"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

jueves, 10 de abril de 2014

Carta a Jean-Luc Godard*


Por François Truffaut

Mayo-junio 1973

Jean-Luc:

Para no obligarte a leer esta carta desagradable hasta el final, comienzo por lo esencial: no entraré en la coproducción de tu film. En segundo lugar, te devolveré la carta que le enviaste Jean-Pierre Léaud: la leí y la encuentro repugnante. Es a raíz de ella que siento que llegó el momento de decirte, abiertamente, que para mí te comportás como una mierda.

En lo que concierne a Jean-Pierre, tan maltratado desde la historia de la gran Marie y más recientemente en su trabajo, encuentro repugnante ponerse del lado de los otros, repugnante intentar arrancarle, por intimidación, dinero a alguien quince años menor que vos y al que le pagabas menos de un millón cuando él era el centro de tus films que te hacían ganar treinta veces más.

Ciertamente, Jean-Pierre cambió desde Los 400 golpes, pero puedo decirte que es en Masculino Femenino donde me di cuenta por primera vez de que estar frente a una cámara podía darle angustia y no alegría. El film era bueno y él estaba bien en el film, pero la primera escena, en el café, era opresiva para cualquiera que lo mirara con amistad y no como un entomólogo.

Nunca formulé la mínima reserva sobre vos delante de Jean-Pierre, que te admiraba tanto, pero sé que vos a menudo le dijiste inmundicias sobre mí, a la manera de un tipo que le dice a un chico: “¿Cómo anda tu padre, sigue mamándose?”. Jean-Pierre no es el único en haber cambiado en 14 años, y si proyectaran la misma noche Sin aliento y Tout va bien, el costado a la vez desencantado y precavido del segundo film produciría consternación y tristeza.

Me importa un carajo lo que pienses de La noche americana, lo que encuentro lamentable de tu parte es ir a ver, incluso hoy, films como ése, films de los que conocés de antemano el contenido que no corresponde a tu idea del cine ni a tu idea de la vida. ¿Acaso Jean-Edern Hallier le escribiría a Daninos para decirle que no está de acuerdo con su último libro?

Cambiaste tu vida, tu cerebro, y, sin embargo, continuás perdiendo horas en el cine para arruinarte la vista. ¿Por qué? ¿Para encontrar con qué alimentar tu desprecio por todos nosotros, para fortalecerte en tus nuevas certezas?

Es mi turno de tratarte de mentiroso. Al comienzo de Tout va bien, está esta frase: “Para hacer un film se necesitan vedettes”. Mentira. Todo el mundo conoce tu insistencia para conseguir a Jane Fonda, que se negaba a participar, mientras tus financistas te decían de usar a cualquier otra actriz. Tu pareja de vedettes la conseguiste a lo Clouzot: ya que tienen la oportunidad de trabajar conmigo, la décima parte de su salario será suficiente, etc. Karmitz, Bernard Paul necesitan vedettes, vos no, entonces: mentira. La prensa “impone” vedettes. Otra mentira, a propósito de tu nuevo film: no hablás del importante adelanto que solicitaste y obtuviste, y que debería haberte sido suficiente, incluso si Ferreri, tal como vos lo acusaste, se gastó el dinero que te había “reservado”. Se cree que está todo permitido ese italiano que viene a comerse nuestra comida, ese inmigrante, ¡hay que volverlo a la frontera, vía Cannes!

Siempre manejaste el arte de hacerte pasar por una víctima, como Cayatte, como Boisset, como Michel Drach, víctima de Pompidou, de Marcellin, de la censura, de los distribuidores con tijera, mientras que siempre te las arreglás para hacer muy bien lo que querés, cuando querés, como querés, y sobre todo preservar la imagen pura y dura que querés cultivar, incluso en detrimento de las personas indefensas como Janine Bazin. Seis meses después de la historia Kiejman, Janine vio cómo le cancelaban sus dos programas, venganza hábilmente diferida. Kiejman no quería hablar de cine político sin entrevistarte, ese papel tuyo –porque claramente se trata de un papel– consistía ahí también en cultivar tu imagen subversiva, con tu frasecita bien elegida. La frase es pronunciada; o bien pasa y es lo suficientemente viva como para que no sospechen que te reblandeciste, o bien no pasa y es admirable: decididamente Godard es siempre Godard, etc.

Todo pasa según lo previsto, el programa no sale, permanecés en tu pedestal. Nadie señala que la frase es una nueva mentira. Si Pompidou pone en escena a Francia, vos hablás mal del partido comunista y los sindicatos, en el modo (demasiado indirecto para las “masas”) de la perífrasis, la antífrasis y la burla, como en Tout va bien, film destinado, al comienzo, a tener una difusión muy grande.

Si me retiré del debate de Fahrenheit 451, en esa época, era para tentar a Janine, no por solidaridad hacia vos, es por eso que no te devolví la llamada telefónica que me hiciste en ese momento.

[…] Una chica en la BBC te llama para que hables de cine político en un programa sobre mí, le prevengo de antemano que te vas a negar a aparecer, pero mejor que eso, le cortaste el teléfono antes de que terminara la frase, comportamiento elitista, comportamiento de mierda, como cuando aceptás ir a Ginebra, Londres o Milán y después no vas, para asombrar, sorprender, como Sinatra, como Brando, comportamiento de mierda desde arriba del pedestal.

Durante cierto tiempo, luego de mayo del 68, nadie oía hablar de vos, u oía pero de manera misteriosa: parece que está trabajando mucho, formó un grupo, etc. Y luego, un sábado, anuncian que vas a salir en la radio, en la RTL, con Monod. Me quedo en la oficina para escuchar, […] siento: 1° que la historia no es exacta, ha sido falseada; 2° que nunca realizarás ese film. […] Fumista. Dandi. Siempre fuiste un dandi, cuando enviabas un telegrama a De Gaulle por su próstata, cuando lo tratabas a Braunberger de “judío miserable” por teléfono, cuando lo tratabas a Chauvet de corrupto (porque era el último, el único en enfrentarte), dandi cuando practicabas la amalgama Renoir-Verneuil (más de lo mismo), dandi incluso hoy cuando pretendés que vas a mostrar la verdad sobre el cine a aquellos que lo hacen oscuramente, mal pagados, etc.

Cuando les hacías montar a los eléctricos un decorado, un garage o un negocio, y luego llegabas y decías: “Hoy no tengo ideas, no filmamos”, y los tipos desmontaban todo, ¿nunca te vino a la cabeza la idea de que los obreros se sentían completamente inútiles y despreciados, como el equipo de sonido que esperaba vanamente a Brando en el auditorio vacío en Pinewood, todo un día? ¿Por qué te digo ahora todo esto y no hace tres, cinco o diez años?

Durante seis años, como todo el mundo, te vi sufrir a causa (o por) Anna [Karina], y todo lo que era odioso en vos se te perdonaba a causa de tu sufrimiento.

[…] En Roma, me enojé con Moravia porque me propuso filmar Le Mépris; yo había ido allí, con Jeanne [Moreau] a presentar Jules et Jim, tu último film no caminaba, Moravia quería cambiar de caballo.

[…] Hiciste actuar a Catherine Ribeiro, a quien yo te envié, en Los carabineros, y luego te le tiraste encima, como Chaplin sobre su secretaria en El Dictador (la comparación no es mía), enumero todo esto para recordarte que no te olvides en tu film nada de verdad sobre el cine y el sexo. En lugar de mostrar el culo de X… y las lindas manos de Anne Wiazemsky sobre el vidrio, podrías hacer lo contrario ahora que ya sabes que, no solamente los hombres, sino también las mujeres son iguales, incluidas las actrices. Cada plano de X… en Week-end era una guiñada de ojo a tus amigos: esta puta quiere filmar conmigo, miren bien cómo la trato: están allí las putas y las muchachas poéticas.

Te hablo de todo esto hoy porque, de todos modos, a pesar del dandismo ensombrecido con algo de amargura que se transparentaba todavía en algunas declaraciones, yo pensaba que habías cambiado bastante, pensaba eso antes de leer la carta destinada a Jean-Pierre Léaud. Si la hubieras cerrado, se la habría dado sin leerla y lo habría lamentado, ¿tal vez quisiste darme una oportunidad de no entregársela…?

Hoy estás bien, supuestamente estás bien, ya no sos el enamorado que sufre, como todo el mundo te preferís a vos mismo y sabés que te preferís, sos el dueño de la verdad sobre la vida, sobre la política, el compromiso, el cine, el amor, todo eso está bien claro para vos y el que piense diferente es un tarado, incluso si lo que pensás en junio no es lo mismo que lo que pensabas en abril. En 1973, tu prestigio está intacto, es decir que cuando entrás en una oficina, miran tu cara para ver si estás de buen humor o si es mejor quedarse en el molde; a veces aceptás reír o sonreír; te tratan de vos en lugar de usted, pero la intimidación permanece, la injuria fácil también, el terrorismo (la lamida de culo a la inversa). Quiero decir que no me preocupo por vos, todavía hay en París bastantes jóvenes adinerados, acomplejados de haber tenido su primer coche a los dieciocho años, que estarán felices de redimirse diciendo: “Produzco el próximo film de Godard”.

Cuando me escribiste, a fines de 1968, para reclamarme 8 o 900 mil francos, que en realidad yo no te debía (¡incluso Dussart estaba sorprendido!), y luego agregaste: “De todas maneras, ya no tenemos nada que decirnos”, tomé eso al pie de la letra; te envié el dinero y, excepto dos momentos de enternecimiento (uno cuando yo sufría de amor, otro cuando vos estabas en el hospital), lo único que sentí por vos fue desprecio.

Para vos, la idea de que los hombres son iguales es teórica, no la sentís, es por eso que no llegás a amar a nadie ni ayudar a nadie, solo tirás unos billetes sobre la mesa. Un tipo como  [François] Cavanna escribió: “Hay que despreciar el dinero, sobre todo el cambio chico”, y nunca olvidé cómo te desprendías de los moneditas deslizándolas detrás de los taburetes de los bares. A diferencia de vos, yo nunca pronuncié una frase negativa sobre tu persona, primero porque te atacaban estúpidamente y sobre todo “por fuera” de las cosas verdaderas, luego porque siempre detesté las rencillas entre escritores o pintores, sospechosos ajustes de cuentas por intermedio del periódico, luego porque siempre te sentí celoso y envidioso, incluso cuando te iba bien –sos supercompetitivo, yo casi nada–, y también porque había, de mi lado, admiración, tengo la admiración fácil, vos lo sabes, y una voluntad de amistad después de que te ocasionó tristeza una frase que yo le había dicho a Claire Fischer sobre el cambio de nuestra relación luego del servicio militar (para mí) y de Jamaica (para vos). No suelo afirmar muchas cosas porque nunca estoy seguro de que la idea contraria pueda ser también válida, pero si afirmo que sos una mierda es porque viendo a Janine Bazin en el hospital y tu carta a Jean-Pierre, no hay dudas al respecto. No deliro, no digo que Janine estaba en el hospital por culpa tuya, pero su falta de trabajo, después de 10 años de TV, está directamente relacionada con vos, y eso no te importa en lo más mínimo. Aficionado a los gestos y a las declaraciones espectaculares, altanero y perentorio, en 1973 seguís instalado en tu pedestal, indiferente a los otros, incapaz de consagrar algunas horas desinteresadas para ayudar a alguien. Entre tu interés por las masas y tu narcisismo, no hay lugar para nada ni para nadie. ¿Quién más te va a tratar de genio, hagas lo que hagas, sino esa izquierda elegante que va de Susan Sontag a Bertolucci vía Richard Roud, Alain Jouffroy, Boursellier, Cournot? E incluso si parecías impermeable a la vanidad, a causa de ellos imitabas a los hombres ilustres: de Gaulle, Malraux, Clouzot, Langlois, alimentabas el mito, reforzabas el costado tenebroso, inaccesible, temperamental (como diría Scott), dejando instalarse a tu alrededor el servilismo. Necesitás interpretar un papel y que ese papel sea prestigioso; siempre pensé que los verdaderos militantes debían ser como las mucamas, trabajo ingrato, cotidiano, necesario. Vos, en cambio, sos como Ursula Andress, cuatro minutos de aparición, el tiempo necesario para que se disparen los flashes, dos, tres frases bien sorprendentes, y desaparición, regreso al misterio ventajoso. Al revés de vos, están los hombres pequeños, de Bazin a Edmond Maire, pasando por Sartre, Buñuel, Queneau, Mendès France, Rohmer, Audiberti, que les preguntan a los otros por sus cosas, los ayudan a llenar un hoja del seguro social, responden a sus cartas, tienen en común que se olvidan fácilmente de sí mismos y sobre todo que se interesan más en lo que hacen que en lo que son y en lo que parecen.

Ahora, todo lo que se escribe debe poder decirse, es por eso que termino como vos: si querés hablar de eso, de acuerdo.

François

“Si hubiera, como tú, faltado a las promesas de mi ordenación, habría preferido que fuera por el amor a una mujer y no por lo que tú llamas tu evolución intelectual.” Diario de un cura rural.
Traducción: M. Dupont

(*) Esta carta es una respuesta a otra de Godard, enviada en el mes de mayo de ese año, en la que Godard critica La noche americana de Truffaut, que acaba de estrenarse. Godard acusa a Truffaut de mentir sobre la “verdad” de los rodajes,  sobre las relaciones de fuerza entre el director y sus actores, sus productores, sus técnicos, etc., y, luego de insultarlo, le propone en la misma carta coproducir un proyecto titulado Un film simple, que hablaría “verdaderamente” de cine.