Por François Truffaut
Mayo-junio 1973
Jean-Luc:
Para no obligarte a leer esta
carta desagradable hasta el final, comienzo por lo esencial: no entraré en la
coproducción de tu film. En segundo lugar, te devolveré la carta que le
enviaste Jean-Pierre Léaud: la leí y la encuentro repugnante. Es a raíz de ella
que siento que llegó el momento de decirte, abiertamente, que para mí te
comportás como una mierda.
En lo que concierne a
Jean-Pierre, tan maltratado desde la historia de la gran Marie y más
recientemente en su trabajo, encuentro repugnante ponerse del lado de los
otros, repugnante intentar arrancarle, por intimidación, dinero a alguien
quince años menor que vos y al que le pagabas menos de un millón cuando él era
el centro de tus films que te hacían ganar treinta veces más.
Ciertamente, Jean-Pierre cambió
desde Los 400 golpes, pero puedo
decirte que es en Masculino Femenino
donde me di cuenta por primera vez de que estar frente a una cámara podía darle
angustia y no alegría. El film era bueno y él estaba bien en el film, pero la
primera escena, en el café, era opresiva para cualquiera que lo mirara con
amistad y no como un entomólogo.
Nunca formulé la mínima reserva
sobre vos delante de Jean-Pierre, que te admiraba tanto, pero sé que vos a
menudo le dijiste inmundicias sobre mí, a la manera de un tipo que le dice a un
chico: “¿Cómo anda tu padre, sigue mamándose?”. Jean-Pierre no es el único en
haber cambiado en 14 años, y si proyectaran la misma noche Sin aliento y Tout va bien,
el costado a la vez desencantado y precavido del segundo film produciría
consternación y tristeza.
Me importa un carajo lo que
pienses de La noche americana, lo que
encuentro lamentable de tu parte es ir a ver, incluso hoy, films como ése,
films de los que conocés de antemano el contenido que no corresponde a tu idea
del cine ni a tu idea de la vida. ¿Acaso Jean-Edern Hallier le escribiría a
Daninos para decirle que no está de acuerdo con su último libro?
Cambiaste tu vida, tu cerebro, y,
sin embargo, continuás perdiendo horas en el cine para arruinarte la vista.
¿Por qué? ¿Para encontrar con qué alimentar tu desprecio por todos nosotros,
para fortalecerte en tus nuevas certezas?
Es mi turno de tratarte de
mentiroso. Al comienzo de Tout va bien,
está esta frase: “Para hacer un film se necesitan vedettes”. Mentira. Todo el
mundo conoce tu insistencia para conseguir a Jane Fonda, que se negaba a
participar, mientras tus financistas te decían de usar a cualquier otra actriz.
Tu pareja de vedettes la conseguiste a lo Clouzot: ya que tienen la oportunidad
de trabajar conmigo, la décima parte de su salario será suficiente, etc.
Karmitz, Bernard Paul necesitan vedettes, vos no, entonces: mentira. La prensa
“impone” vedettes. Otra mentira, a propósito de tu nuevo film: no hablás del importante
adelanto que solicitaste y obtuviste, y que debería haberte sido suficiente, incluso
si Ferreri, tal como vos lo acusaste, se gastó el dinero que te había
“reservado”. Se cree que está todo permitido ese italiano que viene a comerse
nuestra comida, ese inmigrante, ¡hay que volverlo a la frontera, vía Cannes!
Siempre manejaste el arte de
hacerte pasar por una víctima, como Cayatte, como Boisset, como Michel Drach,
víctima de Pompidou, de Marcellin, de la censura, de los distribuidores con
tijera, mientras que siempre te las arreglás para hacer muy bien lo que querés,
cuando querés, como querés, y sobre todo preservar la imagen pura y dura que
querés cultivar, incluso en detrimento de las personas indefensas como Janine
Bazin. Seis meses después de la historia Kiejman, Janine vio cómo le cancelaban
sus dos programas, venganza hábilmente diferida. Kiejman no quería hablar de
cine político sin entrevistarte, ese papel tuyo –porque claramente se trata de
un papel– consistía ahí también en cultivar tu imagen subversiva, con tu
frasecita bien elegida. La frase es pronunciada; o bien pasa y es lo
suficientemente viva como para que no sospechen que te reblandeciste, o bien no
pasa y es admirable: decididamente Godard es siempre Godard, etc.
Todo pasa según lo previsto, el
programa no sale, permanecés en tu pedestal. Nadie señala que la frase es una
nueva mentira. Si Pompidou pone en escena a Francia, vos hablás mal del partido
comunista y los sindicatos, en el modo (demasiado indirecto para las “masas”)
de la perífrasis, la antífrasis y la burla, como en Tout va bien, film destinado, al comienzo, a tener una difusión muy
grande.
Si me retiré del debate de Fahrenheit 451, en esa época, era para
tentar a Janine, no por solidaridad hacia vos, es por eso que no te devolví la
llamada telefónica que me hiciste en ese momento.
[…] Una chica en la BBC te llama
para que hables de cine político en un programa sobre mí, le prevengo de
antemano que te vas a negar a aparecer, pero mejor que eso, le cortaste el
teléfono antes de que terminara la frase, comportamiento elitista, comportamiento
de mierda, como cuando aceptás ir a Ginebra, Londres o Milán y después no vas,
para asombrar, sorprender, como Sinatra, como Brando, comportamiento de mierda
desde arriba del pedestal.
Durante cierto tiempo, luego de
mayo del 68, nadie oía hablar de vos, u oía pero de manera misteriosa: parece
que está trabajando mucho, formó un grupo, etc. Y luego, un sábado, anuncian
que vas a salir en la radio, en la RTL, con Monod. Me quedo en la oficina para
escuchar, […] siento: 1° que la historia no es exacta, ha sido falseada; 2° que
nunca realizarás ese film. […] Fumista. Dandi. Siempre fuiste un dandi, cuando
enviabas un telegrama a De Gaulle por su próstata, cuando lo tratabas a
Braunberger de “judío miserable” por teléfono, cuando lo tratabas a Chauvet de
corrupto (porque era el último, el único en enfrentarte), dandi cuando
practicabas la amalgama Renoir-Verneuil (más de lo mismo), dandi incluso hoy
cuando pretendés que vas a mostrar la verdad sobre el cine a aquellos que lo
hacen oscuramente, mal pagados, etc.
Cuando les hacías montar a los
eléctricos un decorado, un garage o un negocio, y luego llegabas y decías: “Hoy
no tengo ideas, no filmamos”, y los tipos desmontaban todo, ¿nunca te vino a la
cabeza la idea de que los obreros se sentían completamente inútiles y
despreciados, como el equipo de sonido que esperaba vanamente a Brando en el
auditorio vacío en Pinewood, todo un día? ¿Por qué te digo ahora todo esto y no
hace tres, cinco o diez años?
Durante seis años, como todo el
mundo, te vi sufrir a causa (o por) Anna [Karina], y todo lo que era odioso en
vos se te perdonaba a causa de tu sufrimiento.
[…] En Roma, me enojé con Moravia
porque me propuso filmar Le Mépris;
yo había ido allí, con Jeanne [Moreau] a presentar Jules et Jim, tu último film no caminaba, Moravia quería cambiar de
caballo.
[…] Hiciste actuar a Catherine
Ribeiro, a quien yo te envié, en Los
carabineros, y luego te le tiraste encima, como Chaplin sobre su secretaria
en El Dictador (la comparación no es
mía), enumero todo esto para recordarte que no te olvides en tu film nada de verdad
sobre el cine y el sexo. En lugar de mostrar el culo de X… y las lindas manos
de Anne Wiazemsky sobre el vidrio, podrías hacer lo contrario ahora que ya
sabes que, no solamente los hombres, sino también las mujeres son iguales,
incluidas las actrices. Cada plano de X… en Week-end
era una guiñada de ojo a tus amigos: esta puta quiere filmar conmigo, miren
bien cómo la trato: están allí las putas y las muchachas poéticas.
Te hablo de todo esto hoy porque,
de todos modos, a pesar del dandismo ensombrecido con algo de amargura que se
transparentaba todavía en algunas declaraciones, yo pensaba que habías cambiado
bastante, pensaba eso antes de leer la carta destinada a Jean-Pierre Léaud. Si
la hubieras cerrado, se la habría dado sin leerla y lo habría lamentado, ¿tal
vez quisiste darme una oportunidad de no entregársela…?
Hoy estás bien, supuestamente
estás bien, ya no sos el enamorado que sufre, como todo el mundo te preferís a
vos mismo y sabés que te preferís, sos el dueño de la verdad sobre la vida,
sobre la política, el compromiso, el cine, el amor, todo eso está bien claro
para vos y el que piense diferente es un tarado, incluso si lo que pensás en
junio no es lo mismo que lo que pensabas en abril. En 1973, tu prestigio está
intacto, es decir que cuando entrás en una oficina, miran tu cara para ver si
estás de buen humor o si es mejor quedarse en el molde; a veces aceptás reír o
sonreír; te tratan de vos en lugar de usted, pero la intimidación permanece, la
injuria fácil también, el terrorismo (la lamida de culo a la inversa). Quiero
decir que no me preocupo por vos, todavía hay en París bastantes jóvenes
adinerados, acomplejados de haber tenido su primer coche a los dieciocho años,
que estarán felices de redimirse diciendo: “Produzco el próximo film de
Godard”.
Cuando me escribiste, a fines de
1968, para reclamarme 8 o 900 mil francos, que en realidad yo no te debía
(¡incluso Dussart estaba sorprendido!), y luego agregaste: “De todas maneras,
ya no tenemos nada que decirnos”, tomé eso al pie de la letra; te envié el
dinero y, excepto dos momentos de enternecimiento (uno cuando yo sufría de
amor, otro cuando vos estabas en el hospital), lo único que sentí por vos fue
desprecio.
Para vos, la idea de que los
hombres son iguales es teórica, no la sentís, es por eso que no llegás a amar a
nadie ni ayudar a nadie, solo tirás unos billetes sobre la mesa. Un tipo como [François]
Cavanna escribió: “Hay que despreciar el dinero, sobre todo el cambio chico”, y
nunca olvidé cómo te desprendías de los moneditas deslizándolas detrás de los
taburetes de los bares. A diferencia de vos, yo nunca pronuncié una frase
negativa sobre tu persona, primero porque te atacaban estúpidamente y sobre
todo “por fuera” de las cosas verdaderas, luego porque siempre detesté las
rencillas entre escritores o pintores, sospechosos ajustes de cuentas por
intermedio del periódico, luego porque siempre te sentí celoso y envidioso,
incluso cuando te iba bien –sos supercompetitivo, yo casi nada–, y también
porque había, de mi lado, admiración, tengo la admiración fácil, vos lo sabes,
y una voluntad de amistad después de que te ocasionó tristeza una frase que yo le
había dicho a Claire Fischer sobre el cambio de nuestra relación luego del servicio
militar (para mí) y de Jamaica (para vos). No suelo afirmar muchas cosas porque
nunca estoy seguro de que la idea contraria pueda ser también válida, pero si
afirmo que sos una mierda es porque viendo a Janine Bazin en el hospital y tu
carta a Jean-Pierre, no hay dudas al respecto. No deliro, no digo que Janine
estaba en el hospital por culpa tuya, pero su falta de trabajo, después de 10
años de TV, está directamente relacionada con vos, y eso no te importa en lo
más mínimo. Aficionado a los gestos y a las declaraciones espectaculares,
altanero y perentorio, en 1973 seguís instalado en tu pedestal, indiferente a
los otros, incapaz de consagrar algunas horas desinteresadas para ayudar a
alguien. Entre tu interés por las masas y tu narcisismo, no hay lugar para nada
ni para nadie. ¿Quién más te va a tratar de genio, hagas lo que hagas, sino esa
izquierda elegante que va de Susan Sontag a Bertolucci vía Richard Roud, Alain
Jouffroy, Boursellier, Cournot? E incluso si parecías impermeable a la vanidad,
a causa de ellos imitabas a los hombres ilustres: de Gaulle, Malraux, Clouzot,
Langlois, alimentabas el mito, reforzabas el costado tenebroso, inaccesible,
temperamental (como diría Scott), dejando instalarse a tu alrededor el
servilismo. Necesitás interpretar un papel y que ese papel sea prestigioso;
siempre pensé que los verdaderos militantes debían ser como las mucamas,
trabajo ingrato, cotidiano, necesario. Vos, en cambio, sos como Ursula Andress,
cuatro minutos de aparición, el tiempo necesario para que se disparen los
flashes, dos, tres frases bien sorprendentes, y desaparición, regreso al
misterio ventajoso. Al revés de vos, están los hombres pequeños, de Bazin a
Edmond Maire, pasando por Sartre, Buñuel, Queneau, Mendès France, Rohmer,
Audiberti, que les preguntan a los otros por sus cosas, los ayudan a llenar un
hoja del seguro social, responden a sus cartas, tienen en común que se olvidan
fácilmente de sí mismos y sobre todo que se interesan más en lo que hacen que
en lo que son y en lo que parecen.
Ahora, todo lo que se escribe
debe poder decirse, es por eso que termino como vos: si querés hablar de eso,
de acuerdo.
François
“Si hubiera, como tú, faltado a
las promesas de mi ordenación, habría preferido que fuera por el amor a una
mujer y no por lo que tú llamas tu evolución intelectual.” Diario de un cura rural.
Traducción: M. Dupont