"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

sábado, 29 de junio de 2013

Alejandro Rubio o la servidumbre voluntaria


Por Eugenio Monjeau


“La derecha tenía un lugar previsto para la voz y el ejemplo de un arrepentido de la izquierda”, escribe Alejandro Rubio en su reseña sobre el Testamento de Leis publicada en la revista Otra Parte. Rubio ha pasado a integrar la larga lista de las personas que decidieron dejar de pensar. No le hace falta. Sus categorías están prestas para bloquear cualquier indicio de sensibilidad u originalidad. Héctor Leis no es una persona que elige, en libertad, confesar los crímenes en los que se vio involucrado y dar, con la mayor honestidad imaginable, algunos veredictos sobre el pasado y el presente argentino y dejar algunas pistas sobre el futuro. Es tan sólo un agente de la derecha, del mal radical, un medio de la propaganda. Rubio indica que el objetivo de Leis es “restarle legitimidad al actual elenco gubernativo”.
Como si de un servicio se tratara, denuncia que Héctor Leis escribió lo que escribió con el objetivo de dañar al gobierno. No lo escribió porque lo pensara y con el fin de dar su opinión, sino con una agenda oculta. Del mismo modo, podría argumentarse que la marcha en conmemoración de la tragedia de Once se hizo para menoscabar la gestión kirchnerista, y no porque hubiera sentimientos y reclamos genuinos que debían ser expresados. Por pudor, Rubio evitó llamar “golpista” a Leis, pero ese adjetivo sólo hubiera sido una manera más franca de decir lo mismo.
Contrariamente a lo que señala Rubio, Leis no es un arrepentido, cosa que declara explícitamente. Rubio le hace a Leis decir lo que no dijo y no decir lo que dijo. Héctor Leis, que confiesa y pide perdón con la mayor contrición, es una de las pocas personas que abandonaron respecto de la década del 70 toda forma de autoindulgencia. No se puede decir lo mismo del propio Rubio, que cree que para escribir una crítica literaria basta con sobreinterpretar el texto, citar a Thomas Bernhard sin ninguna necesidad y usar expresiones del tenor de “vergüenza ajena”. No conozco a nadie que haya leído el libro de Leis y conozco a muchas personas que lo leyeron y me haya hablado de un sentimiento de ese tipo. Sí de desacuerdo, enojo y hasta indignación. No conozco, de hecho, ninguna reseña literaria en toda la historia que se valga de esa categoría. ¿“La reseña de Rubio produce vergüenza ajena” sería?
Rubio dice que Leis usa los conceptos de “generación” y “resentimiento”, como si el hecho de ponerlos entre comillas los ridiculizara lo suficiente como para eximirse de mayores comentarios. Luego habla de “apelaciones de explícito tenor religioso”, como si tal cosa fuera algo despreciable. Después de algunas otras críticas puntuales, se dirige contra la meta misma del libro: la reconciliación. Según Rubio, la Argentina está reconciliada, salvo por “grupúsculos sin importancia”. Me pregunto si cuenta al actual gobierno entre esos grupúsculos. Néstor Kirchner denunció a los ruralistas como “grupos de tareas”, Cristina Kirchner habló de “los goles secuestrados”, se llama “golpistas” a la mayoría de las figuras del arco opositor y se persigue con crueldad a la dueña de un diario opositor incriminándola contra viento y marea del peor crimen imaginable.
Un grupo de militares, represores condenados por delitos de lesa humanidad, se encuentra desprovisto de derechos y garantías elementales, como el debido proceso, la aplicación de la ley más benigna y el beneficio del arresto domiciliario. Esto lo señala Roberto Gargarella: ¿otro agente de la derecha? Si Videla murió enfermo, solo y viejo en una celda, en lugar de hacerlo en su casa o en un hospital, ¿es que la Argentina está reconciliada o que se está aplicando, de manera retroactiva, la justicia del vencedor? Javier Cercas dice que el franquismo ganó la guerra pero perdió la historia de la literatura. Los militares argentinos ganaron la guerra de la década del 70, pero perdieron la historia política. No podría ser de otra manera. Sus crímenes constituyen el agravio más profundo que se le haya infligido a la sociedad argentina en toda su historia. Pero no por ello puede ahora recuperarse la retórica del grupo derrotado en esa guerra (por injusta y desequilibrada que haya podido ser, por inconmensurables que fueran sus contendientes, así la llamaron ellos mismos), transformarla en vencedora y valerse de ella para mortificar a un conjunto de personas. En la Argentina de la década del 70, los argentinos se mataron entre sí. Algunos de los asesinos están muriendo en la cárcel; otros ocupan cargos gubernamentales. No hace falta ir tan lejos como Leis y renunciar a las categorías de delito de lesa humanidad o de terrorismo de Estado para advertir que la asimetría es demasiado grande.
En 1975, es decir, durante el gobierno constitucional, más de cincuenta montoneros coparon un cuartel de la Infantería en Formosa. Como resultado del enfrentamiento, murieron varios combatientes guerrilleros y otros tantos conscriptos que defendieron el cuartel. Varios de los muertos guerrilleros fueron incorporados a la lista actualizada de muertos de la conadep y sus nombres integran el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado. Sus familiares recibieron indemnizaciones de hasta 150.000 dólares. Sin embargo, en la Provincia de Formosa, el 5 de octubre es el Día del Soldado Formoseño. Se celebra un acto al que asisten distintos sectores sociales, en conmemoración de los conscriptos asesinados en el cumplimiento de su deber. Contra lo que indica ese consenso social y todo sentido común, cuando algunos diputados propusieron que los familiares de los conscriptos también recibieran una indemnización, varias figuras y organizaciones de derechos humanos se opusieron. h.i.j.o.s. y la Liga Argentina de los Derechos del Hombre, por ejemplo. También Remo Carlotto, diputado nacional y ex Secretario de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires. Hubo varias abstenciones. ¿De qué reconciliación está hablando Alejandro Rubio?
El monumento que propone Leis es una de las posibilidades a favor de la reconciliación. Se pueden pensar muchísimas otras. Un monumento que incluye a guerrilleros que mataron a conscriptos inocentes en un día de descanso ciertamente no es una de ellas. Quizás no hacen falta más monumentos. Sí hacen falta más libros como el de Leis: hasta ahora, esta clase de testimonios o de autocríticas han venido desde la izquierda (Del Barco, Schmucler, Leis, Hilb). Y faltan menos notas como la de Rubio, que no hace más que perpetuar todo lugar común y ponerse al servicio de una ideología. Por su falta de rigor científico y de apego a la verdad, por su puesta en práctica de una idea recibida, Rubio se parece más de lo que él cree, y, por supuesto, mucho más que el propio Leis, a sus enemigos declarados como Cecilia Pando o los editoriales más cerriles del diario La Nación.