Por Hugo Savino
A Marta Bilbao, Nuria
Carriedo, Dardo Cocetta y Daniel Merro.
Viajero solitario arranca en la voz. Como todos los libros de Jack Kerouac. Con una ficha
introducción del propio Kerouac. Es el año 1960: está obligado a leerse – está
solo – sus amigos duermen. Literariamente hablando. Queda la visión de alguna Mardou tejida en el flirt del mal.
Alguna Joyce Johnson que lo sabrá leer cuarenta años después. Las mujeres saben
leer muy bien a Jack Kerouac. El motivo
de este libro es el viaje – solitario. Los trenes, las personas, el misticismo,
la soledad hasta el solipsismo, la indigencia, la autoeducación. Los recovecos
para ocultarse en la noche industrial norteamericana. La lectura tramada a la
vida. La evocación de los libros amados. “Su alcance y su propósito son
sencillamente la poesía, o la descripción natural.”.
“De lo que habla la escritura de Jack Kerouac
es de captar todo lo que está pasando incluso cuando nada parece estar pasando.
No habla de un argumento (plot) o de
una acción; con pocas excepciones, no habla siquiera de personajes. Habla sobre
la percepción. Habla sobre la conciencia, y la mortalidad, y la compasión. Es
una meditación sobre la vida.” (Helen Weaver – trad. Mariano Dupont).
Vale la pena repetirlo, para
nada: lo que nunca se perdonó, lo que no se perdona, lo que no se perdonará –
es la escritura sin argumento, el desacato a esa vaca sagrada llamada plot. Usan la palabra en inglés los
cronistas de suplemento que creen que el súmmum del plot son las series de televisión. Kerouac logró novelas que no se
pueden contar por teléfono. Sin argumentos. No se pueden filmar. O sólo Cassavetes
puede hacer algo. Kerouac medita en
sus novelas como Monk medita en el piano. Pascal era uno de sus héroes. Y si
empezamos a pensar seriamente en que el inglés era su segunda lengua, que dejó
una nouvelle escrita en
francocanadiense llamada La nuit est ma
femme, en la que estaba trabajando un mes antes de escribir En el camino (Joyce Johnson), podemos
seguir el impulso a Pascal. Y la palabra meditación usada por Kerouac se
convierte en una larga frase de muchos libros. Línea francesa:
Pascal-Balzac-Proust-Céline. ¿Mucho? Los angustiados que quieren leer toda la
literatura en unos meses dirán que es mucho. Jack Kerouac no retrocede frente a
sus visiones alucinadas, les pone voz. Las ve con el oído. Kerouac anota. Todas
las novelas de Kerouac salen de su sistema de notas. Escritor de cuadernos y
libretas. “Miro mi libretita – y me concentro en las palabras de la Biblia” (Viajero solitario). La Biblia, que leyó
en francés. Mientras mira a los vagabundos que duermen en “sus lechos de la
eternidad”. Hay una eternidad Kerouac, y hay una eternidad Macedonio Fernández.
No son la misma eternidad. Inventores de eternidad.
“Leí y estudié solo toda mi
vida. En Columbia batí el record de inasistencia a las clases para quedarme en
mi cuarto. Escribía una pieza teatral diaria y leía a, digamos, Louis-Ferdinand
Céline en lugar de los ‘clásicos’ del curso” (Viajero solitario).
Y de repente, se da cuenta de
que los compañeros de las complicidades duermen. Como le pasó a Macedonio
Fernández. Que se fue a tomar mate solo. Con sus cuadernos. Macedonio Fernández
y Jack Kerouac: escritores del exorcismo: “La escritura infinita de Macedonio,
todos sus libros, sus cartas, su obra entera, tiene algo de exorcismo por el
cual un hombre escribe sin parar un interminable texto porque teme que, si deja
de hacerlo, se le escapará la Eterna, como se le escapó Elena al amante esposo
Macedonio una noche de 1920 o se irá Consuelo a la que ahora tiene” (Álvaro
Abos, Macedonio Fernández, la biografía
imposible). Como se le escapó Mardou. Y Kerouac pone a sus Mardou en su escritura infinita. (Y la eternizó.) A
sus vagabundos, a sus trenes, a esos ferroviarios que pasan. Va ligero como un
fantasma por las colinas de San Francisco. Mira un zaguán moteado de polvo, y
lo inventa Dickens: “el zaguán
moteado de polvo en el viejo Lowell Dickens de ladrillo de 1830”. Anota los
silencios del día. Los silencios del lenguaje. Todo Jack Kerouac es una larga
rememoración de lo viajado, de lo Mardou
amado bajando por la “curva de la eternidad”, por esa calle, ¿hacia el tren?, o
escribir para no habitar “nunca en la farsa que es la vida real de este mundo
lleno de ruido”.
Pierre Guglielmina (el gran
lector de Kerouac junto con Joyce Johnson) anota: que en las librerías norteamericanas
los libros de Kerouac hay que pedirlos en el mostrador, son, junto con los de
Nabokov, los más robados. Kerouac es un escritor que conquistó lectores
extremos que desacatan la censura que decretó la república de los profesores. Que no tolera a los escritores que
se autoeducan. Que insisten en escribir libros no permitidos. Literatura
privada. De lector a lector. Sin intermediarios. Jack Kerouac escribe los motivos del lenguaje. Anotó la ilusión
que surge de la visión, y de la ensoñación, en todos sus infinitos matices. En
todos sus detalles. Anotó el motivo
borracho pensativo que “encuentra su lazo de amor en la silla giratoria de los
bares solitarios – todo ilusión.” (Viajero
solitario). Escribió adentro de ese “todo ilusión”. Y lo desplegó en el
tiempo. La decisión Jack Kerouac de andar solo está fechada: 1953 – “Porque
sabe que se aclaró a sí mismo, que puede leerse y leer todo, decirse y decir
todo. Salir del tiempo” (Pierre Guglielmina). Escribir como ejercicio de
actividad, no para gustar, conocer y vivir y escribir y leer, juntos, no
dejarse comer por el tiempo de los contemporáneos: “¡Escribo La leyenda de Dulouz no para que me
alaben, ni para que me censuren! Únicamente por la sencilla razón de que me
comprometí a hacer el trabajo de la piedad (en la medida en que ningún otro
sabe cómo hacerlo) antes de mi Nirvana. – Es una enorme construcción no
solicitada de una Catedral que empezó a construir un enamorado del mundo que
enseña el fin de todas las cosas”. Lo no
solicitado incomoda a los censores. Kerouac está frente al vacío de la eternidad:
es el primer ladrillo de una Catedral. Si uno se anima. O catedral o plot. No hay medias tintas. Viajero solitario es, también, el viaje
de un pinche de cocina que pela papas en el vértigo del lenguaje. Es la prueba
de un escritor que sabe leer y leerse. El pinche de cocina Jack Kerouac sigue
en la anotación, no la suelta, todo su arte está ahí: los motivos: “El piloto vuelve del desayuno; conversa amablemente
conmigo; va a ser capitán de un barco, se siente bien. – Le hago un comentario
acerca de las anotaciones sobre las estrellas que encontré en su cesto. – “Suba
a la sala donde están los mapas de navegación”, dice, “en los cestos de papeles
va a encontrar cantidad de anotaciones interesantes.” Kerouac contradice la
leyenda berreta del escritor que arroja los papeles al cesto. Y alguien los
rescata. Al contrario, reafirma un épica: la de un Kerouac que escribe para un tipo
llamado Kerouac que está en la otra punta de la mesa. Y guarda el papelito más insignificante,
ese justamente, perdido. Toda la visión en una nota. Una nota que te salva del
infierno. Y que servirá para los viajes que se escribirán. Registros para la eternidad.
Kerouac va a buscar las notas al lugar donde van a parar todos los libros.
Conciencia aguda del destino de la lectura y de la publicación. Y tampoco es
para tanto: del cesto de papeles a la música: un paso más y “Encontré en el jukebox varios discos buenos de Gerry
Mulligan y los puse”.
Un libro de Kerouac es un
frotamiento a todos los libros de Kerouac.
Pesa lo que dice, por eso ni
alabanza ni censura, porque no es un hombre de estilo: los eternos perezosos
del presente piensan que Jack Kerouac creó un estilo, que tiene un estilo: “¿El
estilo, esa comodidad que se instala e instala el mundo, sería el hombre? ¿Esa
adquisición sospechosa con la que, al escritor que se regocija, se le hace
cumplidos? Su pretendido don se le va pegar a él, esclerosándolo sordamente.
Estilo: signo (malo) de la distancia incambiada (pero que hubiera podido,
hubiera debido cambiar), la distancia donde equivocadamente permanece y se
mantiene respecto a su ser y las cosas y a las personas. ¡Bloqueado! Se había
precipitado en su estilo (o lo había buscado laboriosamente). Por una vida
ficticia, abandonó su totalidad, su posibilidad de cambio, de mutación. Nada de
lo que estar orgulloso. Estilo que se convertirá en falta de coraje, falta de
apertura, de reapertura: en suma una incapacidad. / Trata de salir de ahí. Ve lo suficientemente lejos en ti mismo para que tu estilo no te pueda
seguir” (Henri Michaux).
Tiene lo suyo para poner ahí,
en el acartonado y psicoanalítico debate sobre el estilo: lo pone entre
paréntesis, como un agregado, un remate: “(Y Dios es el único crítico que se
preocupó poco por el estilo.) ¿Eh?”.
Kerouac no se dejó seguir ni
atrapar por el estilo. No fue abanderado de su generación. Dio ese paso de
radicalidad absoluta: se puso en huelga frente a su generación. Y carga con la
“irresponsabilidad” de no haber tomado las banderas de la revolución cultural. El
estilo revolución cultural es todo lo
que se puede pedir de respetabilidad. La vio en 1949 a Madre respetabilidad. Empezó a sentir sus manotazos. El gancho cézanne del que lo querían colgar. Y no
era justamente Gabrielle la que quería maternizarlo: “La escritura que surge de
esta experiencia corresponde a los dos frentes en los cuales Kerouac tiene que
luchar. Clandestinidad en la casa e invisibilidad angélica afuera. Presencia en
la ausencia de presencia” (Pierre Guglielmina). Es hora de terminar con lo
Kerouac atado a su madre. Kerouac no escribía en lengua materna. “Let me say
further, in French translated into English – (Permítanme decirlo con más
precisión, en francés traducido al inglés.” El descubrimiento de que en Balzac
hay un sonido: “¿Cuál es el sonido de Balzac? Lo adivinaré más tarde. Quizás
sea “¡Hup! ¡Hup!” (Diarios – trad.
Martín Abadía).
William T. Vollmann tiene una
imagen kerouac que me sirve: “Para
decirlo de otra manera, cuando uno apuesta a un tren carguero, eso es algo que
se parece mucho a la vida (Badger una vez más: “Sé dónde subir y dónde
descender, pero no tengo nada de un experto)”. Se me ocurre que Kerouac subía y
bajaba así de sus libros. Nunca escribió una de sus novelas como un experto de
la narración. Se deseducó desde muy joven. Se iba a casa a leer, para
renovarse: y “Pasaba los siguientes pocos días consumiendo libro tras libro que
podían alimentar su escritura. Leía los sermones de John Donne y La montaña de los siete círculos de Thomas
Merton y revisaba Ulises, los discursos
de Ahab en Moby Dick, leía Muerte a crédito de Céline. Después estudiaba
Hamlet línea por línea, empezaba a
pensar en Red Moultrie (y posiblemente en él mismo) como un Hamlet
autoestopista, pobre y místico” (La voz
es todo, Joyce Johnson). Todos hicieron la confusión clásica: creyeron
conocer al escritor Jack Kerouac y apenas conocieron a Jack. Es inútil: los
profesores no leen el Contra Sainte-Beuve.
Peligra el trabajo. Casi ninguno de sus contemporáneos entendió su capacidad de lectura: “Éstos son los
frutos de la lectura… tendría que leer más”. Pierre Guglielmina hace esta
pregunta: “¿Hay una relación entre la declinación de la lectura y la
falsificación de la historia del siglo veinte? Sí. Y Kerouac es a la vez uno de
sus primeros testigos y una de sus primeras víctimas”. Casi ninguno de sus
contemporáneos pudo seguir “la diversidad infinita de sus lecturas” (Guglielmina).
Esa diversidad es una condena a soledad. Es tan fatal como escribir por afuera
del plot. El plot es la enorme mitología
de respuestas que se da una generación. Entonces: o plot o huelga ante la generación.
Y ahora que todos vuelven a las
leyes de la narrativa, que aparecen los clowns que predican la tercera persona
como obligatoria – el triunfo de la comunicación – debemos suponer que Jack Kerouac
entra en alguna opacidad, cae del lado de los libros no permitidos.
“Acepto el desamparo para
siempre.”
Jack Kerouac escribe de mil
manera posibles el vacío y el infinito de una eternidad: “Y vuelvo a mi cuarto
ínfimo, gris, con la luz borrosa de la madrugada del domingo; se extinguió ya
el frenesí de la calle y de la noche anterior, los vagabundos duermen, alguno
que otro estará desparramado en la acera, la botella vacía en el alféizar de
una ventana – mis pensamientos giran con el vértigo de la vida” (Viajero solitario).
En el año 2011 se publicó la
traducción del libro de Bruce Cook: La
generación beat: Crónica del
movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo. Un libro publicado
en 1971. Casi contemporáneo de lo que Cook llama “movimiento”. Cook sólo puede
pensar en términos de movimiento. O sea: no puede leer a Jack Kerouac. Y es un
libro contra Jack Kerouac, de una ignorancia literaria monumental, un acta de
acusación al viajero solitario que
nunca aceptó ser el papa de la capilla beat. Un acta de acusación al jazz y una
defensa del rock como música del porvenir, de la paz, de la armonía universal. Una
salsa de estupidez cósmica donde Allen Ginsberg, ese inagotable charlatán como
dice Jan Zabrana lleva la voz cantante. El otro dormido es William Burroughs, y
un poco más que Ginsberg –cree que Kerouac se asustó “de lo que él mismo inició”.
Burroughs no entiende nada del salto Kerouac fuera del tiempo de la generación.
Ni sospecha que Kerouac no inició nada. Que tampoco se asustó de nada. No sabe
que la obra de Jack Kerouac es un continuo. Que no forma parte de ningún movimiento
cultural.
En el mar de las puerilidades
de la tercera persona, esa tía gorda que limpia la caca de paloma, Pierre Guglielmina
va por otro lado, sigue la señal de Viejo
Ángel de Medianoche: Kerouac se habla a sí mismo, ¿cómo hablarle a dos
dormidos literarios? Kerouac siguió
leyendo y los otros pasaron a la declamación, a dar clases, pandereta en el
escenario de los rockeros, en suma: a mimar un público: en Viejo Ángel de Medianoche Kerouac lo anota en el canto 4: “&
Burroughs y Ginsberg estaban dormidos & tú estabas acostado en la banqueta en
ese momento fuera del tiempo bajo la luz de la lamparita roja del bus &
veías las cortinas de la eternidad apartarse para que tu mano empiece y para
que puedas ser el afectador – & el efector – de la media vuelta completa
& del profundo resurgimiento del vestido piruetante de la literatura
mundial hasta que se convierta en algo sobre lo cual un hombre pueda poner sus
ojos & leer en continuidad por el placer de leer & el placer de su
lengua en la boca & no simplemente esas insípidas historias de una insípida
aridez & de una paranoia floreciente…”. Es la constatación de su soledad y
la percepción de que ser parte de un movimiento implica escribir historias insípidas de aridez insípida. De una inseguridad
alquilada a consultorio psy. En lugar de una paranoia activa. Tedio mayúsculo
de la tercera. Ginsberg que tiene más lucidez que Burroughs en cuanto a Kerouac
entiende algo fundamental: “Parece que le horrorizaba el estado policial que
veía formarse a nuestro alrededor y decidió permanecer tan alejado de él como
le era posible. ¡Prácticamente se fue a la clandestinidad! Así que, en cierta
forma, Kerouac se tomó las cosas más en serio que nosotros”. Kerouac olfateó
varias policías, la que no deja vagabundear: “Son tiempos difíciles para el
vagabundeo del vagabundo americano. Aumentó la vigilancia policial de las rutas
y autopistas, de las estaciones de tren, de las cosas, cuencas de ríos, muelles
y de los mil y un escondites de la noche industrial” (Viajero solitario). Pero también la policía del consenso: carta a
Fernanda Pivano: “Ahora que llegamos a la madurez, puedo ver que no son más que
provocadores histéricos frustrados que tratan desesperadamente de llamar la
atención y que en la cabeza sólo tienen rencor hacia América y hacia la idea de
la gente común. Nunca escribieron con el menor amor sobre la gente común, como usted ya
lo pudo notar. Sigo admirándolos, desde luego, por su excelencia técnica como
poetas, así como admiro a Genet y a Burroughs por su excelencia técnica de
prosadores, pero los cuatro pertenecen al departamento “no quiero que me pongan
en ese marco” y de ahora en más quiero que sea así. […] Genet y Burroughs no
hieren tanto, porque metafísicamente no tienen esperanza; pero Ginsberg y Corso
son lo bastante ignorantes como para ser metafísicamente sanos y quieren hacer
del arte un racket”. Por algo lee a Balzac, que sabe que la policía es lo único
que permanece, cualquiera sea la forma de gobierno. “Caminé 65 cuadras a las 5
AM. Leí 40 páginas de Cesar Birotteau
[también conocido como Balzac]. Durante años he estado devanándome los sesos
con la idea de En el camino, pero
cuando Balzac me advierte ‘no confundas la fermentación de una cabeza vacía con
la germinación de una idea’, siento que se refiere a alguien como yo” (Diarios – trad. Martín Abadía). Ya está
escrita la separación que viene de lejos. Pasó a carta. Fernanda Pivano es la
confidente, otra mujer kerouac que
leía a Pavese. ¿Quién hizo algún panegírico de las mujeres que leen? La
clandestinidad viajero para escribir
ese toco que ninguno de sus compañeros de movimiento sospechaba. Burroughs, incluso,
apoya el punto de vista de universitario americano de Bruce Cook que se
escandaliza que Jack Kerouac, un hijo de obrero escriba y encima se ponga en la
herencia de Proust y Balzac. Ni Cook ni Burroughs pueden escuchar la fuerza de
esa utopía y el humor que hay ahí. Y tampoco la declaración de que el inglés
era la segunda lengua de Kerouac:
“Bruce Cook: ¿No le parece asombroso, un escritor que haya salido de
un ambiente como ése?
William Burroughs: Sí –admitió, un poco sombríamente–. Es asombroso. No puedo explicármelo.
–Se interrumpió para pensar–. ¿Le gustaría otro trago?”
La escena está cerrada. Se
llama envidia literaria: “el juego mundano de la poesía, del poeta oficial y
del poeta de corte en lo lúdico contemporáneo que hace de la poesía un juego de
sociedad” (Henri Meschonnic).
Kerouac domina el arte del
retrato. Por eso pasa por el francés. Por Proust. Lo que lo sacó del viejo
truco naturalista al que volvieron casi todos los novelistas – incluso los que
se declaran enemigos del mercado. Pero ¿a quién le importa este melodrama
barato de filósofos de instituto? Kerouac hace y deshace la visión en el cruce
de los viajes a los libros y de los cuadernos y libretas a lo vivido y todo
otra vez mezclado: “– sentí el recuerdo imposible de haber vivido antes en esta
ciudad [Marsella], de haber tenido allí familia y de haber visto estos árboles
que la primavera hacía reverdecer. – Qué vieja parecía mi vieja vida de
Francia, mi origen francés – los nombres de los negocios, épicerie, boucherie, como
los nombres que leía en el hogar franco-canadiense de mi infancia, como un
domingo en Lowell, Massachusetts. – Quelle
différence? Era muy feliz” (Viajero
solitario).
La literatura de Kerouac cometió
algunas infracciones gravísimas:
lista: reventó la Idea, le opuso el frotamiento, no aceptó la mitología de las respuestas, caminó hacia la desposesión, y a
más pregunta, no sólo se movió en el vacío, caminó por el silencio del lenguaje,
mientras viajaba hizo nudos de ensoñaciones en el aire, sin miedo, no se quedó
remando en las discusiones inútiles, no aceptó la dualidad, tampoco el género,
su estrategia fue el pronombre yo.
Tenía la firme convicción de que todas las
mentiras se dicen en tercera persona.
Ver cézanne: “Me senté en la vereda de un café y tomé un par de
vermouths y contemplé los árboles de Cézanne y el alegre domingo francés: un
hombre que pasaba con tortas y dos panes larguísimos y, en el confín del
horizonte, los tejados rojos y las lejanas colinas azules que atestiguaban la
perfecta reproducción de Cézanne del color provenzal un rojo que usaba incluso
en las naturalezas muertas de sus manzanas, un rojo ocre, y un fondo azul
ahumado” (Viajero solitario).
Kerouac camina las calles de
Avignon, entra en la Edad Media y en una talla en madera Judas lo mira fijo, se
aleja despacito, sigue caminando por el polvo del mistral anotando detalles. En
los detalles ve por qué los franceses inventaron y perfeccionaron la
guillotina: un francés muy bien vestido recoge un guante que se le cae a una
anciana que baja del tren y en vez de correrla y dárselo, lo deja en un pilar.
Solo un no abanderado puede descubrir
el horror en esa pequeña escena. Y no se defiende de la posibilidad del “atisbo
de una vasta promesa, calles sin fin, calles, mujeres, lugares, sentidos, y
entendí por qué muchos estadounidenses deciden quedarse aquí, a veces para toda
la vida” (Viajero solitario).
Va al Louvre: pasaje de
Brueghel a Céline: “No me sorprende que Céline lo amara tanto”. Y después llega
a Rembrandt – cómo no llegar a Rembrandt – Leónidas Lamborghini se escribió
autorretratos inspirados en Rembrandt – Kerouac escribe exactamente cómo ve – y llega a Renoir: y escribe también los
cuadros de Renoir: “Renoir, cuya pintura de una tarde de domingo estaba
maravillosamente coloreada con los sueños de nuestra infancia – rosas,
púrpuras, rojos, hamacas, bailarinas mesas, mejillas rosadas y risas”. Sí, son
los sonidos de Renoir. Vistos con el oído.
Kerouac escribe en el hueco del
tiempo, en el que pone algo de él en cada frase. Eso es una escritura – esa
palabra tan cacareada. Poner algo de uno ahí donde el tiempo hace hueco. Kerouac
anota esta expresión de Gisnberg: “Loco por el vacío”. Y acelera: “Hay un ruido
en el vacío que oigo: hay una visión del vacío; hay una queja en el abismo – hay
un llanto en el aire deprimente: el reino está encantado”.
Jack Kerouac es un viajero que
irrealiza toda ilusión de colectivo: “Yo no habitaba nunca en la oscura y furiosa
farsa que es la vida real de este ruidoso y laborioso mundo, wuau”.
Kerouac escribe visiones en el
oído.
El vagabundo de los recovecos
de la noche industrial norteamericana tiene su canto: Jack Kerouac escribe su
extinción. En 1955 escucha la confesión definitiva de un viejo: “Ya no quieren
ratas aquí, aunque hayan fundado California”. Se terminó. Fin del vagabundo. La
policía de 1960 los buscará con sus faros y los sacará de esos recovecos. Se
terminó hace mucho, como el lumpen Sánchez. O el croto Zelarayán. La policía y
la respetabilidad sociológica rascaron hasta el fondo del bolsillo y acabaron
con la privacidad. Kerouac vio – como Balzac – la función policía: “los héroes
de televisión son policías” (Viajero
solitario) – que sobrepasa al policía. Al vagabundo lo busca la policía. Al
escritor que frasea lo fichan como indeseable. No quiero asimilar el vagabundo
al escritor que frasea, hay mucha distancia, es un problema de estándares (como
los estándares literarios que separan a Kerouac de su generación – machaco), el
vagabundo no tiene esas míseras ganas de no quedarse solo, así que no comparo,
pero Kerouac sigue a Céline: “El vagabundo americano se extingue por la acción
de los sheriffs que, como dijo Louis-Ferdinand Céline, consiste en “una parte
de crimen y nueve de tedio”. ¿Entonces por qué no seguir la señal Céline?
Persiguen todo lo que se mueve. Kerouac renunció a vagabundeo en 1956. Auge de
la televisión. Kerouac renunció después de esta respuesta a la policía que le
pedía explicaciones por su manera de vagabundeo:
“estudio para recibirme de vagabundo”. La crítica nunca termina de pedirle que
explique Visiones de Cody.
“Los bosques están llenos de
guardabosques.”
No hay respuestas.
(*) Caja Negra, 2013.
Traducción de Pablo Gianera.