretón desde
Saint-Louis, decía en Aujourd’hui, un
periódico “resistente en la colaboración”, que Céline, al que conocía, era
alcohólico. Ser comparado con Henry Bordeaux, vaya y pase, ¡pero ser acusado de
buscar en el alcohol la inspiración! ¿Y acusado por quién?, ¿por ese bufón?
¡Era demasiado! Céline le pidió a ese reportero a sueldo que mostrara el carnet
del Partido, su foto de frente y de perfil, su cabeza de alcohólico, en lugar
de ocultarse bajo una firma. Esto pasaba el 3 de marzo de 1941, mucho antes de
la ruptura del pacto germano-soviético. Desnos no fue molestado hasta 1944 y,
según el testimonio de su viuda, fue detenido a raíz de un volante de
propaganda que le había dado Aragon.
M. Bounan sugiere aún que el testimonio de
Chamfleury es de una “amable” complacencia, sin ninguna prueba que lo apoye, lo
que lo autoriza a poner en duda la honestidad de ese testimonio. Chamfleury no
es el único resistente en haber testificado a favor de Céline. No conozco la edad
de M. Bounan. Tal vez esté cubierto de medallas, de condecoraciones por haber
participado de la Resistencia. Pero tiene también los testimonios del Dr.
Tuset, de Pétrovich, que arriesgaron cien veces su vida para que personas como
M. Bounan pudieran escribir hoy en francés. Habla asimismo de la amistad de
Tixier-Vignancour (¡sin la “t” final sería mucho mejor!) con Céline, a quien
sólo vio en dos ocasiones, y hace silencio sobre la defensa del Doctor Albert
Naud, sin dudas porque era de la Resistencia. El libro de M. Bounan, para
terminar, se parece mucho a un panfleto, en el género del de Kaminsky,
actualizado, menos “ruso” (eso ha pasado de moda), pero no le enseña nada nuevo
al celiniano y decepciona al investigador. No es el panfleto feroz, de gran estilo,
sino el panfleto de estilo mezquino e insidioso. ¡Que tranquiliza! Su panfleto
tendrá éxito en torno a los lectores para los cuales Céline es el malvado integral
de la literatura francesa. Formados con los manuales escolares macerados por
los sorbonagros,3 no van a faltar los lectores que por 40 francos
vayan a atiborrarse de envidia solapada. En su capítulo titulado “Historia de
una reconquista”, M. Bounan coincide, sin que le disguste, en muchos puntos con
Céline. Los verdaderos responsables de las masacres que han ensangrentado
nuestro siglo veinte se han ocultado siempre detrás de los guiñoles que le
ofrecen a la gente para impedirle reflexionar en las verdaderas causas de las
miserias. Releer Mea culpa. Me pierdo
totalmente en el capítulo sobre el “revisionismo” donde M. Bounan evoca las
declaraciones, las querellas, las negaciones, de las que ignoro todo. M. Bounan
ajusta cuentas con el equipo de la librería La Vieille Taupe. Durante mucho
tiempo viví enfrente, en la rue des Fossés Saint-Jacques. Compré allí un Céline en camisa negra de Kaminsky. Me
pregunté si no eran los mismos barbudos que habían publicado en 1984 una
edición pirata de Mea culpa,
prologada con un texto “situacionista” que le reprochaba a Céline su
“antihumanismo”, en nombre de la Internacional de los desposeídos. ¿Tiene algo
de interesante? Esas historias de grupúsculos del sesenta y ocho han quedado obsoletas.
La enorme carreta desbocada de la Historia ha dejado tirados en la zanja a
todos aquellos que soñaban con ser sus cocheros. No sé mucho del Situacionismo,
a pesar de haberme encontrado con Guy Debord algunas veces en Troumilou, un simpático
bistrot a orillas del Sena. Él buscaba convertir a algunos buquinistas que
sabían más que él sobre la utopía de la anarquía o sobre la prevaricación del
marxismo. Ellos habían abandonado completamente sus ilusiones y las habían
pagado mucho más caras que nuestro intelectual. Habiéndose atiborrado de libros
baratos, Debord les parecía demasiado charlatán y demasiado abstracto. A él le
gustaba más Maquiavelo que Dante, y León Bloy que Céline. Le gustaba más la
política que la literatura, la religión que la poesía. Eso nos separaba. Como
su pasión por el alcohol y mi gusto por el té. Profetizaba una guerra en Europa
bajándose un litro de beaujolais. Un suicido en público, un caso médico. Creía
que lo perseguían, se veía asesinado. Era un romántico, de hecho. Me gustaba
escucharlo, era un espectáculo. Soy buen público.
El último capítulo de M. Bounan, su epílogo, de
nuevo muy celiniano, me toca, porque ya no se trata del alarde anticeliniano,
fácil, ganado de antemano ante lectores apremiados. La desaparición de las
ballenas es sin duda más grave que la desaparición de los galos. ¿Habrá leído
el comienzo de Scandale aux abysses
sobre la masacre de las focas? Estoy dispuesto a seguirlo sobre la catástrofe
ecológica del planeta para el beneficio de algunos psicópatas. Una lástima que
M. Bounan no haya osado nombrarlos precisamente como denuncia los “verdaderos”
y “únicos” responsables de la Segunda Guerra Mundial. ¿Una diversión más?
Cierro ese libro que no me dijo nada nuevo, y miro una vez más la tapa. ¿M.
Bounan conoce el tarot de Marsella? Su elección de la carta xiii, después de todo, demuestra no ser
tan mala. Es lo que, a decir verdad, mejor presenta ese libro. Ya que la carta xiii del Tarot no simboliza tanto la
negra parca, como la guadaña deslucida, la guillotina roja, pero que
personifica el trabajo del duelo, el renunciamiento a la materia para acceder a
una iniciación, a través de una evolución espiritual. Carta del despojamiento,
del movimiento, de la transformación. En eso, entonces, muy celiniano, muy
poético…
Traducción: Mariano
Dupont
(*) Este texto fue publicado originalmente en Le Bulletin célinien, n° 175, abril de
1997, pp. 15-22
(1) En mayo de 1968, los manifestantes
equiparaban la Compañía Republicana de Seguridad (crs) con las ss
nazis, bajo el lema “crs-ss”. (t.)
(2) La Vie innommable (La Vida innombrable) es un libro de Michel Bounan. (t.)
(3) De la Sorbonne. (t.)