Por Eugenio Monjeau
“La derecha tenía un lugar previsto para la voz y el ejemplo
de un arrepentido de la izquierda”, escribe Alejandro Rubio en su reseña sobre
el Testamento de Leis publicada en la
revista Otra Parte. Rubio ha pasado a
integrar la larga lista de las personas que decidieron dejar de pensar. No le
hace falta. Sus categorías están prestas para bloquear cualquier indicio de
sensibilidad u originalidad. Héctor Leis no es una persona que elige, en libertad,
confesar los crímenes en los que se vio involucrado y dar, con la mayor
honestidad imaginable, algunos veredictos sobre el pasado y el presente
argentino y dejar algunas pistas sobre el futuro. Es tan sólo un agente de la
derecha, del mal radical, un medio de la propaganda. Rubio indica que el
objetivo de Leis es “restarle legitimidad al actual elenco gubernativo”.
Como si de un servicio se tratara, denuncia que Héctor Leis escribió lo que
escribió con el objetivo de dañar al gobierno. No lo escribió porque lo pensara
y con el fin de dar su opinión, sino con una agenda oculta. Del mismo modo,
podría argumentarse que la marcha en conmemoración de la tragedia de Once se
hizo para menoscabar la gestión kirchnerista, y no porque hubiera sentimientos
y reclamos genuinos que debían ser expresados. Por pudor, Rubio evitó llamar
“golpista” a Leis, pero ese adjetivo sólo hubiera sido una manera más franca de
decir lo mismo.
Contrariamente a lo que señala Rubio, Leis no es un
arrepentido, cosa que declara explícitamente. Rubio le hace a Leis decir lo que
no dijo y no decir lo que dijo. Héctor Leis, que confiesa y pide perdón con la
mayor contrición, es una de las pocas personas que abandonaron respecto de la
década del 70 toda forma de autoindulgencia. No se puede decir lo mismo del
propio Rubio, que cree que para escribir una crítica literaria basta con
sobreinterpretar el texto, citar a Thomas Bernhard sin ninguna necesidad y usar
expresiones del tenor de “vergüenza ajena”. No conozco a nadie que haya leído el
libro de Leis –y conozco a muchas
personas que lo leyeron– y me haya
hablado de un sentimiento de ese tipo. Sí de desacuerdo, enojo y hasta
indignación. No conozco, de hecho, ninguna reseña literaria en toda la historia
que se valga de esa categoría. ¿“La reseña de Rubio produce vergüenza ajena”
sería?
Rubio dice que Leis usa los conceptos de “generación” y
“resentimiento”, como si el hecho de ponerlos entre comillas los ridiculizara
lo suficiente como para eximirse de mayores comentarios. Luego habla de “apelaciones
de explícito tenor religioso”, como si tal cosa fuera algo despreciable.
Después de algunas otras críticas puntuales, se dirige contra la meta misma del
libro: la reconciliación. Según Rubio, la Argentina está reconciliada, salvo
por “grupúsculos sin importancia”. Me pregunto si cuenta al actual gobierno
entre esos grupúsculos. Néstor Kirchner denunció a los ruralistas como “grupos
de tareas”, Cristina Kirchner habló de “los goles secuestrados”, se llama
“golpistas” a la mayoría de las figuras del arco opositor y se persigue con
crueldad a la dueña de un diario opositor incriminándola contra viento y marea
del peor crimen imaginable.
Un grupo de militares, represores condenados por delitos de
lesa humanidad, se encuentra desprovisto de derechos y garantías elementales,
como el debido proceso, la aplicación de la ley más benigna y el beneficio del
arresto domiciliario. Esto lo señala Roberto Gargarella: ¿otro agente de la
derecha? Si Videla murió enfermo, solo y viejo en una celda, en lugar de hacerlo
en su casa o en un hospital, ¿es que la Argentina está reconciliada o que se
está aplicando, de manera retroactiva, la justicia del vencedor? Javier Cercas
dice que el franquismo ganó la guerra pero perdió la historia de la literatura.
Los militares argentinos ganaron la guerra de la década del 70, pero perdieron
la historia política. No podría ser de otra manera. Sus crímenes constituyen el
agravio más profundo que se le haya infligido a la sociedad argentina en toda
su historia. Pero no por ello puede ahora recuperarse la retórica del grupo
derrotado en esa guerra (por injusta y desequilibrada que haya podido ser, por
inconmensurables que fueran sus contendientes, así la llamaron ellos mismos),
transformarla en vencedora y valerse de ella para mortificar a un conjunto de
personas. En la Argentina de la década del 70, los argentinos se mataron entre
sí. Algunos de los asesinos están muriendo en la cárcel; otros ocupan cargos
gubernamentales. No hace falta ir tan lejos como Leis y renunciar a las
categorías de delito de lesa humanidad o de terrorismo de Estado para advertir
que la asimetría es demasiado grande.
En 1975, es decir, durante el gobierno constitucional, más de cincuenta montoneros coparon un cuartel de la Infantería en Formosa. Como
resultado del enfrentamiento, murieron varios combatientes guerrilleros y otros
tantos conscriptos que defendieron el cuartel. Varios de los muertos
guerrilleros fueron incorporados a la lista actualizada de muertos de la conadep y sus nombres integran el
Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado. Sus familiares recibieron
indemnizaciones de hasta 150.000 dólares. Sin embargo, en la Provincia de
Formosa, el 5 de octubre es el Día del Soldado Formoseño. Se celebra un acto al
que asisten distintos sectores sociales, en conmemoración de los conscriptos
asesinados en el cumplimiento de su deber. Contra lo que indica ese consenso
social y todo sentido común, cuando algunos diputados propusieron que los
familiares de los conscriptos también recibieran una indemnización, varias
figuras y organizaciones de derechos humanos se opusieron. h.i.j.o.s. y la Liga Argentina de los
Derechos del Hombre, por ejemplo. También Remo Carlotto, diputado nacional y ex
Secretario de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires. Hubo varias
abstenciones. ¿De qué reconciliación está hablando Alejandro Rubio?
El monumento que propone Leis es una de las posibilidades a favor de la
reconciliación. Se pueden pensar muchísimas otras. Un monumento que incluye a
guerrilleros que mataron a conscriptos inocentes en un día de descanso
ciertamente no es una de ellas. Quizás no hacen falta más monumentos. Sí hacen
falta más libros como el de Leis: hasta ahora, esta clase de testimonios o de
autocríticas han venido desde la izquierda (Del Barco, Schmucler, Leis, Hilb).
Y faltan menos notas como la de Rubio, que no hace más que perpetuar todo lugar
común y ponerse al servicio de una ideología. Por su falta de rigor científico
y de apego a la verdad, por su puesta en práctica de una idea recibida, Rubio
se parece más de lo que él cree, y, por supuesto, mucho más que el propio Leis,
a sus enemigos declarados como Cecilia Pando o los editoriales más cerriles del
diario La Nación.