"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

viernes, 3 de mayo de 2013

Céline bajo la guadaña situacionista

Por Eric Mazet


Todos los cobardes son novelescos y románticos, se inventan vidas retrocediendo.
Céline, Fantasía para otra ocasión


Pensaba no escribir sobre Céline por un buen tiempo, pero un editor me envía un libro con unas palabras amables: L’Art de Céline et son temps, de un tal Michel Bounan, a quien no conozco. En la misma colección, cuyo aspecto exterior me había seducido, M. Bounan ya ha publicado Incitation à l’autodéfense, título poco inquietante por su brutalidad paranoica. Como no es uno de los celinianos mediáticos, sino más bien un buscador de datos para artículos breves, la gentileza del envío me halaga. Me siento en la obligación de contestar. Y además la tapa, con la carta xiii del tarot de Marsella, el de la muerte caminando, despierta mi atención. La primera carta, la del Malabarista, menos morbosa, más celiniana, hubiera presentado igual de bien ese libro, ya que evoca tanto Bagatelles pour un massacre como Muerte a crédito, así como la carta llamada “El Loco”, con el loco caminando con el bastón en la mano y el petate sobre el hombro, acompañado por un gato o un perro, podría ilustrar por igual Viaje, De un castillo a otro o Rigodon.
La contratapa busca atraer al lector ignorante: “La cuestión no es saber cómo un libertario viene a juntarse con los nazis, sino por qué esa clase de personaje cree correcto disfrazarse de libertario”. Estoy de acuerdo con M. Bounan: si Céline era un nazi, ¡entonces, a la basura! Que no se hable más. M. Bounan el primero. Siento tanta repulsión como él, imagino, cuando me muestran el rostro del nazismo o del racismo en el cine. La vida cotidiana, muy felizmente, me preserva de eso. Siempre desconfié de las mayorías; si no, no hubiera llegado a Céline. Pero nunca dejé de predicar las virtudes de la tolerancia, del respeto por los más débiles, por una simple preocupación por la equidad. Sin duda estamos de acuerdo, M. Bounan y yo, en ese punto. Cosa que no está mal.
En el resto, voy a parecerle a M. Bounan muy anticuado, decepcionante, atrasado. Todos los predicadores políticos me aburren. Vengan de donde vengan, los políticos son charlatanes, responden a quien les da de comer. Pero escuchemos a M. Bounan. Su tesis es simple. Céline no es más que un pretexto, una carnada, apenas un ejemplo. M. Bounan es un “situacionista” que explica los orígenes de la Segunda Guerra Mundial por el financiamiento de una secta, los nazis, por empresas capitalistas. Provocadores, matones de eso banqueros, designaron a los judíos como propulsores de esa guerra, con el único fin de divertir a la gente. Céline es uno de ellos. Después de la guerra, los mismos responsables conservaron el poder, se convirtieron en los jueces de sus antiguos matones, y financiaron nuevamente movimientos antisemitas para ocultar sus nuevos crímenes contra la humanidad. Céline no fue más que un agente provocador a sueldo, por afán de lucro, y los celinianos hoy son todos sospechosos de antisemitismo o revisionismo. Es un resumen de nuestro sombrío siglo veinte, atado por un “situacionista” que ha elegido a Céline como marca comercial, a fin de atraer a la clientela.
Por mi lado, más inspirado por la música, por la pintura o la poesía que por la política, encuentro ese discurso muy mecánico, abstracto, falaz. La lógica paranoica es siempre impecable, tan atrayente como las muñecas rusas que encajan unas en otras. No sé si M. Bounan es enfermero psiquiátrico o psicoanalista situacionista. Es sobre todo del género homo politicus. Por lo tanto, en literatura nuestros gustos y nuestras lecturas divergen. Para mí, Céline no es ni libertario ni nazi. Su aporte a la literatura, su desafío, su reto, no se sitúan en ese nivel. Por lo tanto, la cuestión inicial, desde mi punto de vista, está caduca. Y como M. Bounan escribió en la página 61: “Una pregunta falsa sólo puede recibir respuestas absurdas”. Para él, Céline es un provocador antisemita, del principio al final. Un escritor político, un mentiroso, un tramposo, obnubilado por el dinero. La tesis no es nueva. Se la puede encontrar en Alméras, en Bellosta, en Dauphin, leídos como nuevos evangelistas. Citas no controladas, lecturas de segunda mano, difamaciones repetidas.
¿M. Bounan cree verdaderamente que uno deja la sinecura de una clínica en Rennes, y luego un puesto internacional en la Sociedad de Naciones para hacer fortuna en un dispensario en las afueras y poniéndose a escribir una enorme novela? El riesgo era grande… M. Bounan sólo ve en Viaje y Muerte a crédito recetas de moda. ¿Cree él que un escritor, únicamente motivado por el afán de lucro, pasaría cuatro años escribiendo una primera novela, luego otros cuatro para escribir la segunda, ofreciendo una revolución estética digna de las más grandes revoluciones literarias de los siglos anteriores? No se pone uno a la par de Rabelais o de Victor Hugo con recetas de bistrot.
M. Bounan se enoja, se congestiona con el hecho de que el doctor Destouches, en su estudio sobre “La organización sanitaria en las usinas Ford”, les recomienda en 1929 a los mutilados o a los enfermos no excluirse de la sociedad, rechazar ser desocupados, no convertirse en asistidos, continuar trabajando en la medida de sus posibilidades, ayudados por una medicina preventiva, social, adaptada, y no intimidante, punitiva, erudita. ¿M. Bounan se opone hoy a la reinserción de los discapacitados en el mundo del trabajo? Eso lo subleva incluso cuando Louis Destouches pide la creación de una “vasta policía médica”. Sin duda la palabra “policía” sólo le evoca a M. Bounan el eslogan “crs-ss”,1 eslogan que el mismo Cohn-Bendit encuentra hoy en día ridículo. M. Bounan, que ha escrito un libro llamado El tiempo del sida, debe saber que los más amenazados han debido crear su propia “policía”, cambiar de hábitos, de mentalidad y de actitud frente a la sexualidad. Cuando Céline afirma en Los seguros sociales que “el asegurado debe trabajar lo más posible, con la menor interrupción posible por causa de enfermedad”, M. Bounan olvida mencionar que Céline sólo considera esta fase luego de una lucha más eficaz contra las enfermedades por una refundición de la medicina. Céline se anticipa con eso a las tesis de la “antipsiquiatría” que optan por insertar al “enfermo” en la sociedad en lugar de excluirlo. Con M. Bounan, uno creería estar leyendo el pequeño catecismo de un homeópata fanático vituperando a los médicos clínicos o a los cirujanos antes de haber recorrido África como lo hizo el Dr. Destouches. Nuestro situacionista olvida que Clichy, en esa época, era el tercer mundo. Que para salir del fatalismo de la enfermedad y de la miseria, del alcoholismo y de la sífilis, había que librarse a una “empresa paciente de corrección y de rectificación intelectual”. Médica, humanista, social, evidentemente, como la anhelaba el doctor Destouches, y no represiva, policial, punitiva, como insinúa M. Bounan. Ese texto, por otro lado, fue aprobado y defendido en 1928 ante la Sociedad de Medicina de París –y Bounan hace silencio sobre ese hecho– por el Dr. Georges Rosenthal, a quien cuesta imaginar como un nazi.
Hay que recordar que en 1918 los americanos habían enviado a Bretagne la Misión Rockefeller para luchar contra la tuberculosis que producía ciento cincuenta mil muertos por día en el mundo. Es allí donde Louis Destouches, enrolado en esta cruzada, en esta “educación popular”, aprende, ante un público de obreros, a condenar el alcoholismo, “principal proveedor de la tuberculosis”, y no en lo de algún gacetillero antisemita cuyos ataques estarán dirigidos tanto contra el alcohol como contra los judíos. ¿Era querer enrolar a los combatientes del 14 en un mundo totalitario querer ahorrarles una segunda plaga mortal en 1918 abogando por la creación de escuelas de enfermeras visitantes que irían a las casas de los enfermos? Todos esos proyectos habían sido concebidos del otro lado del Atlántico por los profesores Alexander Bruno y Selskar Gunn, médicos de la misión Rockefeller. ¿Era tener un discurso policial o nazi pedir la construcción de dispensarios antituberculosos, y hablar en 1919 “en nombre de la Patria rechazada, en nombre del Porvenir de nuestra raza” como lo hacía por entonces el comité de la misión? Era el lenguaje de una generación formada en los estudios latinos. Ni en las trincheras de Verdun ni en los libros de historia se usaban códigos “políticamente correctos” que justifican la incultura de nuestros críticos.
M. Bounan menciona el envío de L’Église a Gallimard en 1929 y ve allí la prueba de un antisemitismo provocador. Olvida decir que Céline había igualmente propuesto Semmelweis a Gallimard. Es el primer panfleto de Céline, aunque no sea antisemita, aunque sea incluso filosemita, ya que dice que Semmelweis era de origen judío. ¿Era el único interés del libro? Es un libro que se mete con el lenguaje estereotipado de la época, con las abstracciones políticas, los discursos médicos, aquellos que esconden la impotencia, la mentira, el engaño ante el esfuerzo, el genio de vencer la fatalidad de la enfermedad y de la muerte. Un primer texto “situacionista” en cierta manera. ¿Es antisemita o guiñolesco ese acto iii de L’Église con el personaje de Yudenzweck, caricatura de un diplomático internacional? Los judíos no son allí más que un símbolo entre otros, como el colono, el ruso o el burgués. Yudenzweck es más bien simpático. Es su obligación a la racionalidad, su sumisión a una ideología, su pertenencia a un clan, lo que lo separa de Bardamu, ese médico más enamorado de la danza que de las cifras, más confiado en el microscopio que en las comisiones. El acto iii de L’Église delinea sobre todo la sátira contra los grandes funcionarios de una administración internacional que no ven más que el interés político de las cosas y que ponen sus sabias comunicaciones por encima del interés de los individuos, la venta de un producto en el mercado antes que la salud de los habitantes de un país, y que desestiman la realidad si ella no encaja en sus estadísticas. Ilustración del eterno combate del individuo con la sociedad, ese texto no puede ser más actual, y es por eso que Jean-Louis Martinelli no vaciló en hacer una puesta en escena en 1992 en Lyon y en Nanterre con un éxito sorprendente.
M. Bounan evoca las cartas a Garcin, creyendo probar que Céline fingió interesarse en Freud porque estaba “de moda”. Es olvidar que por entonces el pensamiento de Freud no estaba para nada “de moda” en el pueblo o entre los burgueses, y que de hecho muy pocos intelectuales lo conocían y se interesaban en él. Incluso si “el juego del delirio” estaba “de moda” en el pequeño grupo de los surrealistas, las teorías de Freud sólo serán conocidas en Francia después de la Segunda Guerra Mundial, y en las entrevistas de la época Céline les reprochará por otro lado a sus colegas ignorar “la enorme escuela freudiana”. En su Homenaje a Zola, lo volvió a homenajear. M. Bounan tiene una lectura selectiva y un conocimiento limitado. No ve que Céline “se hace el macró” con Garcin, que imita su fanfarronería de proxeneta. Que carga las tintas y quiere mostrarse más cafisho que él, que busca embaucarlo. Que se hace el malo. Que busca divertir. En cada una de las cartas, Céline, como música, prueba su instrumento.
M. Bounan le reprocha a continuación a Céline la benevolencia hacia los perdularios, los marginales, los sinvergüenzas, no viendo en ese interés provisorio más que un deseo de poder y de dinero para escapar al mundo del trabajo. Es olvidar que, de Villon a Hugo, de Bruant a Rictus, e incluso Élie Faure, muchos se han interesado en los marginales, y no sólo por su lenguaje, sino también por su rechazo a una sociedad de moral asesina. En el trabajo de galeote de Céline, en sus pirámides de encajes y sus óperas de sufrimiento, M. Bounan sólo ve un deseo de dinero fácil y cafishaje. ¿Quién puede creer que Céline, como médico y como escritor, escapaba del mundo del trabajo? M. Bounan sufre tal vez por “la vida innombrable”,2 al punto de que quiere compararse con Céline, creerse mejor médico y mejor escritor que él. Su opúsculo, para nada innovador, no convence en lo más mínimo. Él pertenece más bien a la generación de “nuevos celinianos”, esos tesistas que confunden la compilación y la paráfrasis, el desvío, los criterios de moralidad o de política con la verdadera búsqueda personal, con la propuesta de una tesis enriquecedora, y que hacen su carrera gracias a Céline, escupiéndolo, como M. Bounan, que sale del anonimato y de la insignificancia utilizando el nombre de Céline. Una tenia que requiere unas purgas. ¿Céline jugó con su biografía? ¡La historia de siempre! ¡Qué descubrimiento! Desde 1963, con la revista L’Herne, con Marcel Brochard, sabemos todo eso. ¿A quién quiere sorprender, M. Bounan? ¿A los pánfilos que todavía no saben que el arte es siempre trasposición, que el realismo es la peor de las mentiras, que las biografías son tan poco fieles como las traducciones? Desde Rousseau y Chateaubriand, Cendrars o Malraux, ¿qué escritor no ha jugado con su historia, ya que su verdadera vida está en los libros? M. Bounan no vio en el naturalismo de Zola más que la tarta con crema del realismo. ¡Que vuelva a la escuela! Que relea el Homenaje a Zola, donde Céline trata a Hitler de dictador epiléptico y a su ministro de subgorila, oponiéndoles la grandeza del naturalismo.
Cuando M. Bounan habla de los panfletos de Céline, no precisa cuáles. ¿Semmelweis? ¿Viaje? ¿Mea culpa? ¿L’agité du bocal? ¿Conversaciones? ¿Fantasía para otra ocasión? ¿O bien considera como textos panfletarios sólo aquellos que contienen ciertas páginas, ciertos capítulos contra los judíos: los dos panfletos del Frente Popular y el de la alianza germano-soviética? ¿Por qué precisar que son “violentamente” antisemitas, cuando el adjetivo le sirve a él solo, y cuando antes de eso Céline fue “violentamente” pacifista, “violentamente” anticapitalista, “violentamente” antiintelectual, cuando describía “violentamente” a parientes y amigos luego de haberse “manchado” él mismo “violentamente”?
No empleamos los mismos diccionarios ni los mismos métodos de lectura. Cuando M. Bounan (p. 56) nos dice haber leído en Céline (sin precisarnos dónde) “luxen al judío en el poste”, transforma en principio el infinitivo de Beaux Draps (p. 197) en imperativo, y lo extrae de su contexto y finge comprender “aten y maten al judío en el poste”, como a un indio o un cowboy en un western. Restituyamos la frase en su capítulo: “¡El comunismo Labiche o la muerte! ¡Así hablo yo! ¡Y no en veinte años sino ahora mismo! Si no componemos uno nosotros, un comunismo a nuestro modo, que convenga a nuestros géneros de espíritu, los judíos nos impondrán el suyo, no esperan más que eso (…) ¡Rápido! ¡Luxar al judío en el poste! ¡no hay un segundo que perder! ¡Es una fija por decirlo así! ¡sería un milagro que lo alcancen! ¡una media cabeza!… ¡un pájaro!…” O M. Bounan no sabe leer, o copia obras de segunda mano, o actúa de mala fe. No debería ignorar que la expresión “luxar en el poste” en el argot parisino del hipódromo quiere decir “ganar en el poste”, “ganar”, “sobrepasar”, hablando de caballos. Ése es el sentido que la expresión tiene en el texto. Está más que claro. No interpreto. El Larousse de los argots (Esnault, 1965) precisa que “luxar”, en el argot médico, quiere decir “reemplazar a alguien”. Céline impulsaba a los franceses a mostrarse más revolucionarios que los judíos del Frente popular en su programa de igualdad social: “¡Abolición de privilegios! ¡un 89 hasta el fondo!”. La hipérbole de las injurias, la crueldad de los retratos, hacen que hoy ciertos pasajes se vuelvan difíciles, ya que las imágenes atroces de la Historia han desnaturalizado la carga caricatural admitida en la época, pero en ninguno de sus libros Céline pide un progrom, contrariamente a lo que M. Bounan pretende (p. 57). “Luxar en el poste” es por otro lado la única expresión que encontró. Es poco teniendo en cuenta las 906 páginas de los tres panfletos incriminados. ¡Para recurrir a una tergiversación y a un abuso tan deshonestos hace falta carecer de argumentos y de probidad!
Cuando abro al azar un libro de Céline, no es para aprender una lección de anarquismo, de nazismo o de antisemitismo. Les dejo eso a los masoquistas y a los sádicos. Leo a Céline como leo a La Fontaine, a Voltaire, a Chateaubriand o a Baudelaire, que ciertamente también tenían ideas políticas y sociales, pero a quienes no leemos para aprobar o refutar una ideología. Se los lee por el placer, la poesía, el lirismo, la lengua, la gracia, la música, la verba, la mentira, la crueldad. Cuando releo a Villon, cuando miro un Caravaggio, cuando escucho a Gesualdo, el hecho de que hayan sido asesinos no impide mi placer, y no me siento culpable de complicidad. Cuando escucho La Flauta mágica, si conozco el libreto y he estudiado los símbolos, entonces me preocupo poco por su “mensaje”, y si me intereso en la francmasonería, busco información en otro lado. Cuando Voltaire se las agarra contra los jesuitas, no lo considero el instigador de las masacres de las monjas durante la Revolución. Cuando leo Pobre Bélgica de Baudelaire, no me pregunto si ese libro ha inspirado las masacres de belgas por los alemanes o de los congoleños. Cuando leo a Rousseau, Vallès o Zola, no los considero responsables de los millones de muertos en Rusia, y cuando escucho un poema de Aragon, no pienso en la gpu, en Stalin o en el Gulag. Reconozco que la literatura o la poesía remiten a ese momento de la historia y la política. No leo a esos autores por el estilo solamente, sus ideas me interesan, pero no voy a compartirlas o a adherir a ellas necesariamente.
Las páginas de Bagatelles que retienen la atención de M. Bounan no son las mismas que las que a mí me interesan. Le dejo las frases ilegibles, hoy incluso más que ayer; que él me deje a mí las frases que hablan de estética. Son más numerosas que las suyas. Que me deje las páginas, tan proféticas, tan poéticas también, sobre Rusia. Que me deje los ballets sin palabras. Que me deje las ideas sobre el lirismo, la literatura, el cine, la danza, ideas tan importantes que Céline las retomó en Conversaciones con el profesor Y. Eso es suficiente para el genio de Céline, y para mi placer personal. M. Bounan y yo no leemos el mismo Céline, y cada cual tiene el suyo, incluso en una misma obra, lo que prueba la riqueza de este poeta. Su Céline se lo dejo a los historiadores, a los sociólogos, al homo politicus, y compadezco a M. Bounan por infligirle a su lectura un suplicio semejante.
M. Bounan hace de Céline un “denunciador” de judíos durante la Ocupación, algo que sería imperdonable, pero que es pura difamación, basada en las querellas de Céline con Rouquès, Mackiewicz, Desnos, Cocteau, Lifar. No sé si el primero era judío, pero era muy conocido por los alemanes por su compromiso político, y Céline no podía entonces enseñarle nada. Los otros no eran judíos. Los dos últimos eran celebrados por el ocupante y no corrían ningún riesgo. Ninguna de esas “denuncias” tuvo el menor efecto. M. Bounan sugiere sin embargo que Desnos murió deportado a causa de Céline. ¡Coronación de la calumnia! Desnos, que no era judío sino bretón desde Saint-Louis, decía en Aujourd’hui, un periódico “resistente en la colaboración”, que Céline, al que conocía, era alcohólico. Ser comparado con Henry Bordeaux, vaya y pase, ¡pero ser acusado de buscar en el alcohol la inspiración! ¿Y acusado por quién?, ¿por ese bufón? ¡Era demasiado! Céline le pidió a ese reportero a sueldo que mostrara el carnet del Partido, su foto de frente y de perfil, su cabeza de alcohólico, en lugar de ocultarse bajo una firma. Esto pasaba el 3 de marzo de 1941, mucho antes de la ruptura del pacto germano-soviético. Desnos no fue molestado hasta 1944 y, según el testimonio de su viuda, fue detenido a raíz de un volante de propaganda que le había dado Aragon.
M. Bounan sugiere aún que el testimonio de Chamfleury es de una “amable” complacencia, sin ninguna prueba que lo apoye, lo que lo autoriza a poner en duda la honestidad de ese testimonio. Chamfleury no es el único resistente en haber testificado a favor de Céline. No conozco la edad de M. Bounan. Tal vez esté cubierto de medallas, de condecoraciones por haber participado de la Resistencia. Pero tiene también los testimonios del Dr. Tuset, de Pétrovich, que arriesgaron cien veces su vida para que personas como M. Bounan pudieran escribir hoy en francés. Habla asimismo de la amistad de Tixier-Vignancour (¡sin la “t” final sería mucho mejor!) con Céline, a quien sólo vio en dos ocasiones, y hace silencio sobre la defensa del Doctor Albert Naud, sin dudas porque era de la Resistencia. El libro de M. Bounan, para terminar, se parece mucho a un panfleto, en el género del de Kaminsky, actualizado, menos “ruso” (eso ha pasado de moda), pero no le enseña nada nuevo al celiniano y decepciona al investigador. No es el panfleto feroz, de gran estilo, sino el panfleto de estilo mezquino e insidioso. ¡Que tranquiliza! Su panfleto tendrá éxito en torno a los lectores para los cuales Céline es el malvado integral de la literatura francesa. Formados con los manuales escolares macerados por los sorbonagros,3 no van a faltar los lectores que por 40 francos vayan a atiborrarse de envidia solapada. En su capítulo titulado “Historia de una reconquista”, M. Bounan coincide, sin que le disguste, en muchos puntos con Céline. Los verdaderos responsables de las masacres que han ensangrentado nuestro siglo veinte se han ocultado siempre detrás de los guiñoles que le ofrecen a la gente para impedirle reflexionar en las verdaderas causas de las miserias. Releer Mea culpa. Me pierdo totalmente en el capítulo sobre el “revisionismo” donde M. Bounan evoca las declaraciones, las querellas, las negaciones, de las que ignoro todo. M. Bounan ajusta cuentas con el equipo de la librería La Vieille Taupe. Durante mucho tiempo viví enfrente, en la rue des Fossés Saint-Jacques. Compré allí un Céline en camisa negra de Kaminsky. Me pregunté si no eran los mismos barbudos que habían publicado en 1984 una edición pirata de Mea culpa, prologada con un texto “situacionista” que le reprochaba a Céline su “antihumanismo”, en nombre de la Internacional de los desposeídos. ¿Tiene algo de interesante? Esas historias de grupúsculos del sesenta y ocho han quedado obsoletas. La enorme carreta desbocada de la Historia ha dejado tirados en la zanja a todos aquellos que soñaban con ser sus cocheros. No sé mucho del Situacionismo, a pesar de haberme encontrado con Guy Debord algunas veces en Troumilou, un simpático bistrot a orillas del Sena. Él buscaba convertir a algunos buquinistas que sabían más que él sobre la utopía de la anarquía o sobre la prevaricación del marxismo. Ellos habían abandonado completamente sus ilusiones y las habían pagado mucho más caras que nuestro intelectual. Habiéndose atiborrado de libros baratos, Debord les parecía demasiado charlatán y demasiado abstracto. A él le gustaba más Maquiavelo que Dante, y León Bloy que Céline. Le gustaba más la política que la literatura, la religión que la poesía. Eso nos separaba. Como su pasión por el alcohol y mi gusto por el té. Profetizaba una guerra en Europa bajándose un litro de beaujolais. Un suicido en público, un caso médico. Creía que lo perseguían, se veía asesinado. Era un romántico, de hecho. Me gustaba escucharlo, era un espectáculo. Soy buen público.
El último capítulo de M. Bounan, su epílogo, de nuevo muy celiniano, me toca, porque ya no se trata del alarde anticeliniano, fácil, ganado de antemano ante lectores apremiados. La desaparición de las ballenas es sin duda más grave que la desaparición de los galos. ¿Habrá leído el comienzo de Scandale aux abysses sobre la masacre de las focas? Estoy dispuesto a seguirlo sobre la catástrofe ecológica del planeta para el beneficio de algunos psicópatas. Una lástima que M. Bounan no haya osado nombrarlos precisamente como denuncia los “verdaderos” y “únicos” responsables de la Segunda Guerra Mundial. ¿Una diversión más? Cierro ese libro que no me dijo nada nuevo, y miro una vez más la tapa. ¿M. Bounan conoce el tarot de Marsella? Su elección de la carta xiii, después de todo, demuestra no ser tan mala. Es lo que, a decir verdad, mejor presenta ese libro. Ya que la carta xiii del Tarot no simboliza tanto la negra parca, como la guadaña deslucida, la guillotina roja, pero que personifica el trabajo del duelo, el renunciamiento a la materia para acceder a una iniciación, a través de una evolución espiritual. Carta del despojamiento, del movimiento, de la transformación. En eso, entonces, muy celiniano, muy poético…
Traducción: Mariano Dupont

(*) Este texto fue publicado originalmente en Le Bulletin célinien, n° 175, abril de 1997, pp. 15-22
(1) En mayo de 1968, los manifestantes equiparaban la Compañía Republicana de Seguridad (crs) con las ss nazis, bajo el lema “crs-ss”. (t.)
(2) La Vie innommable (La Vida innombrable) es un libro de Michel Bounan. (t.)
(3) De la Sorbonne. (t.)